Que viene el ‘facismo’

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Una de las características más desarrolladas por el ser humano es su renuencia a enmendarse en los errores. Se da incluso entre gente evolucionada, un suponer, Ana Pastor; hablo de la presidenta del Congreso, no de la presentadora de La Sexta. Recordarán que el mes pasado, tras una de las tanganas que tanto gustan al Rufián de Esquerra Republicana, la presidenta de la Cámara lo expulsó, se quejó de haber sido llamada institutriz y anunció que iba a retirar del Diario de Sesiones el término golpistas con que el PP y Ciudadanos califican a los golpistas catalanes y también la expresión fascistas que ERC dirige a sus adversarios en el Congreso. Bueno, Joan Tardà dice facistas.

Tenía razón el PP para quejarse. Golpista es un calificativo perfectamente aplicable a quien pretende saltarse las leyes ignorando los procedimientos que las propias leyes establecen para su reforma. No hay manera lógica, en cambio, de llamar fascistas a los dirigentes de Ciudadanos. Sencillamente no lo son, y hay una notable contradicción en llamar fascistas a quienes alternativamente también se tacha de neoliberales. Es una incompatibilidad que ya señalaba la inquilina de la pensión de Cabaret, cuando le preguntaba al huésped nazi, herrLudwig, cómo era posible que los judíos fueran al mismo tiempo comunistas y los dueños de los bancos. «Son muy sutiles, fraulein Kost. Si no pueden vencernos de una manera lo intentan de otra».

Ana Pastor ha vuelto a incurrir en la equiparación y es que la misma comparanza jode, las cosas como son. Albert Rivera había calificado de golpistas a los socios catalanes del doctor Sánchez y Tardà puso voz campanuda para acusar a Rivera de facista. No es que odien el fascismo; su formación intelectual no da para definiciones muy precisas conceptualmente hablando. Por eso se conforman con llamar fascista (o facista) a todo lo que odian. Pero ellos sí son golpistas; lo fue su president, Companys, golpista y fusilador, del que se sienten incomprensiblemente orgullosos, y que fue a su vez fusilado por un Gobierno dictatorial, golpista y, en aquellos años sí, fascista.

El término fascista o su síncopa coloquial, facha, se han convertido, sin embargo, en términos imprescindibles de nuestra vida política para denigrar al adversario. En todo hay niveles y la ministra de Justicia establecía una gradación precisa para establecer quiénes eran los enemigos del Gobierno del pueblo que la acosaban por sus conversaciones marranas con Villarejo: soy víctima de la derecha, de la extrema derecha y la extrema extrema derecha. O sea, el PP, Ciudadanos y Vox, los tres partidos que han derrotado al PSOE en Andalucía, algo que nadie había previsto desde las primeras elecciones de 1982, cuando la lista encabezada por Rafael Escuredo arrasó con una mayoría absoluta de 66 escaños, el doble de los que obtuvo el pasado 2 de diciembre. Han sido 36 años y medio encaramados a la Junta. La pérdida de 14 escaños y 400.000 votos ha puesto a Susana Díaz en una situación difícil. No podía formar Gobierno, no ya con su socio inicial, Adelante Andalucía; es que tampoco habría podido con Ciudadanos en el caso de que Marín tuviese nostalgia de la legislatura vencida. El PP, con una pérdida muy notable de votos y escaños, ha salvado unos muebles que daba por perdidos. Queda la incógnita de Ciudadanos, partido al que, tal como escribió mi buen Ignacio Camacho, no le gustan sus votantes.

La cuestión es que los andaluces (y las andaluzas, claro) han expresado sus preferencias con notable claridad, y esto no ha hecho más que empezar. Es un voto cabreado, sí, pero esto se va a hinchar. Ya verán qué sorpresas van a deparar las elecciones madrileñas a quienes no quieran enterarse.