Suiza, síntoma y símbolo

ABC 11/02/14
HERMANN TERTSCH

· A los suizos les gusta su forma de vida. La ven amenazada. Y quieren preservarla

De nuevo la eterna salmodia –de biempensantes profesionales y de la masa progresista cariñosa– que nos explica que en Suiza un referéndum ha optado en favor de cortar la libre circulación por la sencilla razón de que triunfa la extrema derecha. Como siempre en cualquier problema, conflicto o disyuntiva, dentro o fuera de nuestras fronteras, lo que no les gusta es «facha» y punto. En realidad no es así. No es que los suizos se hayan vuelto de repente todos camisas pardas y consideren a los extranjeros infrahumanos. Al contrario, cerca del 25% de los habitantes de la Confederación Helvética son extranjeros sin derecho a voto. Y la cifra aumenta sin cesar. Es mucho más del doble que en la mayoría del resto de sociedades europeas. En Suiza ha pasado lo que sucede cada vez con más frecuencia en toda Europa cuando se pregunta a la mayoría sobre decisiones impuestas por las elites. Que la respuesta no gusta. Como sucedió en Francia con la Constitución europea o en Holanda, o como pasaría con muchas decisiones de la UE si sus gobiernos se atrevieran a preguntar. En Suiza se hace.

Desde sus épicos orígenes medievales como cantones alpinos unidos por juramento contra los poderes centroeuropeos. Así sigue siendo. Está claro que las decisiones tomadas así no siempre son sabias. Las mayorías se equivocan. Serán muchos los suizos que lamenten este voto, auspiciado en referéndum por el líder populista del Partido Popular Suizo (SVP), Christoph Blocher. La pregunta era tan tramposa como pueden serlo en referéndum y hablaba de poner fin a la «inmigración en masa» desde los países de la Unión Europea. Blocher es un inteligente hombre de negocios, no un zoquete ideologizado, y sabe bien que jamás hubo ni habrá «inmigración en masa». Pero cierto es que los suizos han ido en masa a votar. Y con menos de 20.000 votos de diferencia, ha ganado el «sí» a las restricciones que suponen el fin de la libre inmigración de ciudadanos de la UE a territorio helvético. ¿Por qué? Porque a los suizos les gusta su forma de vida. La ven amenazada. Y quieren preservarla. Por el mismo motivo que Suiza no asumió la vía de la UE y rechazo el acuerdo de asociación en 1992, pese a las presiones masivas de sus poderosas elites en sentido contrario. Los suizos son síntoma y símbolo a un tiempo de lo que en Europa no quieren ver sus propias elites. Y que no se puede expresar dentro de esta corrección política que reprime los humores hasta que estallan.

Suiza es una isla de bienestar dentro de otra isla de bienestar, que es Europa en el mundo. Ambas se protegen. Y nadie quiere hundirse bajo el peso insostenible de demasiados náufragos. Pero nadie hace caso hasta que se pone en marcha el miedo. Y el miedo es mal consejero. Ahora se habla de represalias. Suiza –sus bancos, sus farmacéuticas, sus cantones ricos y egoístas– es ideal como chivo expiatorio para mucho político europeo. Haría mal la UE. Porque es cierto que tiene medios para castigar severamente a Suiza. Puede cancelar mil acuerdos de un denso entramado contractual entre Suiza y la UE que este voto pone en cuestión. Y todos podrán engañarse en la pretensión de que castigan a la ultraderecha. Lo cierto es que ese sentimiento fortísimo en la Suiza alemana, algo menor en la francesa, es un miedo que comparten muchos europeos en toda la UE y que los políticos desprecian. Hasta que se arma de votos y leyes. Tiene razón Merkel en que, con este voto, Suiza se ha metido en un buen lío. Pero nadie se engañe, es un lío europeo.