Sabino Arana, el racismo independentista

Sabino Arana, anti-español y anti-liberal, racista y aborrecedor de España, oportunista de hoy para ser independentista mañana… no se puede decir que al día de hoy las cosas hayan cambiado a mejor.

Por si alguien piensa que el nacionalismo se mama y no se instila pocos ejemplos podría haber más claro de lo contrario que Sabino Arana, el fundador del PNV. Procedía de una familia de convencidos carlistas que veneraban a España. El cambio se produjo en Arana por el simple influjo de su hermano Luis que había sido inoculado del odio a España por el nacionalismo catalán. Aunque sigue siendo común ¬aunque cada vez menos¬ anteponer ambos nacionalismos, lo cierto es que los puntos de identidad superan con mucho a las diferencias. Ambos partían de una realidad social no nacionalista ¬que, por ejemplo, hizo protestar a Cambó de que todos los catalanes se sentían españoles y no una nación diferente¬ ambos tenían un impulso imperialista que les llevaba a anhelar el dominio de otros pueblos; ambos ansiaban rescribir la Historia para adoptarla a sus fábulas; ambos profesaban un fundamentalismo católico profundamente excluyente y ambos se alimentaban de un odio profundo, injusto e incansable a España. Luis Arana aceptó esa visión propia del nacionalismo catalán y convenció de ella a su hermano Sabino en torno a 1882, cuando apenas contaba diecisiete años. Lo que emergió de ese adoctrinamiento resultó evidente desde el principio.

El primer periódico de Arana ¬«Bizkaitarra»¬ ya se definió en su primer número como «anti-liberal y anti-español». Odiaba a España y a las libertades vinculadas al liberalismo y les oponía un proyecto utópico, teocrático y profundamente racista. Precisamente por ello, podía afirmar que los españoles eran «el testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila… su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad». Esa inferioridad racial venía vinculada a una innegable, para Arana, inferioridad espiritual.

Frente a una Euzkadi profundamente católica y por ello superior, «España, como pueblo o nación, no ha sido antes jamás ni es hoy católica». No resulta por ello extraño que se dirigiera contra los vascos alegando «habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado o confundido con la raza más vil y despreciable de Europa» o que se quejara de que algunos españoles hablaban vascuence. Como afirmaría sin tapujos: «Muchos son los euzkerianos que no saben euzkera. Malo es esto. Son varios los maketos que lo hablan. Esto es peor».

La raza, la sangre, el suelo, la lengua eran las características que aparecían en la ideología de Arana, totalmente ayuno de conocimiento histórico y no buen conocedor del vascuence. Buena prueba de ello es que la misma palabra Euzkadi con la que los nacionalistas vascos se empeñarían en bautizar a su ficticia patria está formada por la absurda raíz euzko ¬que según Arana significaría «vasco»¬y un sufijo colectivizador, -di, que se utiliza sólo para vegetales.

No resulta extraño que ya en su época Unamuno la denominara «grotesca y miserable ocurrencia» a la vez que calificaba a Arana de «menor de edad mental», algo en lo que quizá no andaba tan errado teniendo en cuenta la época en que Arana se convirtió al nacionalismo. ¿Quién hizo caso a Arana en su época? Prácticamente nadie. Las Vascongadas se sentían profundamente españolas y además habían progresado enormemente con la liberalización posterior a las guerras carlistas. Salvo en algunas aldeas pocos estaban por la labor de escuchar aquellas sandeces pseudo-históricas y racistas. En 1898, Arana creyó llegado el momento del PNV. Si Estados Unidos asestaba una derrota mortal a España, ésta podría disgregarse y Euzkadi conseguir su independencia. Entusiasmado, llegó incluso a felicitar al presidente de Estados Unidos por su triunfo en Cuba y Filipinas. La aplastante mayoría de los vascos no pensaba así y no fueron pocos los que apedrearon la casa de Arana considerando que era un vil traidor. Si el PNV no desapareció entonces fue porque en él se integró el grupo foralista de Ramón de la Sota y porque Arana adoptó una táctica distinta.

En público repudió los objetivos independentistas y defendió la creación de una Liga de vascos españolistas de carácter autonomista. Ciertamente, había llegado a la conclusión de que el objetivo independentista no era factible. Con todo, en un manuscrito publicado en 1979 por el profesor Corcuera, Arana aparece todavía soñando en esa época con una independencia «bajo la protección de Inglaterra» y en su drama Libe volvió a escribir una historia falsa para fundamentar semejante dislate. Su sucesor, Ángel Zabala, se ocuparía de mantener el aranismo de los primeros años. Anti-español y anti-liberal, racista y aborrecedor de España, oportunista de hoy para ser independentista mañana… no se puede decir que al día de hoy las cosas hayan cambiado a mejor.

César Vidal, LA RAZÓN, 27/11/2003