El Correo-JAVIER ZARZALEJOS

No hay proyecto de Gobierno detrás de este juego de encajes imposibles. Lo paradójico es que sea el PSOE el que facilite el repertorio para verbalizar lo disparatado del empeño

Aquién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?». Esta memorable línea de Chico Marx –disfrazado de su hermano Groucho– en ‘Sopa de ganso’ ha resultado una de las humoradas más inteligentes que los célebres hermanos produjeron. Como humor del absurdo es asombroso lo mucho que ha perdurado. De hecho, Pedro Sánchez, como el Chico Marx de la película, no ha dejado de hacernos la misma pregunta a todos los españoles desde que prosperó la moción de censura que tumbó a Rajoy y le convirtió en presidente del Gobierno. Desde ese momento, Sánchez ha insistido en desafiar a nuestros propios ojos, exigiendo que le creyéramos a él. Empezó con aquello de que los apoyos para ganar la moción no implicaban ningún acuerdo con los que la hicieron posible. A nuestros ojos podía parecer una alianza, especialmente en partidos como ERC o PNV, que no son conocidos por dar sus votos gratis, ya sea con pago al contado o aplazado. También se nos explicó que la abstención clave de EH Bildu en Navarra no significaba nada, simplemente que el Partido Socialista conseguía la presidencia de la comunidad foral.

Y aunque a nuestros propios ojos aquello era muy improbable que fuera un acto de altruismo abertzale –gran oxímoron, por cierto–, se volvía a escuchar a Chico Marx preguntando: «¿A quién va a creer usted?». Nuestros propios ojos volvieron a engañarnos, según Sánchez, cuando muchos vimos en el famoso ‘bloqueo’ una decisión perfectamente deliberada del presidente en funciones para regalarse una segunda vuelta, tomada en aquellos días en que las encuestas, y no sólo las del CIS, le anticipaban ganar 20 escaños, en vez de perder más de 700.000 votos como ha ocurrido.

Hay algo de encomiable en la frialdad con que Sánchez y sus portavoces siguen aplicando esa concepción de la política que la reduce a un juego de simulación en el que la verdad y la mentira se equiparan en un mismo valor instrumental. La realidad es que EH Bildu es socio preferente del PSN y este partido ya no tiene el más mínimo pudor en normalizar esa relación con quienes no condenan la violencia terrorista, ni reconocen la injusticia del daño, ni expresan consideración singular alguna por las víctimas, como recuerdan de vez en cuando sus compañeros del Partido Socialista de Euskadi.

Una realidad en la que ERC se ha convertido en la clave del convoluto partidista que tiene que construir Sánchez para mantenerse en la Moncloa, mientras Unidas Podemos nos reconcilia con nuestra vista porque, efectivamente, ellos aguardaban el pacto al que Sánchez se ha visto condenado por su mala cabeza al forzar nuevas elecciones. Aun así, Carmen Calvo, fuente inagotable de citas célebres, entra de lleno en el género del absurdo instando a los independentistas a procurar el bien de España, mientras asegura que con ERC no se negociará la autodeterminación. Nadie sugiere que el pacto de apoyo al Gobierno Sánchez con Esquerra incluya el reconocimiento de la autodeterminación, pero tampoco deberían negar los socialistas que con el partido que dirigen sediciosos y prófugos la negociación abrirá una vía para que la reclamación del presunto derecho a decidir todo lo que ha significado el ‘procès’ no sólo no se cierre sino que adquiera carta de naturaleza con los socialistas como extraños oficiantes, pero oficiantes al fin y al cabo, del acuerdo: el tripartito de Maragall elevado a otro nivel.

No hay proyecto de Gobierno detrás de este juego de encajes imposibles. No lo puede haber. Lo paradójico es que han sido los propios socialistas lo que han facilitado el repertorio para verbalizar lo disparatado del empeño. Fue Alfredo Pérez Rubalcaba el que calificó las intenciones de Sánchez que llevaron al PSOE a destituir a este como el proyecto para un ‘Gobierno Frankenstein’. Y fue el propio Sánchez el que insistió en negarse a pactar con Podemos porque eso llevaría a tener dos gobiernos en uno. Pues bien, nada puede añadirse a lo que los propios socialistas dijeron, salvo que, en vez de dos ejecutivos, de los pactos pueden salir tres o cuatro.

Al margen de cómo lo escenifiquen, el PSOE, Unidas Podemos y ERC ya lo tienen todo probado. La declaración de Pedralbes ya evitó referirse a la Constitución, habló de «un conflicto político» –y qué pintan los jueces entonces?–, y la aprobaron dos gobiernos situados en el mismo plano, eso que José Luis Ábalos llama «interlocutar». Sánchez declaró en aquellos días que Torra «es una persona a quien le gusta el diálogo y rehúye el conflicto», y antes, la presidenta del Congreso y de las Cortes, Meritxell Batet, ya había dicho que «para hacer política en Cataluña, sería mejor que no hubiera presos».

El Estatuto que se declaró inconstitucional podría ser resucitado para reintroducir por la vía del artículo 150.2 de la Constitución lo que rechazó el Tribunal Constitucional. No sería la secesión, pero terminaría de vaciar Cataluña de toda presencia del Estado, incluido el Poder Judicial único, lo que permitiría volver a intentar otra declaración de independencia, –a su debido tiempo, pero no muy tarde– después de asegurarse que el Estado haya quedado privado de la capacidad de respuesta para restablecer el orden constitucional. El plan es demasiado tentador para que los independentistas lo rechacen y tiene suficientes coartadas para justificar la chapuza como para que los socialistas renuncien a ponerlo en la mesa de negociación. Eso sí, que no vuelvan a preguntarnos: ya sólo vamos a creer a nuestros propios ojos.