JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA-EL CORREO

Se lo cuento como lo expone Searle, uno de los filósofos del lenguaje intelectualmente más honesto que ha habido: en lo que llamamos realidad existen dos tipos de esas cosas que calificamos como «hechos»: los hechos brutos o físicos (entendiendo por «fisis» todo el mundo que existe al margen de nuestra voluntad como humanos) y los hechos sociales, categoría en la que entran casi todos los que nos rodean: desde el Estado al dinero, desde el matrimonio a la nación, desde el Derecho a la religión, todos son hechos socialmente construidos mediante unas convenciones lingüísticas generalmente aceptadas del tipo «A vale como H en el contexto X».

Los hechos físicos («en la cima del Everest hay nieve») existen al margen de cómo sean descritos por los seres humanos, son ajenos a su intención y no son influidos por su descripción. Son el objeto de estudio de un tipo específico de conocimiento denominado científico, que se limita a describirlos y proponer hipótesis siempre falsables sobre su naturaleza, su interconexión y su predictibilidad. En cambio, los hechos sociales («Rurilandia es un Estado nacional») han sido socialmente construidos en la historia, dependen de su aceptación convencional para subsistir, son modificables y manipulables por otras convenciones, y son estudiados y descritos (y en parte reconstruidos) por un tipo de saber que llamamos Sociología o Antropología.

¿Y qué tipo de hecho es el covid? ¿Físico o social? ¿Es un hecho biológico o es un hecho construido desde el poder con desinformación y propaganda? La ciencia ha afirmado con rotundidad que es un hecho físico real y así lo ha estudiado, descrito e interactuado técnicamente con él: ha llegado a generar unas substancias que inyectadas en el cuerpo modifican la acción sobre él del virus, cumpliendo con sus predicciones previas. Pero una apreciable parte de la opinión pública cree que el virus es un hecho de la categoría de los «sociales», en todo o en parte: bien porque lo considera como una pura construcción imaginaria por parte de un sistema político-mediático hegemónico, bien porque cree que sobre una débil base empírica se ha producido una manipulación informativa ‘goebbelsiana’.

Bueno, dirán, todo eso son habas contadas, ¿a qué viene volver sobre ello? Pues verán, viene a cuento porque el presidente del Gobierno de este loquiestado en que vivimos acaba de declarar que, a partir de mañana o pasado, el covid pasará a ser considerado como un hecho social y tratado como tal, con las técnicas con las que se construye o destruye una convención humana. En primer lugar, se le cambiará de nombre y de ser una pandemia pasará ser una enfermedad endémica. En segundo y fundamental: dejará de ser registrado como un evento característico y pasará ser registrado con la misma estadística que la gripe común o los infartos. Desaparecerán datos numéricos específicos sobre contagios, hospitalizados y muertos (sobre todo sobre muertos), y la información pasará a ser del tipo de la que se proporciona sobre la gripe común. Del tipo de «parece que este mes hay mucha gripe», o «este año afecta al estómago». Nada de abrir los telediarios con números y curvas, fuera las cifras, deconstruyamos socialmente el virus.

En realidad, la ocultación de datos y el silencio opaco sobre hechos incómodos lo inventaron hace tiempo otros gobernantes. Pero que un hecho físico y biológico real se reconvierta en un hecho social a virtud de la voluntad política de un gobernante, esto sí que es nuevo. Y chusco. Pero pasa, vaya si pasa.