SARA HIDALGO GARCÍA DE ORELLÁN-EL CORREO

  • Las mujeres acosadas por el terror han tenido escasa visibilidad

Mapi, Begoña, Esther, Izaskun, Rafaela, Sara, María Jesús o Soledad son nombres que a priori no tienen nada en común, pero sí lo tienen: la experiencia del totalitarismo en Euskadi. Primero, el del franquismo; más tarde, el de ETA.

La experiencia de las mujeres y su rol como sujetos históricos ha sido silenciada a lo largo de la historia. Parece que solo fueron hombres los que lucharon contra los invasores que sitiaban ciudades, los que pensaron y crearon conocimiento, los que hicieron revoluciones o, en el caso de la historia de España, los que lucharon contra el franquismo. Pues no, cada vez más estudios historiográficos están sacando a la luz la crucial labor que muchas mujeres han desarrollado a lo largo de los siglos. Porque esa imagen de mujer como un ente etéreo y delicado no ha sido más que un estereotipo creado que ha contribuido, y mucho, a silenciar la experiencia de las mujeres y su labor en el devenir de los tiempos.

En el caso vasco, muchas mujeres han contribuido al advenimiento y consolidación de la democracia tras el franquismo, y lo han hecho de muy distintas formas. Aquí presento a las que lo hicieron desde la bancada socialista. Primero, fueron muchas las que ayudaron en la lucha antifranquista en los últimos años de la dictadura, desde la intimidad del hogar algunas, desde la primera línea de la clandestinidad otras. Unas fueron sentenciadas a prisión y otras sufrieron las penalidades derivadas de la cárcel del marido o padre, con lo que ello conllevaba de tener que aguantar el timón del hogar, dar de comer a la familia y asegurar su supervivencia económica, amén de seguir con las actividades clandestinas, escondiendo pasquines o llevando documentos allá donde fuera necesario. Cuando acabó la dictadura, a estas mujeres apenas se les reconoció su labor.

Ya en democracia, fueron muchas las que se fueron enganchando al ejercicio político. Concejalas y alcaldesas fueron las que más abundaron, pero también hubo junteras, parlamentarias, viceconsejeras y consejeras. En esta nueva tesitura, todas ellas padecieron el acoso de ETA, cuya violencia terrorista se extendió hasta 2011. Me refiero a actos de kale borroka que se llevaron vidas por delante, como ocurrió por ejemplo en Portugalete en 1987, pero también negocios u otros bienes. A ello se le sumó la violencia de persecución, cuyas cotas más altas se dieron a partir de 1995. Agresiones, acoso, amenazas, insultos eran las formas de violencia más frecuentes, a los que se sumó la presión social y el aislamiento social, que solía ser más velado, pero no por ello menos palpable.

En esta tesitura, se dio inicio a un proceso que vivieron muchos y muchas ciudadanas vascas: el ser despreciados por el colectivo y el ser poco a poco objetos de un proceso de deshumanización que añadió más sufrimiento, si cabe, a esta experiencia. Además de las mujeres que vivieron esta situación por su militancia política o por ejercer un cargo público, otras muchas lo vivieron desde la intimidad del hogar, y no por ello la violencia operó menos.

Ejemplos de esto último podía ser el vacío de las vecinas en la carnicería por saber que el marido «era concejal socialista», la angustia contenida esperando una llamada de teléfono para saber que el marido o el padre estaban bien -en tiempos en que las comunicaciones no eran como hoy, ese lapso temporal podía condensar un sinfín de emociones- o el dolor porque el hijo o hija en el colegio tenía problemas derivados por la militancia política del progenitor o progenitora. De hecho, esta cuestión de los hijos ha salido de manera irremediable en las historias de vida de estas mujeres, pues ellas veían cómo la infancia, inocente y pura por definición, quedaba marcada, algo que a veces no desaparecía ni siquiera al pasar a la edad adulta.

La historiografía no había otorgado suficiente atención a esta amalgama de experiencia, y de ahí nace el libro ‘Resistencia socialista en femenino. Violencia de ETA y mujeres del PSE desde la Transición hasta 2011’, impulsado por la Fundación Ramón Rubial. En él se han recogido los relatos de muchas mujeres que desempeñaron distintas tareas tanto a nivel orgánico como institucional y que tienen en común la vivencia del totalitarismo, especialmente el etarra.

Se ha optado por la recogida de los relatos orales porque éstos nos muestran los matices de la experiencia, las emociones que la han tejido, el porqué de muchas decisiones personales que acabaron afectando al colectivo. Una experiencia, la de estas mujeres, que ha estado invisibilizada y que se ha querido sacar a la luz, para hacer ver que también ellas formaron parte de la resistencia a ETA, que también ellas participaron en la consolidación de la democracia en Euskadi y que también ellas fueron protagonistas del tiempo que les tocó vivir.