ABC-LUIS VENTOSO

¿Qué necesidad tenía ese ministro de llamar «casposos» a millones de españoles?

LA tercera federación deportiva con más afiliados es la de Caza, con unos 330.000 registrados. Solo la superan las de fútbol y baloncesto. Pero los federados suponen menos de la mitad de quienes practican la actividad cinegética en España. En total se calcula que hay más de 800.000 españoles aficionados a la caza. ¿Poca gente? No parece (por ejemplo, el PSOE cuenta con solo 190.000 afiliados y Sánchez ganó las primarias con 74.000 votos).

Los empresarios taurinos presentaron el año pasado un estudio de la Universidad de Extremadura con las cifras económicas de esta afición. Los toros no poseen el predicamento de antaño, pero sus datos siguen resultando muy relevantes: casi 25 millones de personas asisten cada año a algún festejo taurino y la fiesta genera 57.000 empleos directos y un movimiento económico de 1.600 millones anuales. Más allá del dinero, existen otros argumentos para defender la caza y los toros. Ecológicamente, se da la solo aparente paradoja de que en realidad contribuyen a mantener la existencia de los animales que depredan (es un tópico, pero es cierto: sin la fiesta el toro de lidia habría desaparecido). Hay además razones culturales. La caza, como la pesca, está arraigada en los mismísimos orígenes del ser humano, y la fiesta de los toros supone un milagro cultural, un sofisticado rito que recrea el logro neolítico de cuando el hombre domeñó a la bestia.

Dicho todo lo anterior, es perfectamente respetable que haya personas que no soporten la violencia contra los animales, y que por tanto rechacen la caza y los toros. Pero en determinados ámbitos reglados esa actividad es perfectamente legal. Así que los discrepantes pueden expresar su opinión contraria, y cuidarse de permanecer alejados de todo lo que tenga que ver con cacerías o corridas. Lo que no pueden hacer es pretender prohibir lo que a otros sí les gusta y/o necesitan (matamos animales para alimentarnos). Tampoco es admisible que insulten o acosen a los aficionados de sentir distinto al suyo.

El ministro de Fomento, el valenciano José Luis Ábalos, maestro de primaria de 58 años, ha llamado casposos a los españoles aficionados a la caza y a la fiesta. A su juicio, esas prácticas representan «un españolismo trasnochado y antiguo». Aparte de torpe, faltona y superflua, la declaración sorprende viniendo de un nieto de guardia civil e hijo de novillero (Carbonerito, que hizo sus pinitos en los días previos a la Guerra Civil). El concepto de casposo, como los de «trasnochado y antiguo», depende de la mirada subjetiva de cada quien. Personalmente veo en acción a Ábalos, observo su tono perdonavidas, la manera en que arrastra las palabras masticando intolerancia para zaherir al adversario, su aburrido y conservador porte estético, la simpleza de sus muletillas políticas revanchistas, su desprecio a la tradición cultural de su país… y no logro atisbar ahí nada moderno ni estimulante, solo un maniqueísmo «trasnochado y antiguo». Porque cuando el PSOE ya no exista, y Sánchez sea solo una nota a pie de página, mucho me temo que todavía habrá españoles que seguirán cazando y yendo a los toros.