JESÚS LAÍNZ – LIBERTAD DIGITAL – 04/02/17
· Nadie podrá decir que no lo sabía. Lo del lenguaraz Santiago Vidal ha sido simplemente un paso más.
ren Blixen, alias Isak Dinesen, relató en su ensayo Negros y blancos en África una historia muy jugosa. Un amigo suyo, Galbraith Cole, tenía una finca ganadera en aquella Kenia colonial de principios del siglo XX. Como los masáis de los alrededores tenían la mala costumbre de robarle reses, Cole les avisó de que la próxima vez que les pillase les pegaría un tiro. Hombre de palabra, al poco tiempo sorprendió a tres cuatreros afanándole una ternera y al más lento de ellos lo dejó seco.
Llevado el asunto a juicio por los dos que escaparon, el juez intentó echar una manita al blanco:
–Evidentemente, usted disparó para espantar a los ladrones.
–No –replicó Cole–. Disparé para matarle, como les había advertido.
–Piénselo bien, Mr. Cole –insistió el juez–. Estamos convencidos de que usted sólo disparó para espantarle.
–Dios sabe que no es así. Disparé a matar.
Ante la insistencia del acusado, al juez no le quedó más remedio que condenarle a abandonar Kenia, lo que supuso su ruina. Pero los masáis guardaron reverente recuerdo del que desde aquel momento apodaron Cole Debr Lao: Cole Sólo Tenía una Lengua en su Boca.
¡Cuán necesitados estamos de hombres así en nuestra indigna España de hoy! Porque el único que ha demostrado estar al nivel de aquel admirable Galbraith Cole ha sido el juez Santiago Vidal al desvelar por completo lo que era un secreto a voces: la conspiración continuada de los separatistas catalanes para dinamitar España desde dentro utilizando sus propias instituciones.
Aunque hayan disimulado sus palabras y sus hechos a lo largo de cuatro décadas, ese disimulo ha ido dejando paso paulatinamente a la exhibición, según su posición se fortalecía, gracias a la parálisis de los gobernantes de la nación. Hay tantos ejemplos que casi sobra el mencionarlos: el honorable Jordi Pujol declarando a ministros de Felipe González su intención de sembrar el terreno para que la siguiente generación cosechase la independencia; el mismo Pujol diseñando en 1990 el plan de dominación totalitaria de Cataluña mediante la utilización partidista de instituciones, enseñanza y medios de comunicación; el honorable Artur Mas declarando: «Tenemos que engañar al Estado»; la familia Pujol saqueando Cataluña, intocable por la ley y con bula para seguir robando; Mas, Puigdemont, Forcadell, Rigau, Tardà, Homs, alcaldes, concejales y mil más incumpliendo, incluso rasgando materialmente, órdenes, sentencias y leyes; y todo tipo de altos cargos de la Generalidad y otros dirigentes separatistas pregonando las acciones ilegales ya realizadas y aún por realizar para conseguir lo que ellos llaman, con su tradicional cursilería, la «desconexión», es decir, el golpe de Estado.
Nadie podrá decir que no lo sabía. Como el legendario Cole Sólo Tenía una Lengua en su Boca, los separatistas han hecho lo que avisaron que iban a hacer. Lo del lenguaraz Santiago Vidal ha sido simplemente un paso más. Porque seguirán dándose pasos, evidentemente, visto que nadie paga ni económica, ni administrativa, ni política ni mucho menos penalmente por ninguno de los múltiples delitos que los separatistas llevan cuatro décadas cometiendo: prevaricación (art. 404 del Código Penal); desobediencia (art. 410); malversación (art. 432); obstrucción a la justicia (art. 464); rebelión (arts. 472 y siguientes); usurpación de atribuciones (art. 506); incitación al odio (art. 510.1.a); denegación de la prestación de un servicio público (art. 511); ultrajes a España (art. 543); sedición (arts. 544 y siguientes); resistencia y desobediencia a la autoridad (art. 556). Por no mencionar el al parecer inmencionable artículo 155 de la Constitución.
Mientras tanto, nuestros gobernantes, como el juez británico de nuestra anécdota keniata, utilizan su adormecida lengua para balbucear justificaciones en defensa de quienes, por el contrario, sostienen con gallardía la justicia de sus acciones ilegales. Y demuestran cada día, para bochorno y desesperación de los ciudadanos conscientes, que España es un Estado fallido, un Estado que o no puede o no quiere hacer cumplir sus leyes en una parte de su territorio.
Como explicó a menudo Claudio Sánchez-Albornoz, presidente de la República en el exilio, los republicanos, «por no haber sabido mantener el orden, cayera quien cayera», prepararon el terreno para que Franco se sublevara.
En la Europa del siglo XXI una insurrección militar es difícilmente imaginable, naturalmente, pero los inquilinos de la Moncloa –la palabra gobernantes sería una exageración– quizá debieran tomar nota del ejemplo histórico. Pues de continuar las cosas como hasta ahora, y de permitir que los delincuentes separatistas acaben saliéndose con la suya, sólo puede surgir una crisis nacional en comparación con la cual la de 1898 fue una broma. Y ante eso, ya podrán ir los monclovitas despidiéndose del Partido Popular, del Gobierno, de la Constitución de 1978, de todo el régimen político construido sobre ella y hasta de España.
Porque el desprestigio de personas e instituciones y el enfado de los españoles alcanzaría tal grado que no sería improbable que una buena cantidad de culpables, por acción u omisión, acabaran teniendo que hacer las maletas para nunca más volver a poner su pie en la España residual. Sus Majestades incluidas.