IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El supremacismo catalán sigue considerando a los andaluces como unos ignorantes inadaptados. Los hijos del desarraigo

El supremacista es un tipo seguro de sí mismo. Se considera distinto –mejor– a los demás, más inteligente, más culto, más sofisticado, más rico, quizá incluso más guapo. Porque sí, porque él lo vale, porque lo dicta su orgullo de pertenencia a un colectivo preminente, su adscripción a una ideología irrefutable, su nacimiento en un territorio determinado. El supremacista nacionalista necesita además demostrar su estatus haciendo exhibición de esos rasgos que según él le distinguen del resto de los ciudadanos de un país en el que se siente oprimido o asfixiado por un marco legal igualitario. El supremacista nacionalista catalán expresa esa conciencia diferencial a través del rechazo a la autoridad del Estado, pero también hacia los españoles, gente de carácter cetrino, hosco, rancio, que conserva ritos atávicos como matar toros, votar a la derecha o pasear santos. Y de entre ellos desprecia en especial a los andaluces, esos ignorantes inadaptados, hijos del desarraigo a los que Cataluña hizo hace muchos años el favor de admitirlos como fuerza de trabajo y lejos de agradecer el trato se empeñan en seguir hablando en castellano.

En ese sentido, o en ese contexto, la burla de TV3 a la Virgen del Rocío no es tanto una ofensa religiosa como una burla a un pueblo a través de un estereotipo folklórico que trata de ridiculizar sus sentimientos. La sátira de la religión es aceptable y hasta saludable –aunque se echa en falta que tanto sedicente humorista se atreva con todos los credos— y no debe mover a escándalo si viene envuelta en ingenio, agudeza, salero o talento. Pero no se trata de eso: el `sketch´ de marras no era una transgresión intelectual sino una falta de respeto, una zafia parodia de las costumbres y la prosodia andaluzas como falso epítome del subdesarrollo irredento. El clásico recurso xenófobo de un separatismo estrecho de miras, corto de conceptos, ebrio de superioridad moral y cultural, autosatisfecho de mirarse al espejo y encontrarse más cosmopolita que nadie, más civilizado y más moderno. Y como tal lo último que cabe es tomarlo en serio, que viene a ser una forma de otorgarle dignidad a semejante esperpento.

Las querellas anunciadas no irán a ninguna parte; ese mamarracho está protegido por la libertad de expresión y carece de encaje en los tipos penales. Los autores están encantados del ruido y no piensan disculparse, y sus jefes independentistas saben que tienen pocos votos que rascar entre la población de origen inmigrante. Es mejor dejarlos en su complaciente burbuja de segregacionismo mal disimulado, aplicarles el desdén soberano de un acervo senequista antiguo y sabio enraizado en el sustrato moral de una comunidad curada de espantos. Que se queden con su tufo narcisista, sus humos altos, su victimismo de cartón y su aire fatuo. Y por supuesto, que se vayan con su pu…ñetera gracia al carajo.