Kepa Aulestia-El Correo
El encuentro entre Pedro Sánchez y Mertxe Aizpurua en el Congreso fue calificado de «hito» por la izquierda abertzale. Un acto de reconocimiento mutuo, consecuencia de la necesidad que el candidato a la investidura tiene de contar con los escaños de EH Bildu. Pero también de la necesidad que los de Arnaldo Otegi tienen de homologarse institucionalmente, para dejar atrás su pasado y situarse definitivamente primeros en el ranking de partidos de Euskal Herria. Los más entusiastas de ambos lados lo interpretan como virtud. Una reunión de una hora y diez minutos sin reproches. Pedro Sánchez nada tiene que ver con Felipe González y los GAL, y ETA es un antepasado remoto de un grupo parlamentario extraordinariamente selectivo en sus recuerdos.
No es casual que la primera formación que anunció su voto favorable a la investidura de Sánchez fuese EH Bildu. Sin líneas rojas ni condiciones. Se adelantaron a todos los demás porque no podían desperdiciar la oportunidad de hacerse valer desde la misma noche del 23 de junio. Era una nueva ocasión para distinguirse de un PNV lastimero, y mostrarse unionistas pasajeros sin complejo alguno. Con el fantástico argumento de que el unionismo de hoy es lo que abrevia el tránsito hacia una república propia para Euskal Herria. La clave estaría en prorrogar la presidencia republicana de Pedro Sánchez, demostrando a los españoles que los vascos somos para ellos una garantía de progreso y derechos sociales. Un seguro para acabar con Vox. Hasta que tan generosa entrega sea correspondida con una desconexión acordada con Madrid.
Esa habría sido la razón última de la desaparición de ETA. La foto de ayer en el Congreso representaría la superación del ‘conflicto armado’, a la espera de que Sánchez sea investido para cuatro años más, por lo menos. Tiempo estimado para que, por fin, Euskal Herria se vea en condiciones de prescindir del PNV para autogobernarse. De modo que el PSE no solo se libere de los agravios correspondientes a un partido perseguido sino que vea cada día más natural -en reciprocidad a la investidura de Sánchez- votar a favor de candidatos de EH Bildu. Incluso a la Lehendakaritza. Pongamos que sería el gran rodeo de ETA.
Hay una narrativa que presenta la sintonía entre el pasado etarra y el presente de la izquierda abertzale como un plan diabólico para que el terror se haga al final con todo. Es más bien la historia de una huida permanente. Solo que a veces los acontecimientos salen de cara. Como a Carles Puigdemont el 23-J. Claro que los sucesivos golpes de suerte de la izquierda abertzale se aprovechan también del agotamiento del proyecto del PNV. Es el vértigo que afecta a Andoni Ortuzar y a Iñigo Urkullu. La percepción de que la huida adelante, en la que coinciden Arnaldo Otegi y Pedro Sánchez, podría acabar con la hegemonía de los herederos de Sabino Arana, a pesar de la dedicación jeltzale durante décadas.