Se columpiaba

El Mundo 15/11/12

ARCADI ESPADA

NUNCA he visto funcionar mejor la teoría de Lakoff sobre el marco (No pienses en un elefante) que en el plan nacionalista. Su éxito a la hora de imponer marcos conceptuales y de embadurnarlos con bullshit ha sido espectacular. Y en ninguna época española se habrá visto con mayor nitidez los detalles del éxito que en la defección del presidente Mas. El marco fue siempre el problema del nacionalismo vasco: no pudo escapar a la evidencia de que las balas trazaban sus límites. Pero en Cataluña el marco ha ido imponiéndose con gran facilidad. Obsérvense estas últimas declaraciones del presidente Mas, en respuesta al ministro Margallo y su desafortunado oxímoron del «golpe de Estado jurídico» que supondría el referéndum de autodeterminación: «Lo que es un auténtico golpe de Estado a la democracia es impedir que un pueblo que quiera ser consultado pueda ser consultado». La consulta al pueblo, ahí está el bonito y tierno Dumbo. Hay muchos sensibles a él. Muchos, incluso, que votarían contra la independencia. Perfectamente enmarcados, no advierten que el acto de soberanía se produce mucho antes de dar la respuesta. Antes incluso de la propia convocatoria de la pregunta. Justamente cuando se pronuncian las palabras pueblo, democracia y se trazan sus jurisdicciones.

A poco que se relean con una cierta voluntad objetiva las frases del presidente Mas se advertirá hasta qué punto pueden volverse contra sus propósitos. La reacción del Gobierno ante la denuncia de que el llamado pueblo catalán no pueda ser consultado es casi siempre defensiva: la invocación de la legalidad, de la Constitución y del pacto civil sancionado hace 34 años por los españoles. Pero esas respuestas, por vigorosas y enfáticas que resulten, implican la resignada asunción del marco propuesto y acarrean las desventajas del no. Algo radicalmente distinto de que el Gobierno contestara que, en efecto, cómo no tendría que consultarse al conjunto de los ciudadanos cuando lo que se plantea es la reducción del territorio que habitan y de la economía del Estado que les ampara; y la derogación de un pacto de hace 34 años que, cabe recordar (¡importantísimo!), no fue suscrito entre las más o menos nebulosas entidades de Cataluña y España sino entre ese mismo conjunto de ciudadanos. El elefante nacionalista, y su éxito, confirma la lección primera de la filosofía y de la lógica: las respuestas son siempre secundarias a las preguntas.