Juan Carlos Girauta-ABC

  • «Sánchez pasará como las naves y las nubes; España, escarmentada, apartará a los socialistas catalanes de todo poder. Los hundirá. Y luego, en cuanto nos descuidemos, volverán a salir a flote con esas expresiones de sobrados sin causa que tanto impresionan en los casinos de provincias»

Pasará el gran Narciso porque los hombres pasan como las naves, como las nubes, como las sombras. Pero Amado Nervo estaba en plan ascético y kempiano (de Tomás de Kempis, no de Lindsay Kemp) y no tuvo en cuenta las deposiciones que algunos de esos hombres dejan por el camino. O sea, que pasar pasan, pero dejan el aire irrespirable. Tal es su índole que lo de Othar, caballo de Atila, es una broma. Por donde pasa Sánchez no vuelve a salir el sol. Supéramelo.

No acabaríamos. Fíjate que ha colocado a otro catalán profesional en el Gobierno. No quiero insistir en mi tesis de que el PSOE se ha integrado en el PSC. Venga, lo voy a repetir, pero no mucho. Si no triunfa en la opinión pública -monstruo plural pero unánime, como un editorial único catalán-, lo dejaré para no ponerme pesado. Lo olvidaré porque, a fin de cuentas, todo el socialismo español no vale la uña de un monárquico. Un buen día veré que lo dice un colega, uno que quizá titule un libro con la idea: ‘PSOE, sucursal del PSC’. Me diré: qué fino es este tipo, cómo los ha calado. Y a mí qué. Se me caen las ideas de las manos, resbalan entre mis dedos, cógelas si te quedas en blanco, y un día me cuentas cómo es la experiencia; nunca he sabido en qué consiste tal estado. La prueba es que estoy queriendo contarte lo de los socialistas y nada. Algún día escribiré solo digresiones y comeré solo guarniciones. Amo el lujoso género que nos regaló Nicolás Gómez Dávila en sus ‘Escolios a un texto implícito’:

«El derecho a fracasar es un importante derecho del hombre», dejó dicho el colombiano. Por cierto, qué escritores da Colombia, cómo han ensanchado el universo las Españas con esta lengua nuestra de cuyo uso privan aquí a los niños unos analfabetos siniestros que se dedican a la educación, al grito y a la camiseta con lema e hircismo. No hay manera de que me centre. Vuelvo al derecho al fracaso, que es el derecho humano que más practica Sánchez. Todos poseemos el catálogo entero, pero nos entregamos a unos más que a otros. Hay quien se recrea en la libertad de expresión, hay quien en cercenar el derecho a la información ajeno. Unos le tienen especial cariño a su libertad para circular por el territorio nacional, mientras otros se esfuerzan en que les resulte incómoda la elección a los primeros si es que se les ha ocurrido instalarse en su tierra. Suya porque lo dicen ellos, o porque su familia lleva allí muchas generaciones (toma modernidad), o porque solo ellos actúan siguiendo las tradiciones (toma cosmopolitismo), o porque careciendo de los apellidos adecuados, de las claves culturales y de casi todo, han hecho un público acto de contrición, tienen vocación de Zinoviev y Kamenev de todo a cien, ansían declararse culpables de no haber nacido en el País Vasco o en Cataluña, de no poseer los apellidos correctos, como ese pobre diablo de la televisión vasca cuyo nombre no merece la consulta.

A toda esta galería de monstruitos, salidos de la ominosa oscuridad totalitaria europea del peor siglo XX, los ha sacado a pasear del brazo Pedro Sánchez para lucirlos por la calle de Alcalá, tan orgulloso el tío: terroristas reciclados que vende como estadistas, golpistas tan listos como las piedras que levantan los primeros, unos comunistas sacados del sesenta y ocho a los que se les ha extraído lo bueno de aquello, que eran el amor libre, la poesía, la buena música y el desprendimiento. Estos son puritanos estólidos aficionados a raperos psicópatas, y básicamente piensan en incrementar su patrimonio. Unos horteras.

De esta guisa acompañado, más contento que unas pascuas, nos sobrevuela Sánchez con ese avión que no habrá modo de quitarle cuando el pueblo soberano lo desaloje del poder. Será como un destete, una cosa traumática, tan cruel que estoy por proponer que le regalemos el Falcon de antemano a condición de que se vaya a pastar ya. Pero entre todos los ‘partners’ del aviador ‘wannabe’, hay uno que va mutando en plan virus respiratorio. Debió no existir, disolverse a finales de los setenta dentro de la Federación Catalana del PSOE, pero sucedió a la inversa cuando entonces, constituyendo la única excepción a la política de absorción que dirigió con pulso férreo Alfonso Guerra. (Hoy los socialistas catalanes te odian, Alfonso. ¿Cómo dejaste pasar eso?) La pieza PSC, como una mano tonta, estaba en el PSOE pero no estaba. Mantuvo su propio grupo parlamentario durante unos años y ha tenido siempre, siendo un partido diferente, representantes en los órganos del PSOE. Sin reciprocidad.

El valor de los socialistas catalanes lo comprendió Zapatero cuando le dieron el triunfo sobre Pepe Bono, contrariando a Felipe González. Maragall lo hizo sobre todo para fastidiar, y de paso librarse de la previsible fiscalización del salobreño. Iba a disponer de un líder tan inane como para dejarse decir en un mitin, al respecto del proyecto de nuevo Estatuto y del papel que esperaba de los compañeros socialistas españoles: «¡Zapatero, a tus zapatos!». Luego le tocó a Sánchez comprobar hasta qué punto resultaba útil el PSC cuando se trataba de entenderse con la hez de la política, partidillos de los que hasta ayer había abominado. ¡Soluciones Iceta! Hoy, de facto, Sánchez ya es del PSC porque ha comprendido, ante tantas evidencias, cuál es la producción humana que siempre flota. Sánchez pasará como las naves y las nubes; España, escarmentada, apartará a los socialistas catalanes de todo poder. Los hundirá. Y luego, en cuanto nos descuidemos, volverán a salir a flote con esas expresiones de sobrados sin causa que tanto impresionan en los casinos de provincias.