El postmodernismo viene muy bien para el camuflaje político. Se sustituyen los conceptos clásicos, liberales y republicanos por concepciones éticas e incluso religiosas. La nación y el estado dejan de tener importancia; la buena voluntad y el diálogo, aparentemente, sustituyen los espacios comunes, referentes, e incluso coercitivos, de las anteriores convenciones.
Cuando la suma de muchos disparates, siendo algunos de éstos importantes, sobrepasa una cierta medida podremos ir adivinando el final trágico propio del esperpento. El esperpento, además de embargarnos el alma porque vamos contemplando que tanto sin sentido tiene que acabar mal, nos evita cualquier acercamiento a la comicidad. Por el contrario, el disparate, cuando es liviano, y son pocos, normalmente la favorece. Desde hace bastantes fechas, los énfasis amatorios hacia la República con mucho de nostalgia fanática y poca racionalidad –elemento éste imprescindible para el republicanismo-, la inflación de realidades nacionales, el agradecimiento que le debemos a ETA porque ha decidido momentáneamente no matar, nos lleva a la definitiva exclamación: ¡esto es esperpéntico!.
Me parecía así cuando los dos concejales socialistas de Zumárraga intentaban quitar importancia ante el juez a las amenazas que la procesada les había enviado por carta hace cuatro años contradiciendo el testimonio del ertzaina que les tomara declaración en su día. Es que ahora estamos en pleno proceso de paz y no hay que meter palos en las ruedas, ¿sería mejor que quede impune? O también la misma opinión me ofrecía el exceso de explicaciones desde medios oficiales si las cartas de extorsión a empresarios salieron antes o después de la fecha, quitándole importancia a la extorsión en sí misma. Debieran los socialistas menguar las actitudes comprensivas con ETA no fueran a caer, seducidos por ésta, en comportamientos perversos. Porque el terrorismo es unos de esos abismos, que denunciara Nietzsche, como el nazismo, que nos atrae a poco tiempo que lo tratemos y lo observemos.
Resulta sorprendente la declaración de Andalucía como realidad nacional. Andalucía puede ser la Tierra de María Santísima, tierra del cante y de toreros, la expresión folklórica de toda España, difamando algo a España, que es más variada. Pero lo difama tan bien que luego, a la hora de la verdad, hasta el difunto Jon Idígoras ponía el origen del toreo en Euskadi. Pero Andalucía si es nación por su cuenta deja de ser Andalucía, porque lo que es es la imagen, deformada y romántica, de la nación que es España. Llamar nación a Andalucía, entre chatitos, jamoncito y bulerías, es matarla. Andalucía es un gran producto del resto de España, el que nos queda antes de embarcarnos para América. No es de extrañar que el preclaro Ibarretxe ante la inflación nacional que se nos venía encima declarase a Euskadi Estado Libre Asociado. Esto si es un disparate, lo de Andalucía ya entra en el esperpento.
Lo de la república, el sarampión nostálgico que nos embarga a los de izquierdas, a estas alturas sólo tiene la explicación de envolver en algo, que sea también histórico, como los derechos nacionalistas, la ruptura del consenso surgido en la transición, la que hizo posible una ruptura consensuada. La república para justificar ahora la ruptura con aquella ruptura pactada, donde la derecha tenía su lugar y papel, es un uso bastardo de la memoria. Es la explicación histórica, falsa como un duro de madera, para volver a las andadas del sectarismo tribal que tan malas consecuencias tuvieron en el pasado. Es la falsa ventaja de creer que la solución está en la tribu sin la doble y necesaria fidelidad a la República, a la nación. Error que ha acabado en las más supremas tragedias.
Pero descubierta la ventaja de hacer del partido el centro de la política, tras dispersar política, ideológica, e institucionalmente la nación, todo se pondrá al servicio de esa idea. Al servicio del partido. De hecho la fórmula ya ha sido utilizada en las autonomías. El PNV en su comunidad, tras su estrategia de dispersión institucional convirtió al partido en el necesario crisol de todo desde los político a lo cultural, desde el Athletic al obispado, por encima de las instituciones democráticas. Así parece garantizarse la perpetuidad en el poder y sólo un terremoto electoral tendría posibilidades para la alternancia política.
