Iñaki Ezkerra-El Correo
En la política hay gente que habla de los demás porque no se ha mirado al espejo
Es una frase que algunos han repetido durante la reciente campaña electoral vasca como si fuera un hecho incuestionable, pero que a mí me despertaba cierta perplejidad a la vez que me sumía en una profunda reflexión sobre el tiempo: «Iturgaiz es el pasado». Uno se quedaba mirando las fotos del candidato popular en la prensa y reconocía que ya no era el muchacho pizpireto que tocaba el acordeón en un programa de Ana Rosa Quintana de los años 90, pero no acababa de comprender por qué razón él es el pasado y no lo son otros políticos de mi tierra que le llevan unos cuantos tacos y que tienen un discurso tanto o más revenido que el suyo. A excepción de Idoia Mendia, que nació el mismo año que Carlos Iturgaiz, y de Miren Gorrotxategi, que nació sólo dos años antes, todos los demás cabezas de lista a las autonómicas vascas del 12-J eran más talluditos que el candidato conservador, o sea que tienen más pasado que éste. Y mirar las referencias ideológicas, los programas electorales o la terminología de cada partido y cada líder es viajar directamente en el túnel del tiempo: autogobierno, autodeterminación, soberanismo, anticapitalismo, socialismo, comunismo, presos, Franco, Guerra Civil, Memoria Histórica…
Uno deduce, de este modo, que en la política, como en la vida en general, hay gente que habla de los demás, porque no se ha mirado al espejo. Uno deduce, sí, que el reproche de representar el pasado es una valoración subjetiva que depende de quien la hace y de si quien la hace se cree que está de buen ver, fresco como una lechuga, aunque le salga el moho por las orejas. Y uno deduce también que ésta del pasado es una cuestión rara donde las haya; un asunto muy curioso, espinoso y misterioso que no se sabe exactamente por qué en una gente puntúa de forma prodigiosa cuando lo invoca y encarna mientras en otra gente desmerece hasta inimaginables extremos. Uno deduce, en fin, que el pasado es un lastre o una virtud según quien nos lo venda. Y, así, homenajear a las víctimas del terrorismo es el pasado para algunos, pero no homenajear a los terroristas que las asesinaron. Es el pasado Iturgaiz recordando las jornadas de julio en Ermua, pero no el energúmeno que le espetó a gritos un bulo miserable que se cocinó en el laboratorio nacionalista hace veintitrés largos años. Ese excremento verbal no es el pasado.
Uno no quiere señalar a nadie, pero recuerda las imágenes de la pasada noche electoral. Allí había alguno que se creerá muy moderno pero que parecía el abuelo de Zumalacárregi. Allí había unos cuantos y cuantas que parecían contemporáneos de Sabino Arana y escapados de la foto del caserío de Larrazabal. ¡Bienvenidos del futuro!