Francisco Rosell-Vozpópuli

Después de incendiar España con su otorgamiento a los golpistas catalanes de una amnistía tan ilegal como amoral para agenciarse los siete votos inexcusables para que su derrota electoral no le dejara sin La Moncloa, Pedro Sánchez se llevó el fuego con él a Israel y prendió el polvorín de Oriente Medio. Cual bombero-pirómano, acudió con la divisa de presidente de turno de la Unión Europea a testimoniar su solidaridad con el pueblo israelí tras el mayor atentado terrorista que ha sacudido el país desde su independencia en 1948 y armó una garata que ha colocado las relaciones bilaterales al borde de la ruptura. Después de que otro presidente socialista con más seso y talento las estableciera en 1986, Sánchez ha vuelto a liarla parda como hizo con Argelia dando un giro de 180 grados a la postura tradicional española sobre la descolonización del Sahara en pro de las tesis marroquíes sin informar a su Gobierno ni autorizarlo las Cortes.

Como el que va a testimoniar un pésame y sale vilipendiando al finado y a su parentela, Sánchez amenazó a Israel con el reconocimiento unilateral del Estado Palestino tras asumir los planteamientos del grupo terrorista Hamás en línea con el antisemitismo de sus ministros comunistas. No en vano evitó el “sorpasso” electoral de Podemos a costa de aplicar el proyecto de los hijos naturales del zapaterismo. Asimismo, con el desahogo del que hace gala, impartió lecciones a Netanyahu sobre cómo combatir el terrorismo pese a los servicios de Israel contra ETA.

El placer máximo del “perverso narcisista” es lograr el destrozo de un individuo por otro mientras asiste al pugilato para luego, destrozados entre sí, exhibir su supremacía

Olvidando que Hamás desató las hostilidades -como Putin la de Ucrania- y que no cabe negarle el derecho a la defensa a Israel por contentar a quienes les sostienen en La Moncloa, Sánchez rememora los dislates de Zapatero. Ello lo retrata en la comunidad internacional como el zascandil que es y que, en su temeridad, acarrea serias secuelas con aliados israelíes como EE.UU. y otras potencias de la OTAN. Trampeando con la vitola de presidente de turno de la UE, se ha arrogado un protagonismo que no le atañe zarandeando el avispero de Oriente Medio como agitador que hace de la desgracia ajena -como en el Covid- su seguro de vida político.

Sánchez acusa uno de los desórdenes de la personalidad que aprecia en los políticos, el neurólogo británico David Owen, a la sazón ministro de Exteriores con Tony Blair. Echando mano del concepto griego de hybris, del que se valen los dioses para enloquecer a quienes desean destruir, analiza cómo la desmesura se apodera de quienes buscan mandar por encima de todo. No obstante, quizá quepa catalogar a Sánchez más bien de “perverso narcisista”, como diagnostica el psiquiatra francés Paul-Claude Racamier, quien define así a quienes gustan del enfrentamiento, incluso entre sus aliados, haciendo que los demás parezcan los culpables. El placer máximo del “perverso narcisista” es lograr el destrozo de un individuo por otro mientras asiste al pugilato para luego, destrozados entre sí, exhibir su supremacía. Sánchez tal cual: capaz de demoler a la vez la casa propia y la ajena.

A modo de conjuro, poniendo a nuestro señor don Quijote por testigo, Andrés Trapiello proclamaba hace dos domingos, en la inconmensurable concentración madrileña, en derredor de la diosa Cibeles, que Sánchez “quiere volvernos locos”, y no seré yo quien le quite la razón. De hecho, ya lo ha conseguido en el PSOE, y fuera convendría ponerse a cubierto del pedrisco. Más en medio de esta catástrofe en la que un presidente de Gobierno huido del Estado de Derecho y un expresident prófugo de la Justicia son las dos caras de la falsa moneda que cotiza en una España que echa a perder su libertad y su bienestar por siete votos tan miserables como quien se los ha cobrado a un precio tan inasumible.

A eso llama “cumplir la palabra”, como figura en la carta remitida a su estrenado Consejo de Ministros, un mentiroso compulsivo que sólo cumple lo que niega. Pura perversidad narcisista cuando desmiente, por ejemplo, que vaya a cambiar las mayorías para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Hay que deducir, por supuesto, que ya se emplea en su asalto final tentando a Guilarte, qué arte, en comandita con el también juez Marlaska, quien puede ayudar al presidente interino del CGPJ a enseñarle como se transita de ser promovido por el PP a ser un gran converso del PSOE. De hecho, con el almuerzo de ambos en el Día de Difuntos, ya debieron revolverse algunas ánimas.

Por la alta traición de Sánchez, los golpistas catalanes han acabado en risas y libres de cargos como en la sátira de Horacio: “Solventur risu tabulae, tu missus abibis”. Nunca tan pocos hicieron tanto daño al Estado de Derecho y a quienes ejercieron funciones claves en su salvaguarda para que ahora los fuercen a defender a quienes transgredieron las leyes con violencia. Se alcanza el punto ominoso de que el abuso de poder se incorpore como mérito para detentar, que no ostentar, la Fiscalía General del Estado. Sin transcurrir 24 horas, el Ejecutivo ha confirmado al simpar Álvaro García luego de que el Tribunal Supremo condenara su “desviación de poder” para promover a fiscal de Sala a su antecesora (y benefactora), la exministra Dolores Delgado, intocable sanchista desde que su pareja, Baltasar Garzón, fuera clave para manipular el fallo que sirvió para defenestrar a Mariano Rajoy. Ello explica el servilismo sayón de García en la toma de posesión del superministro Bolaños, haciendo fuerza para que su sino no fuera trágico, como el del protagonista del drama romántico del Duque de Rivas. En vez de dimitir tras reprobarlo el Alto Tribunal, Sánchez lo revalida para disponer de un “gran canalla”, que diría Samuel Johnson, en un sitio capital.

