Si los empresarios y las administraciones vascas se desentendieran de las reformas que vienen, el sindicalismo nacionalista podría perseverar en un terreno de juego aparte. Pero es probable que ELA y LAB se vean forzados a optar entre abrirse al diálogo social o operar sobre los efectos de negociaciones en las que no han querido participar.
La coincidencia el jueves de la huelga general convocada por ELA y LAB con el acuerdo alcanzado por el Gobierno con CC OO y UGT refleja mucho más que un pulso entre lo posible y lo deseable. Ilustra la dualidad en la que vive la sociedad vasca entre el conformismo y la insatisfacción permanente. Posiblemente el sindicalismo nacionalista no habría convocado el paro si el acuerdo se hubiese producido antes del llamamiento. Anunciado el pacto de madrugada, no era fácil saber cuál era el objeto de la protesta convocada en Euskadi y Navarra. Quizá por eso mismo los convocantes no han hecho público aún su parecer sobre la reforma acordada.
Para sorpresa de ELA y LAB, la crisis ha subrayado tanto la relevancia del diálogo social como el ámbito de negociación español. Las advertencias lanzadas por Toxo y Méndez a Rodríguez Zapatero se han desvanecido de pronto. El acuerdo para la revisión del sistema de pensiones puede ser la antesala de una dinámica continuada de pactos en cuantas materias afecten al futuro de la economía. El cambio en la actitud sindical respecto a la mantenida frente a la reforma laboral muestra el vértigo que provoca toda aproximación al abismo, el incremento del paro y las perspectivas de una lentísima recuperación. Y, al fondo, la inutilidad de la sindicación si CC OO y UGT hubiesen optado por situarse de frente o de espaldas a acontecimientos inexorables. ¿Pueden ELA y LAB mantenerse impasibles ante lo que les ha ocurrido a esos dos sindicatos pensando que a ellos no les pasará nada? Cuando menos cabe plantearse alguna duda al respecto; duda que seguramente alberga el sindicalismo nacionalista.
ELA y LAB pertenecen a dos tradiciones que han coincidido en su negativa al diálogo social -a verse hipotecados por el compromiso duradero con otros poderes institucionales o empresariales- y en la búsqueda de un marco autónomo de relaciones laborales que, prescindiendo del ámbito estatal, propicie la hegemonía del sindicalismo nacionalista. Su negativa a participar en el marco de diálogo que auspicia el Gobierno Vasco es el sucedáneo de una estrategia orientada a debilitar al sindicalismo no nacionalista en Euskadi. ELA siempre se ha visto a sí misma como un cuerpo en permanente expansión. Intentó dilatarse a cuenta de LAB hasta que se percató de que no era posible y optó por el entendimiento con la central de la izquierda abertzale. Pero es difícil crecer cuando una organización adquiere el tamaño al que ha llegado el sindicato de Etxebarria, Elorrieta y ahora Muñoz: más de 110.000 afiliados y algo más del 40% de los delegados sindicales en Euskadi. No sería descabellado suponer que ELA llegó hace algún tiempo a su máxima expresión y se enfrenta ahora a la dificultad de dibujar un horizonte que sirva para mantener en tensión a sus bases sindicales.
El sindicalismo en su conjunto atraviesa una crisis de representatividad funcional. El celo con el que ELA ha velado siempre por su independencia como atributo esencial de su poder sindical le llevará a contemplar el acuerdo suscrito por CC OO y UGT como manifestación del entreguismo con el que estos sindicatos acostumbran a asegurarse su pervivencia. Pero más allá del reproche moral con el que ELA ha juzgado siempre la disposición al diálogo social de los dos principales sindicatos españoles está la evidencia de que ayer el Consejo de Ministros aprobó una reforma concertada para el futuro de las pensiones, y en las próximas semanas puede ocurrir otro tanto con la negociación colectiva y la política industrial.
El sindicalismo de ELA ha sido exitoso durante casi cuatro décadas. Si Euskadi se sitúa a la cabeza de España en cuanto a media salarial y de pensiones se debe en buena medida a su ejecutoria sindical. Pero una vez desatada la tormenta global resulta discutible que ese tipo de sindicalismo, que tradicionalmente ha puesto el acento en incrementar su afiliación y en emplearse a fondo en conflictos y negociaciones que pudieran servir de fuerza tractora para el resto, continúe obteniendo la anuencia que ha logrado en años anteriores. ELA sabe que la firma del acuerdo sobre pensiones va a reportar a CC OO y UGT un aplauso casi unánime de la opinión publicada, ningún afiliado más y algún que otro disgusto entre sus bases. Pero sabe también que su sistema de poder sindical no constituye seguro alguno de futuro cuando se basa sustancialmente en el encuadramiento de los trabajadores con empleo más estable, no en su aparente combatividad. Aunque es cierto que ésta permite obviar los verdaderos retos; como el estruendo de los petardos lanzados en el desarrollo de las manifestaciones del jueves posibilitaba disimular la ausencia de consignas claras tras el acuerdo sobre pensiones.
Para sorpresa de ELA, es muy probable que los convenios desciendan al ámbito que a la central nacionalista le ha resultado históricamente más interesante: el de cada empresa. Aunque descenderán tan sujetos a criterios de productividad y competitividad que la parte sindical se verá obligada a hacerse corresponsable de la marcha de cada compañía. Si los empresarios y las administraciones vascas se desentendieran de las reformas que vienen, el sindicalismo nacionalista podría perseverar en la gestación de un terreno de juego aparte. Pero es probable que ELA y LAB se vean obligados a invertir el capital que han acumulado hasta ahora en su propia reconversión sindical, forzados a optar entre abrirse al diálogo social o disponerse a operar sobre los efectos ineludibles de negociaciones en las que no han querido participar ni de lejos.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 29/1/2011