Ignacio Varela-El Confidencial
Cualquier declaración pública de Sánchez caduca un minuto después de ser emitida. Sus posiciones de hoy no vienen condicionadas por las de ayer ni le vinculan para mañana
La única forma de descodificar adecuadamente a Pedro Sánchez es partir del principio de extrema fugacidad de sus palabras. Lo explicó bien Ignacio Camacho en ‘ABC’: “No es que el presidente acostumbre a mentir, o no solo, sino que su lenguaje no mantiene con la realidad una relación de coherencia. Dice lo que en cada momento le conviene y su palabra solo tiene el valor (?) del instante en que es pronunciada”.
Efectivamente, cualquier declaración pública de Sánchez caduca un minuto después de ser emitida. Sus posiciones de hoy no vienen condicionadas por las de ayer ni le vinculan para mañana. Sánchez tiene un discurso para cada día y un día para cada discurso.
Esto funciona en una sociedad que muestra síntomas similares a los de ciertas demencias: tenemos (colectivamente) memoria de elefante para el pasado remoto (por ejemplo, se recuerda cada detalle de lo que sucedió en España hace 80 años), pero memoria de pez para lo más inmediato (por ejemplo, se admite con naturalidad que un dirigente político sostenga hoy lo contrario que la semana pasada o la próxima).
Si repasamos por su orden todas las declaraciones de Sánchez sobre Unidas Podemos y sobre Pablo Iglesias —no en los últimos seis años sino en los últimos seis meses (incluso en las últimas seis semanas)—, recorreremos varias veces el abecedario completo y la escala musical entera. Hallaremos las lisonjas más impúdicas y los ataques más atroces; el reconocimiento de su contribución política y la descalificación más categórica (“no puede estar en mi Gobierno quien no defiende la democracia”); escucharemos cómo lo unge como socio prioritario e invitado distinguido a la mesa del poder, y cómo lo envía a dormir en las caballerizas. Apliquen esa misma regla a cualquier otra cuestión relevante (Cataluña, por ejemplo) y obtendrán un resultado similar.
Por eso lo mejor que puede hacerse con este presidente que solo vive para seguir siéndolo —le cueste lo que le cueste y nos cueste lo que nos cueste— es desactivar el sonido y atender únicamente a lo que se ve: a los hechos.
Lo mejor que puede hacerse con este presidente que solo vive para seguir siéndolo es desactivar el sonido y atender solo a lo que se ve: los hechos
Los hechos muestran que, tras las elecciones del 28 de abril, Sánchez dedicó casi tres meses a la propaganda y tres días a la negociación propiamente dicha. Una negociación convulsa, frenética y obscena, que acabó como el rosario de la aurora. En toda la fase anterior no hubo propuestas por parte del candidato, sino una sucesión de intimidaciones a todo el arco parlamentario. “Entregadme el voto o la abstención por vuestro propio bien, os protegeré de mí mismo”. Fue su primer intento de ganar la investidura mediante el ‘bullying’. Bonita forma de cumplir el encargo del Rey.
Ahora, ya sin encargo formal, parece querer repetir la jugada. Ha invertido el orden natural de las actuaciones: primero hace la precampaña electoral del 10 de noviembre y solo después intentará negociar con la presión de una opinión pública encabronada por revivir la historia de terror de 2016 (la que él provocó). Sánchez no quiere acuerdos, exige rendiciones. Las abstenciones de la derecha a cambio de nada, los votos de Podemos a cambio de nada y los apoyos de los nacionalistas sin nada a cambio.
Gira propagandística
Gira propagandística por los territorios en los que habitan y gobiernan sus presuntos aliados menores, mezclando permanentemente la condición presidencial con la partidaria. Mensaje claro: si gano la investidura en septiembre, habrá dinero para todos; si vuelvo a perder, os esperan largos meses de penuria. Primero deben asumirlo y, después, apretar a Iglesias.
Consejos de Ministros todos los viernes de agosto. ¿Para gobernar? En absoluto. Para que la vicepresidenta y la ministra portavoz lancen todos los viernes desde la Moncloa un mitin sobre la investidura, algo que es incumbencia del PSOE y de su grupo parlamentario pero en modo alguno del Gobierno en funciones, fraudulentamente subrogado como interlocutor y narrador de un proceso partidario. Otra deliberada contaminación del espacio institucional, marca de la casa.
Ronda de conversaciones con organizaciones sociales —la mayoría, plataformas instrumentales patrocinadas desde Ferraz— para copar titulares en el desierto informativo de agosto y generar en la izquierda organizada un ‘pressing’ asfixiante sobre Podemos para que doble la rodilla y se atenga a sus condiciones. Y si no capitula, que se lo hagan pagar en las urnas.
Reunión institucional con el Rey —a la que llega con una hora de retraso porque estaba ocupado en un acto electoral—. A la salida no informa del contenido de la entrevista, sino que aprovecha la ocasión —institucional, repito— para lanzar una nueva agresión al único partido imprescindible para su investidura. La doble pregunta es inevitable: si todo lo que ha dicho sobre Podemos es sincero, ¿por qué no se lo explicó a los ciudadanos antes de votar el 28 de abril? Y sobre todo, ¿cómo pudo ser tan irresponsable para ofrecer una vicepresidencia del Gobierno y tres ministerios a un partido del que no se fía en absoluto y cuyo líder no defiende la democracia?
Muchos se han apresurado a interpretar este ataque a Podemos como un indicio evidente de que Sánchez se encamina a las elecciones. Muchos tratan de anticipar su comportamiento futuro atendiendo a lo que dice públicamente o a lo que le escuchan en privado. Error. Con Pedro Sánchez no hay que olvidar jamás el principio de estricta instantaneidad de sus palabras.
Su propósito actual es crear las condiciones para doblegar en septiembre a Podemos con una nueva operación de ‘bullying’ político… Si para ello tiene que cambiar otras 10 veces el discurso y pasar del palo a la zanahoria, lo hará. Y si no lo consigue, al menos tendrá hecha la precampaña. Ya se sabe, la letra con sangre entra. La técnica le ha funcionado en su partido, donde los antiguos dirigentes han pasado a corifeos. Veremos si le funciona también en el Parlamento.
La confianza
El problema de Sánchez con la confianza no es solo con Iglesias, es con todos los partidos de la Cámara. Por supuesto con la derecha, pero también con la izquierda y con los nacionalistas. Ninguno de ellos se fía de este candidato a presidente. Por eso hay que arrancarles el voto mediante la disuasión coactiva y no con la persuasión, que exige precisamente confianza.
Eso quizá sirva para dirigir un partido a latigazos. Pero pase lo que pase este otoño, algo ya sabemos seguro: mientras Sánchez esté al mando, España no tendrá un Gobierno estable ni con capacidad de consenso para sacar al país del pantano en el que lleva al menos cinco años. Como en la naturaleza, en la política también hay especies que solo habitan y crecen en los pantanos.