Todo partido tiende al totalitarismo, y ninguno se salva de esa tendencia. Por eso a estado más articulado mayor dificultad para que tal vocación se produzca. A estado con contrapoderes fuertes, más difícil que se produzca. Un estado débil ha sido siempre una tentación para el totalitarismo. Y eso lo sabe y lo dice también ETA en el último Zutabe hablando del proceso de crisis en el que el nuestro ha entrado. Quizás, además del acoso policial, le haya animado a entrar en el juego político esa evidente crisis del Estado.
El postmodernismo viene muy bien para el camuflaje político. Se sustituyen los conceptos clásicos, liberales y republicanos, de la política, por concepciones éticas e incluso religiosas. La nación y el estado dejan de tener la importancia básica y fundamental que tenían, es la buena voluntad y el diálogo, aparentemente, el que sustituye los espacios comunes, referentes, e incluso coercitivos, de las anteriores convenciones republicanas. Todo es posible, del “¿qué mal hay en ello?” de Ibarretxe al “¿por qué no?” de Zapatero. El lenguaje se manipula, nación ya no es lo que era, víctima y victimario tienden a difuminarse en un final sin vencedores ni vencidos, Otegui sólo es ciudadano no representante de Batasuna porque ésta está ilegalizada. Así podemos ver que es más fácil la solidaridad exótica, que el sucedáneo de Batasuna en el Parlamento vasco pacta con el gobierno tripartito la ley de colaboración al desarrollo exterior, que la solidaridad con la víctima, el exiliado o el amenazado por ETA que pudiera ser hasta el vecino. Buenos sentimientos, en ocasiones discriminatorios ante el igualitarismo republicano por mor de favorecer a minorías, de género, étnicas, o de otra naturaleza. Se puede dar así, tirando y tirando de las argumentaciones, hasta derechos humanos a los simios… Bien por los simios pero mal para los humanos. Postmodernismo al albur del capricho partidista.
Ahora la gente, la buena gente, se sorprende porque ETA haya realizado los atentados de Barañain y Getxo en pleno proceso de paz. Me sorprende que se sorprendan. Ni ETA es una organización como para garantizar altos el fuego, no es el almirantazgo británico, por ejemplo, ni está pensada ni concebida desde sus orígenes para eso. No hay más que ver que en la nota de consideración de gravedad leída por Permach ante estos atentados considera en el mismo plano la legítima violencia del Estado persiguiendo a los delincuentes etarras que la terrorista. Quizás ese tipo de interpretaciones vengan favorecidas por las del mismo presidente del Gobierno en el mitin de Vista Alegre que se une a la consideración acrática, en el seno del pensamiento antes comentado, que sobre la violencia tiene el nacionalismo vasco: «Todas las ideas caben» –¿las que promueven el crimen y el genocidio también? “Cabe todo menos la violencia, tenga la manifestación y el alcance que tenga” -¿la del Estado también?
ETA no está concebida para treguas y armisticios. Más bien todo lo contrario, está en su naturaleza agredir, es como la fábula del escorpión y la rana. El escorpión acaba atacando rompiendo su promesa porque está en su naturaleza. Por eso, dignificar desde los representantes del Estado cualquier conexión con ETA siempre irá, se llegue a la paz o no, en beneficio de ésta. De hecho ya se le ha beneficiado con un protagonismo mediático llamativo. Y si no llega a la paz -mejor que no se llegue con estos prolegómenos que permiten la extorsión y el atentado porque entonces la paz admitiría ambos-, como en las treguas anteriores, habrá salido beneficiada. Por lo tanto, mientras menos importancia se de a la negociación con unos delincuentes mucho mejor para la salud democrática de nuestro sistema.
Otra cosa es que aprovechando el proceso de pacificación se vuelva a dar una vuelta de tuerca más a la mutación constitucional que estamos observando, se continúe desarmando el sistema que salió de la transición democrática, se siga debilitando al Estado y se posibilite por ello el fortalecimiento del papel del partido que desde el Gobierno realiza tal operación. Ahí se coincidiría con los terroristas. De hecho tal operación política ya ha sido realizada en el marco de las comunidades autónomas, sólo queda, pues, trasladarla a la generalidad. Y entonces, toda la asfixia por falta de libertad que produce al ciudadano sensible su residencia en una determinada comunidad autónoma se verá también generalizada en lo que quede como España.
Se puede ser consciente o no de lo que está ocurriendo. Puede ser que por juventud haya políticos que no tengan conciencia de todas las transformaciones que se están produciendo y de sus resultados finales, pero los viejos socialistas que si somos conscientes sólo podremos consolarnos con el “siempre nos quedará el cinismo”.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 2/5/2006