El entonces líder de Unidas Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno de coalición, Pablo Iglesias, designó a Yolanda Díaz para sustituirle en ambos papeles en marzo de 2021. Un año y tres meses después, la ahora vicepresidenta segunda ha iniciado su «proceso de escucha» con la intención de articular una alternativa unitaria en torno a su persona partiendo de la plataforma ‘Sumar’ creada a tal efecto. A la espera de postularse a candidata a la presidencia del Gobierno si el contraste de pareceres inaugurado ayer en el Matadero de Madrid la convence para ello.
De entrada, resulta contradictorio que tras una designación inicial tan a dedo Yolanda Díaz manifieste su desconfianza hacia «los partidos» y «las personalidades», mientras se erige en el vértice de una iniciativa por la que pretende conversar directamente «con la gente», sin mediación alguna. Como es contradictorio que una vicepresidenta nombrada para el cargo en virtud de una coalición entre dos formaciones y en representación de una de ellas -en cuyo nombre habla habitualmente- convoque nada menos que a «la sociedad civil» a un acto eminentemente político en el que los partidos de «su espacio» no tenían cabida como tales, y sus respectivos dirigentes menos.
Yolanda Díaz es la política mejor valorada en los barómetros del CIS. A ello ha contribuido su gestión al frente del ministerio de Trabajo y su imagen dialogante desde el Gobierno, más que su militancia ‘morada’ procedente del PCE. El carisma del poder, que decía Xabier Arzalluz. Las contradicciones surgen de que tanto los seis meses de «escucha» con ‘Sumar’, como la precampaña y la campaña de autonómicas y locales en la primavera de 2023, y la recta final hacia las generales los tendrá que desarrollar confrontándose con el PSOE y con Pedro Sánchez, embarcados en la misma nave. Reivindicando para sí los deseos mientras Sánchez apechuga con las realidades. Una distribución de roles ventajista como para que, al final, consiga «sumar» los suficientes escaños para seguir gobernando ambos.
Un proceso de escucha de la sociedad civil que alumbre un programa de gobierno a la izquierda de la izquierda suena demasiado cándido a estas alturas. Esta misma semana la vicepresidenta segunda se mostraba convencida de hallar «soluciones imaginativas» en sus negociaciones con Sánchez, para compensar el crédito de mil millones en gastos de Defensa o el incremento presupuestario en la materia en un 2% para 2030. Es más que improbable que seis meses de puestas en escena animosas ofrezcan respuestas viables y eficaces a los problemas y desafíos que han de atender las políticas públicas. La celebración de encuentros como el del Matadero difícilmente despejará la incógnita de qué es realmente transformador e igualitario, más allá de enunciados ideológicos. Por ahora lo único claro es que ‘Sumar’ depende de que el PSOE gane las próximas elecciones.