Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • Un día parecía que el mundo financiero se derrumbaba y al siguiente las cosas volvían a la calma predicada por las autoridades, para caer de nuevo 24 horas más tarde

Hemos vivido una semana de locos. Un día parecía que el mundo financiero se derrumbaba en una de esas hecatombes que padece de manera periódica y al siguiente las cosas volvían a la calma y a la tranquilidad predicadas por las autoridades, para caer de nuevo en el alboroto de los mercados, 24 horas más tarde.

Todo empezó con el derrumbe del Silicon Valley, un banco americano de pequeño tamaño –cercano al número 20 en la lista de bancos del país–, especializado en financiar a empresas nacientes, las famosas ‘startups’, que destacan por navegar a través de esa peligrosa combinación entre grandes esperanzas de revalorización y enormes peligros de colapso. Pero la quiebra no fue consecuencia de sus operaciones de financiación, sino de su descuidado tratamiento del balance, gracias, o mejor por culpa, de la relajación supervisora que permitió la Ley Dodd-Frank aprobada por la Administración Trump.

El ‘descuido’ consistió en no prever la posibilidad de tener que vender a precios de mercado, con tipos elevados, unas carteras de deuda compradas cuando los tipos estaban por los suelos. Como usted bien sabe, la renta fija solo es fija si se espera a su vencimiento. Es decir, si suscribe un bono de 1.000 euros (añada a la derecha los ceros que quiera) al 3% y a cinco años, usted cobrará 30 euros al año y recuperará al final los 1.000 iniciales. Pero si quiere o necesita venderlo antes de los cinco años, su valor habrá cambiado en función de la evolución de los tipos. Si han subido, será necesaria una cantidad menor para obtener la misma rentabilidad de los 30 euros anuales Pero si han bajado, tendrá que poner más dinero para obtenerlos. Así que el valor de su bono se mueve en función de los flujos de intereses que induce, comparados con los obtenidos en el mercado con los nuevos bonos. Por eso, cuando el SVB tuvo que vender su cartera para hacer frente a la retirada de fondos, se encontró con que, tras la subida de los tipos decretada por la Reserva Federal de EE UU, había perdido mucho valor. Tanto que no pudo cumplir con sus compromisos. Todo se fue al garete y la FED tuvo que garantizar los depósitos. Resulta curioso ver a quien administra el ‘sancta santorum’ del capitalismo, sortear una de sus reglas mas sagradas como es el riesgo asumido en las inversiones.

Con epicentro en la costa oeste, el seísmo se trasladó a Europa por culpa del Credit Suisse. Pero sus problemas son de otra índole. De una menos sofisticada. El banco suizo no es un ejemplo de buena gestión –¡en Suiza, que es a la banca lo que Jabugo al jamón!–, y lleva años registrando pérdidas estrepitosas. Las pérdidas acumuladas (eso afecta a la solvencia) han dañado su credibilidad y provocado una retirada de los depósitos (afecta a su liquidez) que le ha colocado en la cuerda floja. También sabe de sobra, porque usted haría lo mismo, que los clientes dejan su dinero en los bancos porque confían en que sigan allí mañana cuando quieran recuperarlo. Si aparecen dudas al respecto, la carrera a las ventanillas se parece a la salida de una prueba de Fórmula 1 camino de la primera curva del circuito.

Así que tenemos dos problemas financieros próximos en el tiempo, pero alejados por la geografía y por las causas. Por eso salieron en tromba todas las autoridades monetarias y políticas a ambos lados del Atlántico para pedir tranquilidad y ofrecer garantías de solvencia. La actitud del Banco Nacional Suizo en el caso Credit Suisse es también curiosa. En lugar de pedirle sacrificios al capital, le dio órdenes al maquinista de la imprenta donde se fabrican los billetes para avivar su marcha y emitir 50.000 millones de francos que entrega al banco, como quien da un caja de Orfidal a alguien que padece de los nervios. ¡Y luego dicen que hay mucha inflación!

Le repito un último detalle que escribí el jueves, por si no tuvo ganas de leerlo. Los bancos centrales tienen sus balances llenos de deuda pública emitida por los Estados cuando los tipos eran mínimos. ¿Cómo las valoran hoy? ¿Están sujetos a las mismas restricciones y valoraciones que ellos imponen a sus subordinados, los bancos? Seguro que no. Da miedo con solo pensarlo.