Juan Carlos Girauta-ABC
Como el elefante está en el salón, en el mensaje navideño le bastó con mencionar una sola vez a Cataluña
La hermenéutica de los discursos reales es casi un género periodístico. Valga decir que Felipe VI ha puesto muy fácil el acceso a esa especialidad, que dejó de presentar dudas interpretativas el 3 de octubre de 2017, cuando por fin todo el mundo entendió para qué sirve un Rey.
Todo el mundo menos Ada Colau, la alcaldesa nini, que, como es costumbre, no se entera y va diciendo que la monarquía no sirve para nada. Mire, Colau, si servirá, que desde aquel octubre les ha resultado imposible a los ingenieros sociales del nacionalismo colarles a los incautos que Cataluña tiene una sola voz. Ha de ser duro aceptarlo para la munícipe que, tras el atentado de las Ramblas, organizó la encerrona al Rey y a las autoridades de los tres poderes; encargó el servicio de orden a la ANC y diseñó una disposición en la marcha que colocaba por delante de la fila de autoridades a otra fila, supuestamente compuesta por bomberos, enfermeros… Servidores públicos que, de repente, se giraron exhibiendo carteles contra el Rey en su cara. Estuve allí. Fue una encerrona vergonzosa. Yo no me olvido, excelentísima nini.
La otra utilidad del discurso de octubre fue ponerles para siempre las cosas en sus términos a la bandada de pájaros zascandiles que han venido graznando al oído de los últimos monarcas. Operaron las afiladas palabras reales como esos ahuyentadores de los aeropuertos. Hacía falta un ingenio tal para los cucos que gustan de compaginar sus negocios, y una cierta proximidad a La Zarzuela, con su apoyo al plan secesionista. Ya fuera porque lo financiaban, ya porque se financiaban. Tengo para mí, sí, que la bandada fue despejada sin contemplaciones dos días después de la declaración de independencia, y que el tenor de las palabras de Felipe VI les habrá disuadido de continuar con su juego traicionero. Básicamente porque el Rey simboliza lo contrario de lo que ellos realizan. Y en esa ocasión constó para siempre que el Jefe del Estado iba en serio. Tan fuera de duda está, por tanto, su utilidad que desde entonces la España anti 78 ha colocado a la institución en el centro de la diana.
Puesto que el secesionismo es la peor amenaza de todas, fue la firmeza contra el golpe la que ha fijado la prioridad histórica de Felipe VI. Y como el elefante está en el salón, en el mensaje navideño le bastó con mencionar una sola vez a Cataluña, y hacerlo como «preocupación». Una bola con efecto. El gobierno en funciones ha guardado un silencio incómodo, desabrido sobre el breve y estructurado texto. Mientras, los socios de Sánchez echaban pestes, como corresponde a un club de separatistas y radicales de izquierda cuyos fines pasan por derrocar al Rey y volver a la república -régimen que tan bien ha funcionado en España las dos veces que se ha intentado-, destripar el modelo territorial y, en resumen, liquidar el sistema del 78. Al resto nos plugo. Lo mejor, lo de la revolución tecnológica.