Sosomán

Ignacio Camacho-ABC

  • Antes de convertir a Gabilondo en un Sosomán de laboratorio, Sánchez pretendía sacárselo de encima… por soso

Antes de convertir a Ángel Gabilondo en Sosomán, como aquel guiñol del primer Zapatero -que luego se destapó como un imprevisible zascandil-, el laboratorio sanchista quería quitarlo de en medio… por soso. Al final ha aguantado como candidato porque la sacudida electoral de Ayuso pilló a los socialistas sin relevo y han tenido que improvisar una campaña haciendo del problema virtud al presentarlo como paradigma de señor razonable y serio. Que lo es, y precisamente por eso representa justo el perfil contrario al del presidente del Gobierno. Para empezar, es un catedrático de Metafísica que ha sido fraile antes que cocinero político, y es autor contrastado de su propia tesis doctoral (sobre Hegel) y de media docena de libros que

nadie le ha escrito. Hacía falta un ejercicio de prestidigitación para sumergir en la caldera hirviente de Ayuso e Iglesias a un hombre al que cuesta imaginar dando gritos, y en contraste con esa atmósfera caníbal le han dibujado un retrato que realza sus rasgos reflexivos y le proyecta como una especie de casco azul dispuesto a pacificar un Madrid polarizado por el antagonismo. Pero al final, si se observan con detenimiento los campos semánticos que sugieren los adjetivos y sintagmas con que se ha o lo han presentado en su primer vídeo -formal, maduro, sobrio, profesoral, alérgico al ruido-, lo que sale es un calco de la definición y el eslogan que ¡¡Rajoy!! escogió en 2015 para vender en positivo su estilo de tipo fiable, aplomado y saludablemente aburrido. Tantas vueltas, tantas críticas y tanto marketing de cerebritos ‘posmopijos’ acaban en una versión socialdemócrata del marianismo que Sánchez -vivir para ver- promociona como antídoto cabal frente al duelo de narcisos.

Cabe suponer que el destinatario de ese mensaje es un improbable ciudadano de centro-izquierda harto de altisonantes exhibiciones de egos y de lo que Machado llamaba romanzas de tenores huecos. Es decir, ese votante que el presidente viene despreciando con su política de enfrentamiento y al que ahora apela en una pirueta forzada por la falta de tiempo para plantear uno de sus endémicos golpes de efecto. Pero el juicioso Gabilondo va a tener varios problemas para encajar en ese giro estratégico. Uno consiste en que su propuesta de ‘gobernar en serio’ parece una enmienda a la totalidad del líder que le ha nominado para el puesto. Otro, que todo el mundo sabe que es un candidato por descarte al que habían buscado una salida como Defensor del Pueblo, cargo que por cierto le cuadraba a su talante como anillo al dedo. Y un tercero, ‘last but not least’, la dificultad de convencer a los madrileños de que no dependerá en última instancia de Podemos, el partido que su jefe ha elegido como socio predilecto. Aunque para esto último quizá pueda probar a decir en tono muy circunspecto que la idea de gobernar con Iglesias le quita el sueño.