JAVIER REDONDO-EL MUNDO
Podemos sigue gallardo su memorable declive. Últimamente ha consentido convertirse en estafetero de Sánchez. Iglesias y Montero envían sin abrir y a quien corresponde el correo del presidente, que les encarga poner en circulación el recado de que hace guiños a Ciudadanos. Por boca de Sánchez ignoramos si es así. Por la de Ábalos sabemos que si Cs planteara una coalición ambas formaciones se buscarían un lío: ninguna la quiere. El PSOE sólo contempla su asentimiento o abstención gratuita. Iglesias añade que es el «plan» de Sánchez. Montero retransmite que «Sánchez busca el apoyo de la derecha» (sic.) (se refiere a Cs). En Moncloa piensan que una investidura fallida en julio beneficia las expectativas futuras de Sánchez porque sus lobistas no van a dejar de Ciudadanos ni las raspas. Sánchez engulle a Iglesias y excluye a Rivera.
Sólo una consonante diferencia el paciente proceder de Rajoy del de Sánchez. Rajoy esperaba y repetía: «Cuando no se sabe adónde ir lo mejor es quedarse quieto». Adoptaba una actitud estática. Hasta que el PNV lo convirtió en estatua de sal. Por el contrario, Sánchez es el presidente extático. Goza del éxtasis de su posición y entiende su investidura como un proceso inexorable asociado a un destino manifiesto. Sánchez tiene una misión, 123 diputados y un comodín hinchable: Vox. El presidente dejará pasar las dos votaciones del primer intento de investidura para ensanchar su centro y llegar a septiembre. Entonces, bajo la amenaza de repetición de elecciones, piensa que Iglesias o Rivera doblarán la cerviz.
Uno y otro se hallan en una situación endiablada. Iglesias no puede ceder a la propuesta envenenada de «cargos de segundo nivel fuera del Consejo de Ministros» porque supondría el fin del partido. Podemos surgió también porque sus cuadros buscaban acomodo bajo el acolchado techo de la Administración. La crisis expulsó del erario público o amenazaba el futuro de muchos de sus impulsores, que no hicieron carrera en el PSOE o en IU. Se adhirieron a la herramienta Podemos. Si el PSOE les pone nómina abjurarán para siempre de Podemos, incapaz de repartir incentivos y puestos. Sin embargo, otros comicios reducirían todavía más las posibilidades del partido como agente de colocación.
El dilema de Rivera es otro. La apisonadora mediática ha comenzado por el lado tierno y sabroso del bizcocho Cs. Cuando acabe de deglutirlo, a Rivera sólo le quedará la opción de converger con el PP y extender el modelo navarro. El veto preelectoral a Sánchez fue un acierto incompleto de Rivera. Creyó que podría y sería suficiente confrontar con el PSOE sobre el eje separatismo-constitucionalismo. Las teles inflaron el globo Vox y el eje se desplazó al clásico izquierda-derecha. Rivera, dispuesto a superar al PP, no lo rechazó, pero tampoco propuso medidas socialdemócratas que comprometieran a Sánchez frente a Podemos. Se entibó en el sitio en el que le ubicaron para medir sus fuerzas frente a Casado. Salió airoso sin culminar, murió en la orilla en mayo y encima abandonó Cataluña, su cuna, para trasladar a Madrid el vértice de su cisma. De repente, Aguado se encuentra en su mesa el botón nuclear.