Luis Ventoso-ABC

  • Violencia antisistema hay en media Europa y en EE. UU., pero no ministros dándole bola

La violencia antisistema, zurda o diestra y de supuesto móvil político, no es un fenómeno ni nuevo ni español. En el arranque de este siglo cobraron gran fuerza las protestas del movimiento antiglobalización, que organizaba sus mayores aquelarres con motivo de las cumbres del G-8. En 2007 hubo una sonada batalla campal en Rostock (Alemania) entre manifestantes contra la pobreza y el cambio climático -ese era el supuesto móvil- y los 13.000 antidisturbios que envió allí Merkel para meterlos en vereda. En las democracias, el Estado ostenta el monopolio de la violencia a fin de defender los derechos y libertades de todos. Por supuesto los policías alemanes repartieron estopa a manta para frenar a las hordas que quemaban las calles y les arrojaban botellas y adoquines. Huelga decir que ningún partido se quejó.

La pandemia ha provocado una limitación, probablemente excesiva, del derecho a la movilidad. Los jóvenes, en la edad de la rebeldía y la energía desbordada, lo han llevado mal. El hartazgo ha eclosionado en protestas en todo Occidente, a veces violentas. En España apenas se ha contado que el Black Lives Matter, un movimiento que nació por una buena causa, ha degenerado en el año del Covid en alborotos gravísimos -incluso con muertos- en ciudades con Portland, Seattle, Detroit o San Diego. En alguna, los disturbios han durado más de cien días y han continuado con Biden. En noviembre del año pasado hubo una batalla campal en París contra una ley de seguridad. En el arranque de este año, Holanda, Bélgica y Austria han vivido algaradas juveniles contra los toques de queda, auspiciadas por libertarios de derechas, pero a las que se ha sumado una fauna heterogénea de vándalos de toda ideología, convocados a través de las redes y con ganas de sentir ‘la emoción’ de pelearse con la Policía. Durante tres noches del final de enero, Holanda padeció los peores disturbios en 40 años: barricadas, coches quemados, saqueos… Por supuesto las autoridades no titubearon. El primer ministro Rutte calificó las protestas de ‘violencia criminal inaceptable’. La Policía se aplicó con máxima contundencia, incluidos cañones de agua y gases lacrimógenos. El alcalde socialista de Róterdam calificó a los manifestantes de «ladrones sinvergüenzas». El alcalde liberal de Eindhoven los llamó «la peor escoria del mundo».

Aquí llevamos casi una semana de vandalismo desatado, en teoría contra el encarcelamiento de Pablo Rivadulla (Hasel, a la hora de insultar), que ha sido perfectamente ajustado a derecho. Pero España está aportando una gran novedad con su enfoque de la violencia antisistema. Somos la única democracia del mundo con un partido de Gobierno que apoya a los vándalos frente a la Policía y con ministros que defienden a un energúmeno violento condenado con todas las garantías. «El encarcelamiento [de Hasel] es síntoma de una grave anomalía democrática», nos explica Alberto Garzón, exégeta de las avanzadas democracias cubana y venezolana. Ay, ¡qué paciencia!