Hubo un error de bulto en la estrategia diplomática con Marruecos desde que Pedro Sánchez decidió dar un giro copernicano sin encomendarse a Dios ni al diablo. Esto es: sin consultar con la oposición en un asunto de calado. Este presidente que tanto reclama a la oposición que tenga sentido de Estado y que él no aplica, lleva arrastrando ese lastre sin posibilidad de encauzarlo porque todos, menos su grupo, le han abandonado en el Congreso. Ayer, en su comparecencia parlamentaria, su soledad quedó en evidencia. Sus bandazos han tenido consecuencias lamentables con Argelia. El país del Magreb, que es nuestro principal suministrador de gas, en cuanto terminó Sánchez su intervención, anunció que suspende su tratado de amistad con España por su «injustificable» giro sobre el Sáhara Occidental.
No se puede estar en la procesión y repicando. Es lo que ha intentado hacer Sánchez con Argelia y Marruecos. Y le ha salido mal. No se puede dar entrada clandestina al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, engorilando al Rey de Marruecos tan dispuesto siempre a enviar avalanchas de emigrantes y luego, para compensar, dejar a los saharauis a los pies de los camellos de Mohamed. Una chapuza. Sus explicaciones no convencieron ni a la oposición, ni a sus aliados de investidura ni a sus socios de Gobierno. Se empeñó en sostener que él cumple con las resoluciones de la ONU. Y estaba dispuesto a repetirlo cuantas veces hiciera falta, las mismas que dice que la oposición le estorba. Pero no le creen. No les sirve la comparación con otros países que han cambiado de posición porque la relación de España con el Sáhara es la de una potencia descolonizadora. Si Naciones Unidas, en sus resoluciones, mantiene que la solución del Sáhara pasa por su libre autodeterminación, ¿a qué viene ese empeño en retorcer la realidad? Cuando las razones se ocultan se disparan las conjeturas. De sus socios habituales, el PNV dice en voz alta lo que todo el mundo piensa. Que el viraje es fruto de un chantaje de Marruecos, que le espió el móvil. Sánchez niega la mayor pero no convence. Este bandazo no cuenta con el aval del Congreso. Es cosa suya. Por eso Santiago Abascal le recalcó que «los acuerdos con Marruecos solo le comprometen a usted, no a esta Cámara».
La respuesta comodín de Sánchez suele ser que «a España le interesa llevarse bien con Marruecos». Claro. Los gobiernos anteriores ya lo habían logrado sin necesidad de haber dejado a los saharauis colgados de su referéndum. Así no se hace política de Estado. ¿Cómo ha podido actuar con opacidad y alevosía, marcándose un Trump al reconocer el plan unilateral de Marruecos con la autonomía del Sáhara, sin consultarlo con nadie? Porque es su estilo. El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, no pudo ser más expeditivo al referirse a las formas de Sánchez. «Hemos conseguido la unanimidad perfecta: la de uno». Si hay uno solo, en el PSOE, que manda en todo y que, buscando soluciones crea problemas, el diagnóstico es alarmante.