PELLO SALABURU, EL CORREO – 15/03/15
· Parece que lo más importante de la final de la Copa es, a estas alturas, el elemento extradeportivo: si se va a poder jugar en el Bernabéu, y si se va a permitir que se silbe al himno nacional y se grite al Rey. Lo esperable es un no a la primera duda, y un sí a la segunda y a la tercera. Un no, porque a Florentino Pérez no le apetece nada que vascos y catalanes profanen aquel estadio y mucho menos que el Barça gane la Copa en su propia sala de estar, en el centro deportivo de la capital del reino. Aunque eso, con un Athletic en racha, tampoco es forzosamente lo esperable. En 2012 no se pudo jugar allí, porque hubo que arreglar unos cuartos de baño y, claro, no es cuestión de invitar a aficiones foráneas y ofrecerles unos mingitorios que no estén a la altura de las circunstancias. Este año habrá también alguna excusa buscada con lupa. O a lo mejor ni eso, como se trata de un jardín privado, basta con la negativa presidencial.
Como el hecho de que se silbe al himno nacional es más que probable, la derecha casposa madrileña levanta el hacha de guerra, proponiendo las cosas más absurdas ante el asedio al que puede quedar sometida la Corona: que se suspenda el partido, que se pongan tanques detrás de las porterías o que acaben en la cárcel todos los espectadores y también los periodistas que tomen fotos. Solo se salvarán los cámaras que bajen el volumen de la transmisión en ese momento y enfoquen caras sonrientes en el palco, o directamente al cielo. Y quienes lleven una bandera española, aunque sea la preconstitucional. Parece mentira que escuchemos tantas majaderías de golpe. El propio presidente de la Liga se preguntaba por qué no suspender la final si el personal comenzara a gritar. Lo mismo Esperanza Aguirre. El 21 de noviembre de 2000 caía asesinado Ernest Lluch. El 25 se jugaron los partidos correspondientes de Liga sin que nadie dijera nada. A los dos días del salvaje atentado del 11-M en Atocha, el Real Madrid empataba en casa con el Zaragoza tras el minuto de silencio. Lo hacía en ese estadio que parece hoy sobresaltado por los gritos y pitidos que pudieran sonar en los primeros cinco minutos del encuentro.
En todo esto se puede criticar la falta de educación. Falta de educación del señor Pérez, por comenzar con algo, que impone su deseo personal frente a lo que piden miles de vascos y catalanes, y muchos miles de comerciantes madrileños. Es evidente que su negativa es una muestra muy ilustrativa de lo que es comportarse como un cacique local de segunda, pasando por encima de lo que es esperable en la actuación pública de quien tiene un cargo institucional de esas características. Se puede criticar, asimismo, la falta de educación de los aficionados, al silbar a un símbolo con el que se identifican muchas miles de personas. Si un seguidor del Athletic dispuesto a silbar en Madrid al himno sagrado, por poner un ejemplo, se encontrara con que la persona que está a su lado en San Mamés comienza a gritar «¡Fuera!, ¡Fuera!» en cuanto se oye por los altavoces aquello de «gorri ta zuria», reaccionaría escandalizado ante semejante provocación. Silbar al himno y silbar a un rey, por muy aficionado que sea al uso de uniformes militares, no deja de ser, sin más, una muestra de mala educación, como hay a cientos en cada partido de fútbol. ¿Era acaso una muestra de respeto gritar a Ronaldo «Uuuuuuuh» cada vez que tocaba el balón, como se hizo en el último partido en San Mamés?
Se puede criticar también la falta de coherencia en la afición: tan vascos y catalanes, tan dispuestos a votar en contra de cualquier cosa ‘que venga de Madrid’, tan identificados con símbolos patrióticos de otro signo, pero todos los jugadores encantados de jugar esa final de Copa del Rey y de recibir el trofeo de manos tan criticadas. Y todos nosotros dispuestos a asistir, algunos llenos de ardor patrio, a un evento patrocinado por el símbolo mayor de unidad que tiene el reino. Esa es la realidad y los términos en los que los espectadores se manifiestan en esa realidad pueden ser tildados de faltos de educación y de coherencia, cierto.
Pero la vida está llena de faltas de educación y de coherencia. Lo malo es plantear el problema en otros términos y pretender que se comete poco menos que una infracción legal si se actúa de ese modo, cuando la propia Audiencia Nacional ha dictaminado que silbar al himno no es delito, a raíz de una denuncia presentada con motivo de los silbidos y gritos escuchados en 2009 en Mestalla en otra final con los mismos protagonistas de ahora. No es delito, y no lo puede ser bajo ninguna manera. Tendríamos que cerrar el país si cada vez que silbamos o gritamos a alguien se considerara motivo de denuncia. Hay algo que está muy por encima de eso, y es la libertad de expresión que todos tenemos. Es difícil que ningún cargo institucional –elegido en las urnas, a diferencia del Rey– se libre de silbidos o gritos en algún momento del ejercicio del cargo, y menos en zonas en las que hay cierta afición a recurrir al ruido como medio de protesta.
Tampoco se libra el Rey, no todo van a ser aplausos. Es cuestión de aguantar unos minutos, bien protegido, por lo demás. También esto se calmará. Son mucho más graves, sin comparación y sin cabida en la libertad de expresión, los gritos de apoyo de algunos vándalos béticos al futbolista Rubén Castro, animándolo a que siga pegando a su ex-novia. No sé si algún juez se ha tomado la molestia. Lo demás, lo del himno y lo del Rey, no es sino una anécdota que gustará a algunos, escocerá a otros y dejará indiferente a la mayoría. Cuanto menos caso se le haga más indiferente. Como tantas otras cosas de la vida.
PELLO SALABURU, EL CORREO – 15/03/15