ABC 16/07/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Al paso que van la izquierda y el separatismo, dentro de poco las diatribas de Maduro parecerán discursos de Churchill
AL paso que van la izquierda española y el separatismo, dentro de poco las diatribas de Maduro enfundado en su chándal patriótico parecerán, en la comparación, discursos de Winston Churchill vestido por Giorgio Armani. ¿Tiene límite la escalada populista emprendida por buena parte de nuestra clase política tras la estela de Pablo Iglesias? A día de hoy, se diría que no.
La puja por ver quién da más arrancó con la adopción de la palabra «gente» (sustituida en Cataluña por la expresión «sociedad civil») para nombrar lo que hasta entonces, en democracia, se había denominado respetuosamente «ciudadanía». Un cambio terminológico en absoluto baladí, puesto que el concepto «ciudadano» apela a una persona singular, titular de derechos y libertades individuales, mientras que tanto «gente» como «sociedad» evocan una idea de conjunto, pueblo, tribu o masa, en la que el individuo se pierde diluido en el colectivo. O sea, una realidad gregaria mucho más susceptible de ser teledirigida por el predicador de turno. Paradójicamente, sin embargo, en virtud de esa infinita capacidad de manipulación característica del autodenominado «progresismo» español, decir «la gente» en lugar de «el ciudadano» produce entre nosotros una sensación de cercanía grata a oídos del auditorio, que se ve representado en el discurso del orador. Es lenguaje de la calle, llano, simpático, capaz de llegar al corazón, opuesto a la jerga propia del despreciable político. Y ahí entramos de lleno en la segunda gran apuesta de esta subasta perversa: la descalificación total del profesional de la política, reducido a la condición de «casta».
No seré yo quien niegue los méritos acumulados por un buen número de cargos públicos para ganarse el descrédito de los que pagamos sus nóminas. De ahí a esgrimir como principal atractivo de una lista electoral el hecho de estar «limpia» de políticos, no obstante, dista un trecho considerable. Primero, porque en el caso que nos ocupa se trata una burda falacia, ya que Mas y Junqueras aparecen en los puestos cuatro y cinco. Segundo, aunque no menos importante, porque Romeva, Forcadell y Casals, lo mismo que Iglesias, Echenique, Monedero y demás cabezas visibles del movimiento independentista catalán o de Podemos, pertenecen a una «casta» igual de digna o de perniciosa que la de los políticos, que es la integrada por profesores universitarios. Una casta crecida al calor de horarios flexibles y sueldo asegurado, de largas horas de discusión asamblearia y pocas de clase, de 74 universidades, 15 de ellas en Madrid, para una población de 42 millones de almas.
Dice el amigo coletudo de Tsipras que el PP es el partido de la derecha ultramontana y Ciudadanos el de la derecha pija, por abundar en este último los profesionales urbanos; esto es, los trabajadores por cuenta propia o ajena, no funcionarios, obligados a demostrar mes a mes su productividad para dar de comer a sus hijos. Rajoy y Rivera son, a sus ojos, «casta», que no «gente». Garzón dio ayer un paso más y tildó al presidente del Gobierno de «matón», «mafioso» y «ladrón que roba a los pobres para dárselo a los ricos». Sánchez, de quien cabría esperar algo más de cordura, demostró hasta qué punto le ahoga el abrazo del oso podemita al abandonar cualquier sentido de Estado para lanzar un ataque furibundo al jefe del Ejecutivo por su política exterior.
La demagogia más ramplona triunfa en el mercado nacional de votos zurdos, aparentemente inmune al batacazo de sus correligionarios griegos. ¿Alguien da más?