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KEPA AULESTIA, EL CORREO 03/05/14

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· En Ajuria Enea no pasó nada más que la insignificancia que delatan las respectivas notas de prensa.

La reunión que anteayer mantuvieron el lehendakari Urkullu y Artur Mas en Ajuria Enea obliga a especular sobre su contenido y su sentido, que es lo que en el fondo busca toda cita entre responsables institucionales mantenida en secreto hasta después de celebrarse. La parquedad de las notas oficiales y sus matices invita también a ello. Pero vayamos por partes. De entrada resulta llamativo que el primer encuentro entre el Urkullu lehendakari con Mas presidiendo la Generalitat haya tenido lugar sin anuncio previo, y que ambos apalabrasen el encuentro en el funeral por Adolfo Suárez. Si lo primero da una idea de la distancia a la que orbitan convergentes y jeltzales, lo segundo permite abundar en la falta de comunicación regular entre el Palau y Ajuria Enea.

El detalle de que es Mas quien se desplaza para hablar con Urkullu sugiere que el primero estaba más interesado que el segundo en que se celebrara la reunión. Que el presidente de la Generalitat fuera el que propuso un encuentro discreto no resulta necesariamente contradictorio. Porque lo que necesita Artur Mas es transmitir a su público la sensación de que él está llevando la iniciativa, que se mueve por el exterior de Cataluña, que su proyecto cuenta con muchas simpatías y genera grandes expectativas a otros. Aunque, sobre todo, necesita transmitir la sensación de que tiene un proyecto bien diseñado y una voluntad inquebrantable de llevarlo adelante. Nada puede resultarle más provechoso en estos momentos que un encuentro enigmático con el lehendakari Urkullu o con quien sea, de modo que no tenga que dar explicaciones sobre su contenido y, sobre todo, no se vea en la necesidad de preocuparse sobre sus resultados.

Pero la frialdad que denotan los comunicados de Ajuria Enea y de la presidencia de la Generalitat contrasta tanto con la temperatura emocional que tratan de proyectar las advocaciones a la consulta del 9 de noviembre que constituye una prueba más de que el plebiscito no tendrá lugar ni en esa fecha ni en los términos de «Estado propio» e «independiente». Mientras el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat señala que el 47,1% de sus encuestados optaría por la independencia, es la propia celebración de la consulta la que se encuentra en entredicho. Sobre todo después de que el propio Mas se haya comprometido tantas veces a convocarla como a suplirla con unas elecciones autonómicas plebiscitarias. Aunque el empate que el CEO pronostica entre CiU y ERC en las europeas del 25 de mayo es doblemente disuasorio. Porque apunta a que, mediante consulta o con comicios al Parlamento, el poder convergente corre el riesgo de verse desplazado a favor de un magma independentista que acabaría con la federación CiU por lo menos. La imagen de un Artur Mas recabando apoyos a la consulta o, siquiera, procurando la neutralidad exterior tiende a confundirse con una figura política errante, centrifugada en buena medida a causa de su tardía conversión soberanista.

El jueves Artur Mas no pudo regresar entusiasmado a Barcelona. Es lo que se deduce de la información que ha trascendido sobre el encuentro. Lo de menos es que la nota de Ajuria Enea explicara la cita solo como respuesta a la «recentralización» emprendida por el Gobierno de Rajoy, y la presidencia de la Generalitat no pudiera conceder mayor trascendencia al encuentro. Porque no se trata de un juego de «similitudes» y «diferencias» entre el momento que viven las aspiraciones nacionalistas aquí y allí. La realidad es mucho más cruda.

El acierto de Urkullu depende de que Mas acabe embarrancando su nave a fuerza de desplegar todas las velas, desde el independentismo sin retorno que encarna la Asamblea Nacional Catalana hasta la ‘tercera vía’ que representa Durán Lleida, podría decirse que en solitario. El éxito del PNV prudente se alimenta del fracaso de CiU por su temeridad. No es toda la verdad de lo que ocurre, pero constituye una parte muy importante de ella. Ningún argumento es más disuasorio para el soberanismo que late en los jeltzales que comprobar cómo la apuesta independentista podría acabar a muy corto plazo con el poder convergente y con la propia Convergencia.

Pero hay dos causas anteriores al ascenso de ERC que enraízan en un distanciamiento que ha sido mutuo, por lo menos, desde 1978 y la Constitución. La competencia que surge de una visión igualmente bilateral de las relaciones con Madrid y sus ventajas, que ha estado presente en la política de alianzas con el Gobierno central de turno, y los celos y recelos derivados de coger la delantera el uno al otro. Convergencia se desentendió de la aventura de Ibarretxe entre otras razones porque le permitía explotar las bondades de un nacionalismo sensato. El PNV de Urkullu se desentiende de la consulta catalana porque espera obtener a medio plazo algo más gracias a la contención de su soberanismo.

Pero en el fondo late una doble disputa, que se refiere tanto al punto de partida de cada cual –Cataluña envidia el sistema de Concierto y Cupo– como a la habilidad para alcanzar antes que el otro la meta propuesta, sin que se sepa cuál es ésta. El soberanismo de CiU necesita convencerse de que el déficit fiscal y financiero que padece Cataluña genera un sentimiento de agravio suficiente para catapultar el derecho a decidir hacia la consulta y más allá.

El soberanismo jeltzale, todavía inédito, se vuelve pujolista al preservar el estatus actual a cuenta de aspirar a uno nuevo. El encuentro entre Artur Mas e Iñigo Urkullu adquiere todas las connotaciones de una cita privada porque es intrascendente en cuanto a sus resultados. No así en cuanto a su significación. Porque es sumamente elocuente que en Ajuria Enea no pasara nada. No es toda la verdad, pero es una parte muy importante de la misma.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 03/05/14