David Mejía-El Español

El juego de unir los puntos no faltaba en ninguna sección de pasatiempos. Era pura magia: seguir con un lápiz la secuencia numérica y contemplar cómo se iba revelando un dibujo imprevisible. Algún verano después, siendo (un poco) más mayor, me divertía jugando a la inversa: observando los puntos y tratando de averiguar la imagen que encerraban.

Hoy el juego está en desuso, como todos los de aquellos años, pero quiero creer que, además de distraernos en las largas horas de siesta, aquellos pasatiempos nos entrenaron para mirar el mundo con algo más de finura, a unir correctamente los puntos de la realidad para poder anticiparla.

¿Qué futuro cabe augurar si unimos el indulto, la mesa de negociación y la vacua retórica del diálogo? Lo previsible es que habrá un pacto de financiación en el que Cataluña será favorecida en detrimento de regiones más necesitadas. Comenzará una retirada paulatina de toda reminiscencia estatal del territorio y el Gobierno accederá a celebrar una suerte de consulta.

Y cuando se anuncie, se insistirá en su carácter no vinculante, obviando que la celebración ya sería un objetivo cumplido para el nacionalismo, pues supondría el reconocimiento de Cataluña como sujeto político autónomo. Y como recordaba el constitucionalista Josu de Miguel, citando a Solozábal, un referéndum «sobre» soberanía, es un referéndum «de» soberanía. Podría haber una sorpresa, pero este es el escenario que se dibuja siguiendo la verosimilitud de los puntos.

Por eso el Gobierno debería cuidarse de hablar de concordia cuando toda su política territorial consiste en dar oxígeno al nacionalismo, único responsable del conflicto. Los portavoces gubernamentales pretenden convencernos de que la renuncia a la unilateralidad es un éxito de sus negociadores, cuando la única estrategia persistente es la de ensanchar las bases, es decir, la de insistir en un uso despótico de las instituciones que asfixia toda oposición política y civil al nacionalismo.

Ensanchar las bases es ignorar las sentencias judiciales, conservar la simbología partidista en los balcones oficiales o mantener secuestrados los medios públicos. Ensanchar las bases es dejar que la lluvia ácida del nacionalismo siga erosionando la convivencia.

A estar alturas, todo español debería saber que no se dialoga sobre el encaje de Cataluña en España, sino sobre los plazos de su independencia. Porque el Estado encara toda conversación con el nacionalismo en desventaja.

El motivo es sencillo: a Junqueras le importa más la independencia de Cataluña que a Sánchez la unidad de España, y el Gobierno de Cataluña está más centrado en su labor de homogeneización cultural que el Gobierno de España en defender a quienes se resisten a disolverse en el ethos nacionalista.

La ecuación es simple y siempre depara los mismos resultados. Esto es lo que viene. Cualquier niño con un lápiz sería capaz de anticiparlo.