Luis Ventoso-ABC

El descalabro económico durará años si se ahonda en el cierre

No volverá a haber catástrofe equiparable a la Segunda Mundial. Con los arsenales atómicos actuales, una conflagración así supondría la aniquilación de la especie. Combatieron 30 países y murieron 70 millones de personas, 40 en Europa. Se perpetró el crimen más brutal de la historia, el genocidio de los judíos. Los civiles sufrieron racionamiento y a veces hambre. Muchas ciudades se vieron reducidas a escombros. Las violaciones eran sistemáticas en algunos frentes. Los vecinos se agazapaban en las madrigueras de los refugios antiaéreos. El Horror, que diría Joseph Conrad. Pues bien, ni siquiera durante aquella calamidad apocalíptica, que se prolongó desde 1939 a 1945, se obligó a la población a encerrarse todo el día en sus casas. Las fábricas seguían abiertas -en parte para soportar el esfuerzo bélico-, pero también los cafés, los clubes y las tiendas, aunque poco hubiese para vender.

Tal vez nos esté pasando desapercibida la absoluta excepcionalidad del momento presente, único en la historia: un tercio de la humanidad está confinada en sus domicilios por orden de sus gobiernos para atajar al Covid-19, que ha provocado más de 22.000 muertes. Esa medida extrema permite darle la vuelta a la curva de contagios y salvar vidas. Pero, ¿cuánto tiempo debe prolongarse el tratamiento de choque? No me agrada Trump, pero a veces ofrece ramalazos de sentido común: «La cura no puede ser peor que el problema», ha advertido, prometiendo reabrir Estados Unidos el 12 de abril, a fin de salvar la economía. ¿Un disparate? La prioridad son las vidas de las personas, por supuesto, pero sin perder de vista que a más confinamiento y medidas extremas, más años de crisis severísima (lo cual equivaldrá a paro masivo, privaciones, revueltas sociales, depresión y desesperanza). Un dato que asusta: la semana pasada solicitaron el paro 3,3 millones de estadounidenses (cuando en la anterior habían sido 282.000). La trituradora de empleo está en marcha, porque se ha estrangulado la demanda. A España, país de servicios y turismo, esta clausura la destroza. Los sindicatos estiman que se han producido ya casi un millón de despidos. El BBVA vaticina que perderemos cuatro puntos de PIB.

Habrá un mañana y no podemos olvidarnos de él. El Gobierno, que hasta ahora no ha dado una, sopesa el cierre total (los separatistas presionan para ello y también parte de la opinión pública, alarmada por los muertos, como es lógico). Pero liquidar la poca economía que pervive nos llevaría a una espantosa resaca de pobreza. Dentro de unas semanas, España tal vez debería explorar la vía surcoreana. Confinar a los enfermos crónicos y a los mayores de 60 (en España, de 80 a 89 años se producen el 44% de los fallecimientos; de 70 a79, el 22,9%; y de 60-69%, el 8,6%). Y en paralelo, ir reabriendo tiendas, oficinas, fábricas y hostelería; aunque con protección reforzada, grupos reducidos y test que garanticen que quienes traten con público no estén contagiados. No planteo una disyuntiva «negocios contra vidas». Planteo proteger las vidas, pero de tal manera que no pasemos de una plaga a una pesadilla ingobernable.