Por igual motivo y sinrazón, la arbitrariedad del irreconocible ministro Marlaska contra el coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos, repuesto en la Comandancia de Madrid por orden judicial, lo sostiene en el Consejo de Ministros, pese a dársele por cesado por quienes desconocen a Sánchez. Su despotismo autócrata ha tornado al PSOE y al Ejecutivo en entes que priman a los resueltos a “trabajar en la dirección” de Sánchez sin necesitar directrices en línea con lo que refiere el historiador inglés Ian Kershaw en su biografía canónica sobre Hitler. Esa obediencia ciega por anticipado agrada sobremanera a quien, en su endiosamiento, arrastra a España a la desolación.

Esos Galindo son capitaneados por el único vicepresidente real, pero sin título, del nuevo Gobierno: el trifásico Félix Bolaños, quien acapara las carteras de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia para patentizar la aspiración sanchista de anular la división de poderes

Todos esos agradadores engrosan la tropa de los que, atendiendo a su último espécimen, cabría bautizar como los Galindo. Se trata del militante socialista, nieto del pugnaz camisa azul franquista Elola-Olaso, estampillado por el Gobierno para que, designado deprisa y corriendo Letrado Mayor de las Cortes por la presidenta Armengol, informara propiciamente la proposición de ley de amnistía nada más llegado de La Moncloa. Ha querido el destino, cual diosecillo burlón, que se llame como el personaje de López Vázquez en la película “Atraco a las tres” y de la que sobrevive la escena de “Fernando Galindo, un amigo, un admirador, un esclavo, un siervo”. Si esto lo pregonaba aquel Fernando Galindo al paso de Katia Loritz, qué no hará con Sánchez quien arriba a las Cortes para justificar en Derecho sus tropelías.

Esos Galindo son capitaneados por el único vicepresidente real, pero sin título, del nuevo Gobierno: el trifásico Félix Bolaños, quien acapara las carteras de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia para patentizar la aspiración sanchista de anular la división de poderes en línea con lo dicho por un presidente de las Cortes franquistas sobre la “democracia orgánica”: “En el Régimen hay tres funciones y un solo poder: el de Franco”, quien sería reemplazado por Sánchez. Si los supuestos excesos del corporativismo fueron la excusa para politizar la Justicia por el PSOE en 1985, trastocando el espíritu de la Carta Magna con un anuente Tribunal Constitucional, al atribuir la elección del CGPJ “entre jueces”, pero no por jueces, ahora se valdrá del subterfugio de desjudicializar la política para avasallarla mediante el derribo de un Consejo General que ha resistido numantinamente, pese a desertar su presidente, Carlos Lesmes, en la primera escaramuza.

Enterrado Montesquieu y la división de poderes por González mediante la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, el prefecto de la guardia pretoriana sanchista, Félix Bolaños, se arroga puñetas de juez para poner del revés el Estado de Derecho y, con la complicidad de aquellos a los que debe el Gobierno, criminalizar a los magistrados y fiscales con comisiones de depuración y linchamiento que convertirán el Parlamento en tribunal popular mientras éste subordina su soberanía a una mesa extramuros de España sin luz ni taquígrafos. Luego de escribir la ley de amnistía en su provecho, los delincuentes del 1-O enjuician a los jueces y fiscales del “procés” con el Parlamento como guillotina, mientras el PSOE tricota como las “tricoteuses” que tejían calceta y chismorreaban sentadas ante los patíbulos de la Revolución Francesa. Postrado al separatismo xenófobo y saqueador, el PSOE pone en la picota también al Estado por los atentados yihadistas en Cataluña y da alas al secesionismo.

Pasma que haya quienes entiendan que la preservación de los preceptos ingénitos de la UE son cuestiones internas y no el cultivo de la cebolla

Por eso, pese a tener a los comisarios europeos más ocupados en saber qué será de ellos tras las urnas de junio y no perder la UE su condición de zoco en el que intercambiar principios por intereses, hay que calificar de éxito que los eurodiputados de PP, Vox y Ciudadanos, con Sánchez en la Presidencia de turno, hayan promovido un pleno sobre la situación límite del Estado de Derecho en España merced a una delictiva ley de amnistía. Suena a sorna que el PSOE que se felicitaba de que esa Cámara retirara la inmunidad al Puigdemont al que hoy obsequia, se opusiera al Pleno por ser un asunto interno cuando se subordina a observadores internacionales que franquearán una consulta de autodeterminación que cronificará un problema catalán de imposible conllevanza desde esa hora. Pasma que haya quienes entiendan que la preservación de los preceptos ingénitos de la UE son cuestiones internas y no el cultivo de la cebolla. Para llorar. Eso reclamaba en vano Franco para ingresar en el Mercado Común vetándoselo, obviamente, los padres fundadores de la redificada Europa tras arrasarla dos guerras mundiales a causa del nacionalismo.

Activismo y resistencia

Esta encrucijada vaticina uno de esos momentos que Churchill describió en estos términos crepusculares: “Si un Gobierno no tiene escrúpulos morales, parece a menudo que obtiene grandes ventajas y libertad de acción, pero todo se hace visible al final del día y todo se hará aún más visible cuando llegue el final de todos los días”. Para enderezar esa situación, es ineludible el activismo y la resistencia de instituciones y partidos, así como la movilización ciudadana ante un desaprensivo presidente que quiere dejarles huérfanos de democracia y escombrar la nación para levantar un Muro de la Vergüenza que divida y enfrente a los españoles, mientras desguarnece las fronteras ante sus enemigos exteriores en alianza con los socios de este títere que disfraza su debilidad anémica con despotismo de autócrata.