José Antonio Zarzalejps-El Confidencial
El PNV siempre gana porque la izquierda acude en su socorro. El PP gallego, por el contrario, necesita mayoría absoluta porque está huérfano de aliados. Ambos huyen del quilombo catalán el 5 de abril
Las elecciones autonómicas vascas que se celebrarán el 5 de abril–adelantadas varios meses sobre el final natural de la legislatura- las volverá a ganar, y de largo, el PNV. Si en las anteriores los nacionalistas lograron 29 escaños sobre los 75 del Parlamento Vasco y más de 397.000 votos, es muy posible que en los próximos comicios se muevan en una horquilla de entre 30 y 32 parlamentarios y puedan formar mayoría absoluta con su socio tradicional que es el PSE-PSOE. Los socialistas tienden a subir de sus escuálidos nueve escaños actuales correspondientes a 126.000 papeletas y reiterarán gobierno en Vitoria con Urkullu al frente, que es el mejor lendakari de cuantos ha habido, José Antonio Aguirre incluido.
EH Bildu no dará más de sí (ahora con 17 diputados y 224.000 sufragios) y tampoco aumentará Elkarri Podemos (11 parlamentarios y 156.000 votantes). Los nacionalistas crecerán seguramente a cuenta de la derecha española que es allí una jaula de grillos, sea cual sea la fórmula y el candidato con los que se presente. El mal pronóstico de las posibilidades vascas del PP (ahora con nueve escaños y 107.000 votos), solo podría aliviarlo el mismo día 5 de abril una nueva mayoría absoluta de Núñez Feijoó que, de acuerdo con Urkullu, se distancia del quilombo catalán para intentar retener la mitad más uno de los también 75 diputados del Parlamento gallego, de los que en esta legislatura 41 son conservadores. Los populares, a diferencia de la ayuda permanente de la izquierda al PNV, no tienen aliados.
El presidente del Gobierno vasco (y el gallego) ha acertado al distanciar las elecciones vascas de las catalanas y al adelantarse también a la tramitación final de los Presupuestos del Estado. Su partido ha firmado con Sánchez un contrato más mercantil que político y quiere tener todo en orden cuando sea el momento de pasar por caja, encargo que asume Aitor Esteban, que es un señor de Bilbao como tantísimos otros de allí y que en Madrid se asemeja a un genio de la estrategia política y a un Demóstenes de la oratoria. Qué cosas.
Pero es que el PNV abduce y “aboba”. Los nacionalistas vascos parece que cuadran el círculo de la política un día sí y otro también. Y eso explicaría por qué “siempre gana” el partido-guía. Esa constante la desentrañó con brillantez Antonio Rivera, catedrático de Historia, articulista habitual de ‘El Correo’ de Bilbao. El pasado mes de mayo escribió en ese diario que, ante las victorias peneuvistas, “del Ebro para abajo asisten abobados a semejante embrujo (los triunfos del PNV) y lo jalean como demostración de genio”. No ocurre lo mismo más arriba del gran río porque, sigue Rivera, “esto viene siendo así desde la transición, desde los años 70. Desde entonces todos los gobiernos, empezando por el de Suárez, convinieron en que la interlocución de todos los vascos la llevaba el PNV, dejando en mal lugar a sus correligionarios del paisito”.
Lo que cuenta el académico es cierto. Y también lo es esto que sigue: “A fuerza de repetir ese error, todos, propios y extraños, se acaban creyendo que el País Vasco se representa adecuadamente en ese partido; así gana hegemonía por incomparecencia (…)”. Más aún: “la manera de aprovechar esa ventaja que se le ha dado en Madrid es conseguir favores colectivos para Euskadi. Ese era el procedimiento por excelencia del caciquismo político… la diferencia es que ahora quienes pagan más allá del Ebro lo interpretan como genio político (y lo siguen pagando)”. Pero, siendo esto así, ¿por qué les votan mis paisanos? Rivera también lo explica: “Para que nos dejen en paz, para que no desate (el PNV) su inclinación intrínseca soberanista y se ponga a maquinar planes. Cuesta una pasta esa prudencia, pero la damos por bien empleada.”
La genialidad del PNV es disponer de un rostro de granito, proclamar obviedades aparentemente sensatas, estar con Dios y con el diablo, socializar la responsabilidad de sus decisiones en un entramado orgánico innominado y bicéfalo y, sobre todo, inyectar en la vena de las elites del Estado el sedante de la llamada “moderación”. La maquinaria de los sabinianos, además, es casi perfecta en transferir responsabilidades propias a instancias ajenas y hasta le sacan chispas a los ‘abertzales’ radicales porque los presentan sutilmente como el riesgo en tanto que ellos juegan el rol garantista del ‘statu quo’.
Efectivamente, no les gusta un pelo lo que ocurre en Cataluña, no tanto porque los independentistas tengan en jaque al Estado, como porque el “conflicto político” catalán pone el foco –demasiada luz- sobre el régimen foral que se subsume en el Concierto que, en forma de Pacto Fiscal, podría ser una reclamación de los catalanes, difícil de que el Estado la encaje económicamente, pero sin tacha de inconstitucionalidad.
En definitiva, el PNV siempre gana porque como ha escrito otro analista tan escrutador como Juan Claudio de Ramón, “el nacionalismo no se discute, no se percibe como una ideología con la que competir, sino como una realidad (…)”. Efectivamente. Y si algo falla (los nacionalistas no han tenido ni tienen mayoría absoluta), la izquierda, en Euskadi y en Cataluña, acude en socorro del vencedor. Que en el País Vasco siempre es el PNV, un partido cuya dieta se compone en lo esencial de frutos secos, preferentemente, de nueces, después de sacudido el nogal por los jornaleros de turno.