Reflexiones sobre la Diada

EL MUNDO 12/09/13
HENRY KAMEN

· El autor analiza las razones históricas que llevaron a Cataluña a declarar el 11 de septiembre su día nacional
· Dice que actualmente se convoca no como una celebración cultural, sino para dar cuerpo a un mito nacionalista

Los pueblos que se enorgullecen de su historia y su cultura siempre prefieren celebrar sus éxitos, porque el éxito trae satisfacción y expectativas. Cuando los franceses celebran el Día de la Bastilla, es porque el evento significó el fin de una antigua mala era y el comienzo con esperanza de una buena. En general, las fiestas nacionales –una invención del siglo XIX– siempre llevan consigo un mensaje de peso político. La regla era que las fiestas nacionales enfatizaran las lecciones del pasado, y crearan la solidaridad para el presente. Cualquier nación –Estados Unidos, Francia, México, Grecia, Vietnam– suele estar orgullosa de celebrar un día simbólico del pasado, como base para futuras esperanzas y expectativas.
Sin embargo, la fiesta nacional catalana (que en nuestro siglo está completamente eclipsada por la conmemoración de la trágica experiencia de la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001) tiene características que son peculiarmente propias. Es, en primer lugar, una conmemoración no del éxito, sino de la derrota. A diferencia de los estadounidenses, que se niegan a otorgar un significado emocional a los acontecimientos del 11 de septiembre y han dedicado todos sus esfuerzos en convertir la derrota en victoria, algunos escritores y políticos catalanes en los últimos tiempos han preferido deleitarse en la derrota, porque les da un mayor sentimiento de indignación moral.
Curiosamente, mucha gente en Cataluña no sabe exactamente el significado de la fecha de la fiesta. Es uno de los aspectos más extraños del caso pero tal vez no sea sorprendente, ya que durante la mayor parte de los últimos tres siglos la fecha no ha desempeñado ningún papel en la conciencia de los catalanes. En una encuesta que hice personalmente, pregunté a varios catalanes qué motivo había para la fecha, y ninguno supo darme una respuesta correcta. La primera ley aprobada por el nuevo Parlamento de Cataluña en 1980, bajo la Presidencia de Jordi Pujol, fue un decreto de 12 de junio estableciendo el 11 de septiembre como la Diada de los catalanes. El texto de la ley declaraba que la propuesta «representa la memoria dolorosa de la pérdida de nuestras libertades el 11 de septiembre de 1714». Había, por desgracia, un error fundamental en la elección de esta fecha: Cataluña no perdió sus «libertades» el 11 de septiembre. Ese evento, según todos los historiadores, no ocurrió sino hasta varios días después. Cuando se dieron cuenta de que se había cometido un error en la fecha, algunos responsables trataron de sugerir otras interpretaciones. Un líder nacionalista que ahora es alcalde de Barcelona escribió en EL MUNDO en 2004: «El 11 de septiembre de 1714, después de más de un año resistiendo un asedio duro y doloroso, al final de una larga guerra en defensa de las libertades de Cataluña, la ciudad de Barcelona se rindió a las tropas franco-españolas del rey Borbón, Felipe V». Una vez más, eso está equivocado. La capitulación tuvo lugar no el 11 de septiembre, sino poco después del mediodía del 12 de septiembre.
El pequeño problema de no saber lo que significa la fiesta es, como suele suceder, mucho menos importante que la agenda política específica que lo acompaña. El 11 de septiembre, tal como se celebra actualmente en los círculos oficiales, no es una celebración de la cultura y la historia de las tierras catalanas, sino más bien un intento deliberado y consciente de dar cuerpo a un mito nacionalista politizado. En ese sentido, la validez histórica de la fecha es menos significativa que su función, que es la de dar a los ciudadanos de Cataluña un momento en el tiempo con el que se puedan identificar políticamente.
No hay evidencia clara de cuándo nació por primera vez la idea de elegir la fecha. Durante 200 años después de los acontecimientos de 1714, nadie pareció haber pensado en aquel día de septiembre. En un famoso libro acerca de esos días publicado en 1905, el historiador catalán Sanpere i Miquel señalaba un día digno de destacar: «Era un hecho el 14 de septiembre». Ese, dijo, fue el día en que una Cataluña libre murió.
