José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Si han caído todos, y hasta Rufián puede terminar en la alcaldía de Santa Coloma de Gramanet, ¿por qué no Sánchez? Feijoo está ahí para el recambio 

La XIV legislatura de la democracia española está siendo especialmente cruel con sus principales protagonistas políticos. Los está devorando uno tras otro. Los líderes son fugaces, líquidos. Es el signo de los tiempos en una España que ha perdido para el elogio de la historia, de momento y a la espera de que la perspectiva temporal ofrezca un enfoque más equilibrado, al primer jefe del Estado de la democracia e instaurador de la nueva monarquía parlamentaria, Juan Carlos I. Aunque abdicó en 2014 —X legislatura— ha sido en esta cuando se ha producido su desplome reputacional

Brotaron los nuevos partidos y sus líderes cuando en las elecciones europeas de 2014 aparecieron Podemos y Ciudadanos y se extinguió UPYD. Luego, en las generales de 2015 y en otras tres convocatorias más entre 2016 y 2019, se rompió el paradigma del bipartidismo imperfecto y emergió el multipartidismo que ha derivado en una política de bloques inconciliables debido al sectarismo de unos y a los errores tácticos y estratégicos de otros. Se musculó la izquierda radical, pero mucho más la derecha del mismo signo, y ambas disponen en último término de la manija del poder, actual o futuro.

El prometedor Albert Rivera fue el primer caído en la batalla de la XIV legislatura: se fue de la política tras el descalabro de las elecciones generales del 10 de noviembre de 2019 (Ciudadanos pasó de 57 a 10 escaños). El catalán encarnó una promesa rutilante y, a la postre, significó una decepción extraordinaria. Su error de cálculo antes de los últimos comicios propulsó la coalición de Pablo Iglesias y de Pedro Sánchez (noviembre de 2019) que se perfila ya como un grave accidente en la trayectoria política de las últimas décadas. 

De ahí que el segundo caído fuera, precisamente, el líder y cofundador de Podemos, Pablo Iglesias, que en marzo de 2021 abandonó la vicepresidencia del Gobierno, dejó el escaño, fracasó en las autonómicas de Madrid de mayo de ese año y entregó formalmente la organización a Díaz y Belarra en una decisión cesarista de la que ya se ha arrepentido. Parte de su periplo lo cuenta en un libro editado por un periodista —otro— ‘Verdades a la cara‘ que se publicará el próximo día 11.

También ha sido dura la caída de Pablo Casado. No hay que buscar explicaciones demasiado sofisticadas a su mutis por el foro: le obligaron a hacerlo sus barones porque le percibieron como un perdedor, tras una secuencia errática en el manejo de la presidencia del Partido Popular y en el modelo de oposición a Sánchez y al PSOE. 

Los cisnes negros que han alterado todas las previsiones de esta XIV legislatura amenazan también el futuro de Pedro Sánchez; lo precarizan, lo transforman en problemático e inseguro. Se confundió de raíz, tanto como el propio Rivera. El error de la coalición —por legítima que fuera— y su apoyo en fuerzas antisistema le han conducido al absolutismo benevolente, a ningunear a unos socios en el Consejo de Ministros, a regatear a los aliados parlamentarios en cuestiones esenciales y a incurrir en constantes contradicciones. Sacó los presupuestos generales del Estado de este año y ha dado por exprimida la rentabilidad de sus pactos. Y sus interlocutores lo saben.

La pandemia, la invasión de Ucrania y la crisis económica, combinado todo ello con pifias históricas como la cesión ante Marruecos, un diálogo sostenido en la nada jurídica con el independentismo catalán, una crisis de Gobierno fallida en junio del pasado año y la pérdida de la sintonía con el latido de la calle en plena crisis económica con casi un 10% de inflación le han aislado, por una parte, y disminuido su credibilidad, por otra, hasta niveles ínfimos.

En estas circunstancias se está ya produciendo ese murmullo que precede al vocerío: ¿terminará Sánchez como Zapatero por el desplome económico? ¿Tendrá el presidente del Gobierno un mayo de 2010 como su compañero de partido? ¿Cuándo dejarán de soportarle sus socios en el Gobierno y en el Parlamento? ¿Podrá el PSOE sostener por más tiempo la nueva identidad de su organización convertida en una plataforma de apoyo sumiso al líder? 

Estas preguntas no tienen aún respuesta y quizá puedan cumplimentarse si en los próximos meses Sánchez es capaz de lo que nadie cree que consiga: comportarse como un estadista y no como un oportunista. Porque en una apreciación futurible existe coincidencia: el secretario general del PSOE no se presentará a las elecciones para perderlas y, si lo hace y es derrotado, no durará en el Congreso. ¿Alguien se imagina a Sánchez de líder de la oposición con un presidente del PP y, eventualmente, un vicepresidente de Vox? Sin él y con Núñez Feijóo, serían posibles pactos de Estado. Pero la hipótesis de su retirada, aunque es arriesgada, resulta verosímil en estos días en los que las consecuencias de su mal gobierno se dejan sentir. 

Cuando el mitológico Saturno devoró a sus hijos, no indultó a ninguno de su glotonería caníbal. Si han caído todos en esta XIV legislatura y hasta Rufián puede terminar ostentando la alcaldía de Santa Coloma de Gramanet, ¿por qué Sánchez no estaría llegando al final de su escapada? Hoy, el presidente se entrevista en la Moncloa con el único político de centroderecha que puede representar una alternativa creíble y posible. Después viaja a Marruecos para consumar uno de sus mayores errores políticos.