Jorge Vilches-Vozpópuli
La mentira, gracias al éxito de Sánchez, está en el centro de la política, bien auxiliado por los medios afines y las redes sociales
El verdadero culpable de lo que está pasando en España es quien ha usado la mentira para tener éxito político. En la era de la posverdad, como escribió el periodista Matthew d’Ancona, lo relevante es que no se penaliza al cargo público que miente, sino que la gente utiliza conscientemente esa mentira que refrenda sus emociones políticas para hacer daño al enemigo.
No importa saber que se trata de una mentira porque sirve para la guerra contra el otro. Ha desaparecido el respeto a la verdad y lo hemos sustituido por el relato, esa patraña compuesta de bulos, informaciones a medias y estudiadas storytelling. Este es un juego dañino para la democracia, para la convivencia y, sobre todo, para la confianza. No olvidemos que es justamente la confianza la base de cualquier tipo de organización política.
La figura de Pedro Sánchez se ha construido sobre la posverdad: el ufanarse de mentir porque a los suyos no les importa mientras sirva para ganar a la derecha. Por eso ha escogido a Iván Redondo como gurú, como vendedor de crecepelos mágico. Forjaron una carrera política falseando su vida privada y pública.
No era doctor, o no debería, porque su tesis es un plagio, pero no importa. Publicó un libro, ‘Manual de resistencia’, que ni siquiera escribió él, lo cobró, y dio igual. Su hemeroteca crucificaría a cualquier líder político del Occidente contemporáneo desde 1945, pero es lo mismo. Todo esto es tan falso como su compromiso con la letra y el espíritu de la Constitución Española, o su lealtad al Rey de España. No en vano, Carmen Calvo justificaba sin vergüenza sus mentiras y contradicciones diciendo que una cosa era Pedro Sánchez y otra el Presidente del Gobierno.
La moción de censura se basó en una falsedad: el PP no estaba condenado por organización criminal, y menos por una frase ambigua de un juez ‘progre’
Sánchez llegó a la presidencia con mentiras, y ahí sigue. Se le puede aplicar lo que decía Truman de Nixon: “Si alguna vez se sorprendiera a sí mismo diciendo la verdad, mentiría tan solo para no perder la práctica”. La moción de censura se basó en una falsedad: el PP no estaba condenado por organización criminal, y menos por una frase ambigua de un juez ‘progre’. Sus aliados fueron, y son, una ristra de gente que retuerce la verdad hasta que canta mentiras: golpistas, peneuvistas, filoetarras y podemitas. Sánchez vendió aquella alianza con otra mentira: un Gobierno de progreso dentro de la Constitución. Se acostó un 10-N diciendo que era una “pesadilla” gobernar con Iglesias, y se levantó el 11 abrazado a él. Mintió, y la gente lo quiso creer. Ya decía Alexander Dugin, el filósofo del nacionalbolchevismo, esa idea que practica aquí cierta izquierda, que “la verdad es una cuestión de creencia”.
Sánchez y Redondo pensaron en construir una legislatura sobre posverdades, esas mentiras que queremos creer y que no pasan factura en las urnas porque siempre se responsabiliza a otros. Normalmente a la derecha, al PP, a Díaz Ayuso, a Aznar. Esas posverdades sanchistas son el resultado del estilo populista que adoptó Sánchez para ocupar el lugar de Unidas Podemos desde su defenestración en octubre de 2016.
Pensamiento mágico
Ambos “genios” de la Moncloa, Sánchez y Redondo, pensaban que gobernar es una cuestión de marketing, de vender una trola como si fuera una verdad, de crear un pensamiento mágico que llamara a las emociones. Una estrategia así nunca ha funcionado porque, al final, se encuentra con realidades que no puede ocultar. Le ha pasado hasta a la dictadura China, que tapó el coronavirus y las verdaderas cifras, asesinó a los médicos que alertaron, y ahora vende material sanitario y da lecciones de cómo combatir la pandemia.
El Gobierno de Sánchez e Iglesias creyó que podía mentir con el coronavirus. “Es una gripe”, decían. “No habrá más que algún infectado”, soltaba el ahora contagiado Fernando Simón. Ocultaron a los españoles que la OMS y la Unión Europea habían recomendado que no se celebraran actos multitudinarios el fin de semana del 7 y 8 de marzo. Sabían que el virus era letal.
No en vano vimos a las ministras con guantes y a la diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid gritando: “¡Que no se besa! ¡Que no se besa!”. Tenían la información y no hicieron nada porque debían celebrar su performance del 8-M, y pensaban que, como en otras ocasiones, podrían excusarse, culpar al PP por los supuestos recortes, y convertirla en una posverdad, en una mentira creíble que luego no se saldara en las urnas.
Negligencia e irresponsabilidad
Nos mintieron y ocultaron información vital sin tomar medidas preventivas para no enturbiar su posverdad, que ha provocado al día de hoy 10.000 muertos. La prevención es el primer arma de la medicina y del control de las pandemias, y este Gobierno de marketing no lo hizo. Son responsables de la extensión del coronavirus, y de la crisis socioeconómica posterior. Esta vez hay que tener memoria de su negligencia e irresponsabilidad, porque el Gobierno ha tirado la toalla en la batalla contra el Covid-19. Se están centrando en crear un nuevo Estado social que se impondrá tras la pandemia, que es el terreno político soñado por Unidas Podemos.
Ahora estamos abiertos a aceptar los bulos y las falsedades, ponerlas al mismo nivel que las noticias, porque la verdad es un valor a la baja
Esto es especialmente preocupante porque somos un pueblo susceptible de aceptar una tiranía. Hasta hace una década, los aspirantes a dictador en cualquier parte del mundo tenían que esforzarse mucho por eliminar la verdad y que la gente creyera sus mentiras. Ahora estamos abiertos a aceptar los bulos y las falsedades, ponerlas al mismo nivel que las noticias, porque la verdad es un valor a la baja. Lo relevante es tener un argumento contra el enemigo aunque sea falso. La gente quiere encontrar esa supuesta noticia que verifique su desprecio al adversario.
Es así como la mentira, gracias al éxito de Sánchez, está en el centro de la política, bien auxiliado por los medios afines y las redes sociales. El peligro es grande porque estamos llegando a aquello que escribía Orwell en 1984: “Es imposible ver la realidad salvo mirando a través de los ojos del partido”.
Por eso, la lucha contra la Covid-19 no debe ser solo contra la pandemia y para salvar vidas, sino contra las posverdades que han encumbrado a políticos incapaces, y preservar la democracia.