EL MUNDO 26/01/14
· Rajoy advierte a Mas en Barcelona de que «ningún español es propietario de la provincia que ocupa» y que «no se celebrará ese referéndum ilegal».
· «Cada catalán, como cada valenciano, es copropietario de toda España, que es un bien indiviso».
Tres promesas rotundas y una solemne declaración de principios sobre el blindaje constitucional de la unidad de España. Así se resume el contundente discurso con el que ayer volvió el presidente Mariano Rajoy a la tribuna del PP de Cataluña tras una ausencia y un silencio de más de un año, y que fue recibido por los populares con el sofoco del asfixiado.
«Mientras yo sea presidente no se celebrará ningún referéndum ilegal. Mientras yo sea presidente no se fragmentará España. Mientras yo sea presidente, ningún español que viva en Cataluña se verá privado de su derecho a ser español y europeo; nadie pasará a ser extranjero en su propio país; ningún español es propietario de la provincia que ocupa», aseguró, o recitó más bien, el líder popular, para quien, según dejó bien claro en el propio feudo de Artur Mas, «España es un bien indiviso».
Hacía más de un año que el presidente del Gobierno no pisaba Cataluña en un acto de partido o de campaña. Un año largo, desde otoño de 2012, que el líder popular sólo respondía al litigio secesionista de Artur Mas con su incomparecencia. Por entonces, Rajoy se limitó a advertir a los suyos del «inicio de la huida hacia ninguna parte» del presidente de la Generalitat. Vaticinó además que no iba a haber «ni fracturas, ni divisiones, ni peleas».
Pero aquella lejana promesa, revalidada por otras declaraciones hechas desde Madrid o desde el extranjero, se estaba viendo largos meses desbordada por la realidad. Sólo ayer, pasado ya todo un mes del anuncio de convocatoria del referéndum independentista, el jefe del Ejecutivo volvió a poner pie en Barcelona para, esta vez, confesar que le «preocupa lo que está pasando» y dar solemnes garantías personales frente al órdago de Mas.
«He procurado ser prudente para no crear tensiones adicionales», se justificó primero, «y continuaré siéndolo». «Pero eso no está reñido con dejar las cosas claras: mientras yo sea presidente del Gobierno, ni se celebrará ese referéndum ilegal que algunos pretenden, ni se fragmentará España», redundó ante el entusiasmo de millar y medio de atribulados populares catalanes.
En ningún momento dejó ayer Rajoy de ser él mismo. Lejos de aceptar el reto de adversarios y correligionarios políticos, no desgranó ningún plan específico para Cataluña. Ni habló de una posible suspensión de la autonomía, como demandan los más duros; ni de hipotéticas concesiones bilaterales, como sueñan los más posibilistas. A los primeros, les advirtió: «No voy a escuchar las voces que piden que se corte el grifo de las ayudas a la Generalitat, porque las consecuencias las pagarían quienes menos culpa tienen, que son las gentes de esta tierra, tan españolas para mí como todas las demás». A los segundos: «Que no se me busque para negociar lo que considero que perjudica a mis compatriotas».
Lo que sí hizo Rajoy fue repartir in situ grandes dosis de «afecto» y de «razones». Por este orden. Afecto, en un doble sentido. Primero, hacia Cataluña, para contrarrestar el monopolio de los sentimientos ejercido por los nacionalistas: «Los españoles queremos a Cataluña. Siempre la hemos sentido nuestra. No hay más fractura ni más enfrentamiento que aquél que están promoviendo quienes quieren justificar su propio proyecto», afirmó. Y segundo, hacia los propios militantes del PP en la comunidad: «No estáis solos», les dijo, «os oye mucha gente que guarda silencio. Alzad la cabeza con orgullo».
Pero fueron las razones las que otorgaron verdadera fuerza y trascendencia política y doctrinal a su discurso. Rajoy ofreció a Cataluña tres cosas esenciales: «Ley», «solidaridad» y «diálogo». Pero apenas se dirigió al propio presidente de la Generalitat en los últimos minutos. Sus promesas se dirigieron casi por entero a los propios catalanes, o a esa pretendida mayoría silenciosa, a la que quiso trasladar tranquilidad. «Voy a garantizar a todos los españoles, y a los catalanes en particular, que van a seguir estando protegidos frente a cualquier arbitrariedad».
El núcleo de su intervención constituyó toda una réplica al mantra independentista del derecho al voto en democracia o derecho a decidir. En línea con sus ya sólidas piezas de oratoria constitucionalista, como la de su discurso contra el plan Ibarretxe en el Congreso, o la definición de España como una «nación de ciudadanos libres e iguales» que proclamó desde la madrileña Puerta del Sol en los albores del Estatut, Rajoy defendió ayer la ley como un límite al propio derecho al voto.
«Sin duda», afirmó, «votar es un derecho democrático. Lo es. Pero no en cualquier sitio ni a cualquier hora, ni de cualquier manera, ni sobre cualquier asunto». «No bastan las urnas para que un acto sea democrático ¿Qué es lo que falta? El respeto a la Ley. La esencia de la democracia es el respeto a la Ley», sentenció. Así, frente al mencionado derecho a decidir, Rajoy profundizó en los principios constitucionales: «¿Imagina alguien que se pudiera votar la supresión de derechos fundamentales como libertad de palabra, de asociación o de prensa? No», concluyó. «Por eso decidimos que determinadas materias, como los derechos y los principios, necesitaban un blindaje especial para que ninguna mayoría circunstancial, aunque fuera absoluta, pudiera quebrarlos».
En relación con la Constitución y con el blindaje de la propia integridad de España, el líder popular añadió: «No es que la Constitución impida a determinados señores hacer lo que les apetezca. Nos lo impide a todos. A mí también». Y ahí fue donde Rajoy redondeó una frase que fue aplaudida como si fuera un eslogan: «Cada catalán, como cada valenciano, es copropietario de toda España, que es un bien indiviso».
Si de algo estuvo ayer sobrado Rajoy fue de frases redondas: «La autonomía», añadió, «no supone transferencia de la soberanía, no otorga la propiedad del territorio sino la responsabilidad de gobernarlo de acuerdo con la ley». Y también de advertencias: «Sin la Constitución no habría Estatuto, ni régimen de autonomía, ni Generalitat». Pero no amenazó ni dio pistas al adversario. Le señaló el único camino posible para cambiar la Constitución, «el que marca la ley». «¿Acaso el respeto a los Estatutos se entiende como una merma a las libertades?», argumentó.
Pese a abundar en los principios, Rajoy contrarrestó también el derecho a decidir con el derecho a saber. Esgrimió –en relación con las inversiones del Estado en Cataluña o el pago a pensionistas y proveedores– «la solidaridad de ida y vuelta», y reprochó a los nacionalistas que oculten «que Cataluña sería más pobre» si se independiza. No obstante, se reafirmó en su política de diálogo, dentro de la «legalidad».
EL MUNDO 26/01/14