· No ha sido una sorpresa la intervención militar francesa en Malí. Lo sorprendente es que hayan tardado diez meses en intervenir ¿Pero fue realmente una sorpresa la partición de Malí? Los franceses zurcieron en un solo país dos regiones muy diferentes entre sí, a las que dieron el nombre de un poderoso reino negro que dominó toda la región durante los siglos XII a XV. Cuando Malí recibió la independencia en 1960, el dictador Mobibo Keita nacionalizó la economía y proclamó que había instaurado el socialismo, pero lo que realmente había creado era un ineficiente y corrupto oligopolio estatal.
En 1968 el coronel Moussa Traore derribó a Keita y estableció una dictadura de partido único. En abril de 1991, la población maliense estaba lo bastante furiosa y desesperada como para alzarse en masa y derribar a Traore. La revolución consiguió instaurar un sistema democrático, pero no un Gobierno estable. Los avances han sido muy limitados. En los últimos 30 años la mortalidad infantil ha descendido de un 152‰ a un 109‰: El analfabetismo ha bajado de un monstruoso 86% a ‘solo’ un 54%. Al mismo tiempo, la población ha pasado de 7,5 millones a más de 15.
Los tuaregs se sublevaron en 1962-64, 1990-95, 2007-2009, y finalmente en marzo de 2012. Sin embargo sería un error creer que estos conflictos han sido acontecimientos centrales para el Estado maliense. Los tuareg son una minoría poco numerosa que ocupa una zona desértica y periférica. Los rebeldes han sido siempre como mucho unos pocos miles. No les apoyaba el conjunto de su etnia y jamás habían supuesto una verdadera amenaza para el Gobierno central.
La situación cambió por dos nuevos factores: el primero fue el agrupamiento de los integristas islámicos a partir de 2003 en nuevas organizaciones armadas muy violentas inspiradas en Al-Qaida. Incapaces de derrotar a los gobiernos existentes, los yihadistas se refugiaron en el desierto profundo, donde empezaron a ganar mucho dinero secuestrando a turistas y cooperantes extranjeros. Usaron estos fondos para comprar adhesiones y complicidades entre la población local. El segundo fue la revolución en Libia. Durante décadas, Gadafi había jugado a un juego maquiavélico: por un lado alentaba las sublevaciones tuareg en Malí o Níger. Por otro lado se ofrecía como mediador para alcanzar acuerdos de paz. Derrotado y muerto el dictador libio, los mercenarios que había reclutado apresuradamente regresaron a casa con las armas recibidas. De todas formas, el arsenal de origen libio no debe sobreestimarse. ¿Cuántas municiones y recambios conservan todavía los tuaregs? ¿Y dónde podrían conseguir más?
Absorbido por innumerables problemas, el Gobierno democrático de Malí subestimó la magnitud del nuevo alzamiento tuareg. En el pasado siempre había sido posible derrotar a los rebeldes o negociar con ellos, incluso contar con el apoyo activo de algunas facciones tuaregs contra los insurgentes. Ahora, en cambio, las fuerzas armadas de Malí, formadas por menos de 8.000 hombres, se han visto desbordadas. Desesperados al verse al borde de la derrota, los soldados malienses se amotinaron. Ahora bien, si su Gobierno no les había enviado lo necesario, no fue por negligencia sino por carecer de recursos. Por lo tanto la rebelión sirvió tan solo para acelerar la derrota que pretendía evitar.
Los tuareg habían conquistado por fin su soñado Estado independiente de Azawad, pero sus aliados yihadistas persiguen objetivos diferentes. Los tuaregs se conforman con un Estado propio, pero los yihadistas pretenden imponer sus dogmas fanáticos en toda la región. Por otra parte los tuaregs apenas suponen la mitad de la población de Azawad. Los shongais ocupan las tierras más fértiles en las riberas del Níger, beduinos arabizados ocupan el noroeste, dogones y peuls habitan en el ‘cuello’ entre Azawad y el resto de Malí. Los yihadistas, muchos de ellos forasteros, se basan sobre todo en el elemento árabe o arabizado.
Azawad supone el 70% del territorio maliense, pero el 30% restante concentra casi todas las tierras fértiles y casi toda la población del país. Para conquistar Azawad, los rebeldes solo necesitaron una campaña relámpago ejecutada por unos pocos miles de combatientes. Pese al pánico que cundió ante la conquista de Kona, parece improbable que los yihadistas puedieran conquistar regiones densamente pobladas por etnias sedentarias muchísimo más numerosas, que les recibirían como extraños e invasores. Y aunque conquistasen el sur de Malí, ¿cuanto tiempo podrían retenerlo contra la hostilidad de la población? En realidad, si no fuese por el colapso del Gobierno central, los yihadistas ni siquiera podrían conservar Azawad durante mucho tiempo.
Por el momento los yihadistas no se dejan intimidar por la intervención francesa ni por la hostilidad unánime de los países de la región, e incluso contraatacan, tomando otra ciudad cerca del frente, pero es una causa perdida. Dejando aparte la desproporción de fuerzas, los yihadistas se han malquistado con gran parte de la población local, reprimiendo por la fuerza todas las manifestaciones de religiosidad popular, imponiendo a punta de bayoneta su propia variante rigorista del islam. Por lo tanto su dominio podría desmoronarse como el de los talibanes afganos en 2001. El verdadero peligro es precisamente que se repita el caso afgano: que la victoria militar no proporcione estabilidad, los integristas vuelvan y el conflicto se eternice.
JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR, Especialista en el mundo Árabe, EL CORREO 16/01/13