Juan Carlos Girauta-ABC
- Está el Gobierno a la defensiva, los separatistas catalanescomo el conejillo de Duracell, colapsados en su loco empeño de penetrar una pared, la izquierda toda llamando fascista a media España, y la derecha limitada a dos jugadores capaces de competir y pactar
Se equivocaban los damnificados del 4-M y los aguafiestas de turno: lo de Madrid sí ha sido un punto de inflexión, sí lo capitaliza Casado y sí ha abierto un nuevo ciclo político. Los que no lo vieron en un primer momento disponen ahora de varias encuestas serias que lo constatan. Una parte de la derecha pierde el tiempo (si no, no sería la derecha) preguntándose si no sería mejor poner a Ayuso de candidata en las próximas elecciones generales. Es como lo del seleccionador nacional que, según dicen, lleva cada español dentro. Un Pepu jugando asimismo a lo que ignora, juzgando a Trapiello por revisionista. Luego tiene que correr el ministro de Cultura a corregirle.
Pepu no sabe por qué Trapiello es revisionista. Normal. Pero él así lo siente. Difícil encontrar mejor ejemplo del actual estado de esa izquierda que en teoría no podía ser sentimental porque derivaba de postulados ‘científicos’. Del mismo modo, no podía ser nacionalista porque su foco de atención era, por definición, la Humanidad. Ah, ese ‘deber ser’ que conservan cual tesoro, a la espera de tiempos mejores, los cuatro izquierdistas que desprecian el sentimentalismo en política y que le plantan cara al nacionalismo. De frente. Un par quedaban, sin ir más lejos, en el partido aquel, cómo se llama, ¡el PSOE! Un par quedaban y los van a echar. La otra izquierda, la hija del Iglesias joven, no es que sea sentimental y nacionalista, es que va de llantina en autodeterminación, de drama en indulto y de victimismo balístico en fusión de destino con Bildu. Luego, para rizar el rizo, está la izquierda independentista, la citada izquierda abertzale o el golpismo de Esquerra, que hunde sus raíces doctrinales en unos tipos que medían cráneos. No es raro que su actual jefe tenga una fijación con el ADN. O sea, nacionalismo puro, del originario, racista-racialista, con su mirada displicente a ‘España’. Sobre todo a las regiones donde nacieron sus abuelos o sus padres. Porque ahora mismo ya son tantos los supremacistas de rancio abolengo (y tan rancio) como los ‘parvenus’, salvados de un destino de parias, de otro modo ineludible, gracias a su adscripción a la doctrina de la verdad y de ‘la terra’.
Tras esta digresión dedicada a mis amigos nacionalistas, sita a su vez en otra digresión dedicada a mis amigos socialistas, regreso al futuro. Es decir, a la nueva mayoría que, tras las próximas generales, debería ser capaz de superar en el Congreso al sanchismo, suma de PSOE, Podemos, ‘Masdelomío’, ERC, PNV, Bildu y ‘teruelexistencialistas’, rebañaduras de provincianos de ventaja, o ventajistas de provincias, a las que se pueden adherir uno o dos diputados de Ciudadanos, ‘qui ens ho havia de dir’.
La alternativa solo puede venir, y solo vendrá, de sumar los próximos diputados del PP a los próximos diputados de Vox. A los diputados, digo, no a los candidatos. Una coalición electoral es imposible e indeseable, otra ideíca con la que pierde el tiempo una parte de la derecha porque, si no, no sería la derecha y tal. Lo cierto es que la cosa no pinta mal. No diré que pinta bien porque el personal enseguida se queda con el detalle y se enzarza en discusiones estériles, marginales. ¿Por qué no pinta mal? Por dos sólidas razones. La primera es que la izquierda sigue exhibiendo su típica incapacidad de aprender de los hechos: le parece lo más indicado continuar con la misma matraca que tantos resultados les dio en el pasado y que ha devenido por fin inútil en las elecciones madrileñas. Me refiero al clásico etiquetado y estigmatización del adversario con gruesas palabras. El ‘facha’ de toda la vida y sus distintas y escasas variedades, como ‘el gobierno de Colón’. Tanto le ha rentado al señor Gabilondo que ha quedado tercero de los cinco con presencia parlamentaria. Y mientras la izquierda no se dé cuenta de que las descalificaciones gruesas y los insultos gratuitos han dejado de impresionar al votante de derechas porque el tiempo pasa, vamos bien. Uno puede dejar esta constatación, que los hechos avalan, negro sobre blanco y tener por seguro que al sanchismo no le aprovechará. Porque el sanchismo vive, desde que se desatara la pandemia, y quizás antes, en una cámara de eco. Dicen que ahí los listos son los de Errejón. Es curioso, porque su discurso no ha variado desde la estruendosa victoria de Ayuso. Quizás en su caso tenga explicación; puede que su objetivo primordial sea ir comiéndose al PSOE, ampliar su cuota dentro del combinado aunque este, en su conjunto, no se imponga a la derecha cuando llegue el momento.
La segunda razón es el feliz viraje que vamos notando en el trato que el PP le dispensa a Vox. En su editorial del jueves plasmaba este diario el espíritu que debería presidir -me atrevo a decir que empieza a presidir- la relación entre ambos. Una dialéctica de competidores que contrastan programas y proyectos, que difieren en cuestiones de calado, como Europa y las autonomías, que utilizan registros y tonos diferentes, pero que tienen como común objetivo prioritario desalojar democráticamente al sanchismo del poder. Si las cosas siguen rodando como hasta ahora, hay motivos para decorar con un razonable optimismo el arsenal de argumentos que demuestran la inconveniencia -no, el peligro- de perpetuar en el mando a la banda de los impuestos masivos y de la deslealtad institucional. Está el Gobierno a la defensiva, los separatistas catalanes como el conejillo de Duracell, colapsados en su loco empeño de penetrar una pared, la izquierda toda llamando fascista a media España, y la derecha limitada a dos jugadores capaces de competir y pactar. Quién dijo miedo.