Sin embargo, otros decidieron inventar su propio día. En 1901, los regionalistas decidieron arbitrariamente identificar el 11 de septiembre de 1714 como un día nacional. En tal fecha de ese año un pequeño grupo de jóvenes decidió colocar una ofrenda floral en el monumento a uno de los héroes del sitio de Barcelona de 1714. Llevó 70 largos años alcanzar mas apoyo para ese día. Cuando terminó la dictadura de Franco, una concentración popular en el pueblo de Sant Boi de Llobregat en 1976 respaldó el 11 de septiembre como celebración de la Diada y la idea fue confirmada por otra manifestación en Barcelona el 11 de septiembre de 1977.
Una cosa era instituir un día; otra muy distinta, hacer que la gente sea consciente de ello. En consecuencia, al inventar el día, los regionalistas también inventaron una ideología que lo acompañara. ¿Qué intentaban celebrar? ¿La cultura de Cataluña, sus logros, sus características, sus aspiraciones? No, en absoluto. Estas características ya las habían celebrado los intelectuales de la Renaixença del siglo anterior, pero no habían proporcionado ninguna satisfacción política. Por lo tanto, era el momento de pasar a la ofensiva, y la corriente de oposición a la dictadura de Franco suministró la materia prima necesaria. La derrota implica solo pérdida, por lo que los regionalistas empezaron a convertirla exclusivamente en reivindicación. Devolvednos, exigían, las cosas buenas que habéis tomado. Esta era una actitud muy negativa, y provocó conflictos y desacuerdos.
Cataluña, los nuevos ideólogos declaraban, debe recuperar lo que ha perdido. Eso la devolvería a los días de triunfo del pasado: «Catalunya triomfant, tornará a ser rica i plena!» Pero efectivamente ¿qué había perdido Cataluña? Era una cuestión fundamental, que ha afectado y seguirá afectando a los movimientos nacionalistas en todas partes. ¿Fue la unión de Gales con Inglaterra una historia de pérdida y de opresión? ¿Fue la unión de Escocia con Inglaterra una historia de caída en la miseria y la pobreza? ¿Seria Quebec más rico y más poderoso hoy si no hubiera estado unida al Canadá británico? ¿Entraron las tierras catalanas en una decadencia irreversible cuando se unieron a la España de los Borbones? ¿Acaso Castilla destruyó la lengua de los catalanes?
Para presentar todo el pasado catalán como una víctima de las potencias extranjeras, principalmente de Castilla, un puñado de historiadores y políticos de Cataluña empezó en la década de 1900 a inventar una versión totalmente mítica de lo que habían perdido. Una versión completamente inventada y ficticia del pasado (y de hecho del presente) se está propagando en este momento en la prensa y la televisión con el uso generoso del dinero público. Eso, en esencia, es la alta traición que algunos políticos catalanes están preparando cuidadosamente para nosotros en los próximos días.
EL DEBATE sobre estas cuestiones ha llenado muchos libros, y llenará muchos más. Este no es el lugar para entrar en argumentos. La cuestión esencial es que al conmemorar un día nacional de Cataluña, la mayoría de catalanes y españoles están esperando celebrar el carácter y logros de un pueblo que ha tenido sus días oscuros, pero que también ha tenido la energía para ser a la vez resistente y vigoroso, ansioso por participar en las comunidades con las que se ha asociado siempre dentro de la península ibérica y en los territorios de Europa. Un día nacional nunca debería ampararse en conflictos, antagonismos, separación y visión provinciana. No tenía sentido unir las manos para formar una cadena humana con la intención de excluir todo lo que se percibe como ajeno a nuestra lengua y creencias. En su lugar, se debe mejorar lo que siempre hemos poseído de valor real, y hacer algo para unos y otros, porque no somos sólo individuos sino parte de algo más grande y más importante, algo que pasará a las generaciones futuras en la forma de identidad, valores e ideales compartidos. La creación de una nación es una tarea que está en constante progreso y requiere horizontes más amplios y abiertos.
Henry Kamen es historiador británico, su último libro es El Rey loco y Otros Misterios de la España Imperial (La Esfera de los Libros 2012).