Saber y creer

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 22/06/13

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· Creo imprescindible un conjunto de ideas para interpretar la realidad.

Aunque parezca mentira, la necesidad de creer sigue dominando a la voluntad de saber. En el dominio de la necesidad sobre la voluntad se basó durante milenios el triunfo de las religiones sobre la filosofía -excepción siempre hecha de la Grecia clásica- y sobre la ciencia, sin discusión hasta el siglo XVII en el que pareció que la razón terminaría por imponerse a un mundo dominado por la religión para exorcizar miedos seculares. Pero la victoria de la razón, de la voluntad de saber, no es clara ni aún en nuestros días, periodo en el que el conocimiento está a disposición de una gran mayoría de ciudadanos.

El siglo XX fue un periodo de tiempo en el que convivieron de forma paradójica, todavía incomprensible para personas normales, grandes avances del conocimiento que nos pusieron en la antesala de la globalización y asentaron los cimientos del Estado de Bienestar, sin el cual hoy nuestras sociedades serían desconocidas, con las más incomprensibles matanzas en aras de un mundo perfecto, dibujado por ideologías totalitarias de signo diferente: el nacionalsocialismo y el comunismo. Ambas tuvieron una vocación totalizadora, una visión global del mundo dominante y radicalmente excluyente, con sus ortodoxias, sus líderes e itinerarios reconocibles, características todas que concurren en las religiones sin evolucionar.

Las ideologías totalizadoras aniquilaban el principio crítico en el que se basa la voluntad de saber y exacerbaban la necesidad de creer en el líder y en la ortodoxia que de él fluía. Podemos recordar muchos ejemplos de estos procesos, similares en Alemania y en la República Soviética, pero con uno, concerniente a la ideología que todavía sorprendentemente aún pervive, será suficiente: La teoría biológica de Lysenko, que se impuso en la Unión Soviética desde 1934 hasta 1964, en contra de la existencia de la de los genes y que condenaba a ésta última por «desviación fascista y trotskista-bukharinista de la teoría genética»; la necesidad del Estado totalitario, contra toda evidencia científica, se impuso a la necesidad de saber, con lamentables consecuencias para la agricultura y por lo tanto para la atribulada población rusa.

Llegados a este punto el lector puede creer que yo abogo por la desaparición de las ideologías, como algún insigne franquista, pero se equivocará rotundamente. Creo imprescindible un conjunto de ideas fundamentales para interpretar la realidad en la que vivimos, pero no creo en la transcendencia religiosa de las mismas, tenemos que ponerlas a disposición de una crítica si no feroz, sí constante. La socialdemocracia centroeuropea se apeo de estas pretensiones totalizadoras muy pronto y su influencia en algunos dirigentes de izquierdas españoles dio como resultado una política moderada. Sin embargo, el socialismo español es heredero principal del francés -como de otros muchos aspectos culturales, administrativos y judiciales-, muy diferente al centroeuropeo y al anglosajón, todavía mucho mas «laico». Y los franceses siempre han tenido una vocación universal en el campo de la política -en contraste con su posición secundaria respecto a España, Inglaterra o Rusia a la hora de crear arquetipos generales en el mundo de la literatura, por otro lado exquisita- para la que es necesaria una mínima transcendencia, aumentada en nuestros lares por la influencia del catolicismo en todos los ámbitos de la sociedad. El socialismo español, deudor sin duda de la tradición laica francesa, ve fortalecida su adquisición por el misticismo que nos es propio y característico.

A mi juicio esta inclinación religiosa nos impide ponernos de acuerdo con otras opciones ideológicas en materias que tienen que ver más con el saber que con el creer. Esa tradición esencialista, hoy derrumbada por los nuevos conocimientos puestos a nuestro alcance, incrementa artificialmente las diferencias y dispone a sus integrantes a situarse en una superioridad moral, de naturaleza colectiva, que no tiene justificación alguna. Desde una socialdemocracia critica, basada en la razón y el conocimiento, sería posible una alternativa política enérgica y vigorosa en este tiempo tan complejo.

Por el contrario, hacer propuestas de carácter sectorial sobre una u otra cuestión, sin revisar el fondo de la misma puede devolvernos al gobierno y a detentar el poder, pero con una consecuencia inevitable: la distancia entre lo dicho, lo propuesto en la oposición -en la que se afila e incrementa desordenadamente la trascendencia ideológica- y la acción de gobierno convenientemente matizada por una realidad que no atiende a soluciones únicas o sencillas definidas con anterioridad.

Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 22/06/13