EL CORREO 24/01/15
JAVIER ZARZALEJOS
· El líder socialista no sólo no ha avanzado a la hora de marcar un rumbo claro en lo que respecta a la idea nacional de España, sino que se ha empantanado en una propuesta federal que no puede definir de forma creíble
A Pedro Sánchez desde hace algún tiempo le acompaña una sombra de desasosiego y precariedad. Ni la legitimidad de las primarias que ganó, ni su masiva exposición mediática, ni un equipo que no desentona en la mediocridad han sido suficientes para hacer arraigar los proclamados impulsos modernizadores del secretario general de los socialistas. Sus propuestas no resultan nada impresionantes y sus ocurrencias son amplificadas en el actual clima de agresiva beligerancia contra los políticos. Las encuestas sugieren un PSOE que ha roto su suelo, anticipando un posible desplome en el que Podemos facilita el trasvase de votantes que hace tiempo se han ido de la calle Ferraz.
Se podía esperar que el PSOE con Sánchez dejara de hablar de sí mismo pero sigue haciéndolo. En un año en el que la competición electoral ya está abierta, que los socialistas sigan dando la matraca al electorado con sus procesos internos, candidatos, maniobras en la oscuridad y primarias para esto o aquello, es una receta segura para el fracaso.
Es verdad que Pedro Sánchez no ha tenido mucho tiempo, pero el calendario es el que es y se sabía. Por eso, la frustración de las expectativas que pudo suscitar su elección adquiere un cierto carácter agónico entre los socialistas. No sólo no ha avanzado a la hora de marcar un rumbo claro en lo que respecta a la idea nacional de España sino que se ha empantanado aún más en una propuesta de reforma federal que no puede –y tal vez no quiere– definir, al menos no de una manera creíble. Se ha equivocado a la hora de hacer autocrítica y en vez de rectificar con valentía la herencia funesta que Rodríguez Zapatero dejó en forma de desestabilización del sistema autonómico, empezando por Cataluña, ha creído que lo urgente era abjurar de la reforma del artículo 135 de la Constitución que su antecesor promovió para introducir ‘in extremis’ el imperativo de equilibrio presupuestario. Quien se suponía que tenía que contener la progresión de Podemos y de la ofertas de izquierda que parecen descarnar al PSOE, se ha mostrado titubeante y acomplejado ante el fundamentalismo izquierdista de Pablo Iglesias. Con ello no ha hecho sino dejar en evidencia las carencias ideológicas del PSOE y su vaciamiento discursivo, únicamente preocupado por no quedar incluido en la denostada ‘casta’. El PSOE ha sido un gran partido, pero ha perdido valor referencial. De lo contrario, no estaría batiéndose por la primacía de la izquierda frente a los que sólo exhiben habilidad argumental y activismo oportunista.
Un número creciente de socialistas ven acercarse al PSOE el mismo mal que ha acabado con otros partidos socialistas en Europa. Y no son pocos los que parecen convencidos de que para evitar que el mal les alcance hay que precipitar las cosas. Y ahí es donde aparece la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a la que seguramente su ambición política y la dinámica interna que se ha puesto en marcha en el PSOE está llevando a asumir un protagonismo explícito a costa de Pedro Sánchez. Piensan los socialistas, con razón, que Andalucía es la única comunidad que puede darles una alegría. Pero esa alegría tendrá su cruz porque hará del Partido Socialista el partido andaluz, como los laboristas británicos han terminado siendo un partido escocés, por poner un ejemplo. Un trago más bien amargo para un partido que en otros tiempos se proclamaba como la única fuerza política vertebradora de España.
Sin embargo, si la tormenta finalmente descarga sobre Pedro Sánchez, la historia no será severa con él. En su ámbito, tiene tantos motivos para quejarse de la herencia recibida como los que ha tenido Rajoy. El tiempo de transición de Rubalcaba apenas puede contar a estos efectos. Los principales procesos políticos puestos en marcha por Rodríguez Zapatero y su miope inacción ante la crisis económica que se desplegaba ante nuestros ojos han demostrado surtir unos efectos retardados muy persistentes de desorden y pérdida de identidad de la propuesta socialista. No es ajena ni mucho menos a esta deconstrucción que experimenta el socialismo español la profunda desorientación que introduce el zapaterismo sobre el papel del PSOE desde la Transición. La enmienda que Rodríguez Zapatero lanza sobre la Transición y sobre el pacto constitucional y la elección de los nacionalistas como socios en un proyecto constituyente de hecho como el que intenta a través del Estatuto de Cataluña han desarraigado a un socialismo arrastrándolo hacia la radicalización. Para reconstruir un proyecto de mayorías del que hoy carece, el PSOE tendrá que intentar, primero, identificarse con el papel que un partido de gobierno debe cumplir, también cuando está en la oposición. Si quisiera volver a vertebrar necesita no sólo un proyecto, sino un proyecto nacional. Hoy parece lejos de ambos.
La crisis del Partido Social es más profunda que lo que en la superficie se ve como una disputa de personas. Si esos problemas de fondo y esas carencias, que se están haciendo crónicas en los socialistas, no se resuelven, es muy probable que sigan quemando líderes sin más resultado que avanzar en la autodestrucción.