JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Contando hijos y nietos, en general vinculados a su tierra de origen, pueden ser hoy un millón y medio en Cataluña

Nadie ha pedido censura para ese programa de TV3 donde un grupo de supremacistas chulescos practican de manera sistemática un supuesto humor que atiza el odio con gran eficacia. El último ha sido una burla descarnada de los andaluces, cuyos sentimientos se ha buscado zaherir poniendo a una Virgen del Rocío a soltar obscenidades. ¿Censura? No, solo se les ha exigido que se disculpen, a lo que por supuesto se han negado, jactanciosos, el director del programa y su banda.

Ridiculizar el acento andaluz es un clásico del supremacismo. A Cataluña se la ha llamado ‘novena provincia andaluza’ porque casi un millón se trasladó allí hace medio siglo. Contando hijos y nietos, en general vinculados a su tierra de origen, pueden ser hoy un millón y medio. Son catalanes de segunda pese a la retórica de integración del primer nacionalismo. Integración que consistía en dotarles del alma de la que carecían, según las conocidas palabras de Pujol: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual».

Una desgracia catalana es la aculturación de una gran parte de Cataluña conocida como «los inmigrantes», pese a que trasladarse de Almería o de Granada a Barcelona es simplemente moverse por tu país. A mí nadie me llama inmigrante en Toledo. Al presidente de Andalucía, que nació en Barcelona, tampoco. La lengua castellana es ampliamente mayoritaria en Cataluña, pero toda la vida pública se despliega en catalán. La sumisión ya se adivinaba en los años setenta, cuando aquellos que no podían pronunciar un discurso en catalán se sentían obligados a pedir perdón por hablar en castellano en los actos políticos tan pronto como tomaban la palabra. Esta desgracia catalana se traduciría casi sin excepción en las elecciones: cuando eran generales, el cinturón industrial de Barcelona, donde se vive en castellano pese a la larga inmersión, votaría mayoritariamente al PSC, sucedáneo, partido nacionalista distinto al PSOE. Cuando eran autonómicas, el grueso de ese segmento enorme de población catalana optaría por la abstención. Simplemente sienten que la instancia responsable de las principales políticas que afectan a su vida no les atañe.

No, no se ha pedido censura para el humor de TV3, por repugnante que resulte. Sin embargo, dado que la finalidad de los amargos comediantes de ese medio público no es otra que sembrar el odio, y que similar objetivo persiguen otros programas (digamos serios), solo caben dos reacciones: o bien una serie de programas de humor se dedica a contrarrestar las olas de bilis con odio de otro signo, cosa que ni sucederá ni resulta éticamente aceptable, o bien se cierra TV3. Bueno, también se puede seguir aguantando. Como tutsis con la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas.