Take it easy

EL CORREO 13/09/13
ANTONIO ELORZA

En la partida de ajedrez de Mas contra el Gobierno, éste ha dejado jugar al primero a su antojo, prosiguiendo sin obstáculos su labor de propaganda y de gestación de la ruptura

Cuando se aproximaba el final de la guerra de Cuba, el embajador británico en Madrid puso de relieve el extraño comportamiento de la sociedad española ante la crisis, con una indiferencia y una resignación apenas alteradas por las salvas de fogueo de las manifestaciones patrioteras. Take it easy, parecía ser la pauta de un comportamiento general que evitaba adentrarse en el complejo de cuestiones que ponían sobre el tapete la inminente derrota colonial y el papel del ejército. Un siglo largo después, en un nuevo decorado, tal estimación seguiría siendo válida al ofrecer cada vez más motivos de preocupación la marcha hacia la independencia que encabezan los partidos soberanistas en Cataluña. Lo único claro es la importancia sobresaliente de que pase lo que pase el Barça siga jugando la Liga española (la cual, para no ofenderle, deberá ser rebautizada, del mismo modo que la selección española es ya para todos la Roja). Como hacía notar una constitucionalista próxima al expresidente Zapatero en una de las contadas reuniones institucionales sobre el tema, éste solo llamaba la atención de una minoría de ciudadanos.
En las semanas que siguieron a la Diada de 2012, el clarinazo dado nada menos que por un expresidente del Consejo de Estado, en el sentido de que por encima de la Constitución estaba lo que quería Cataluña, sin más precisiones, y sin tener en cuenta que entonces las cosas estaban casi al cincuenta por ciento en las encuestas; por su parte solo cabía expresar «pena» ante una eventual separación, no suscitó casi ningún comentario. Muchos intelectuales debieron celebrarlo porque de este modo les liberaban de la funesta obligación de pensar y opinar sobre un problema escasamente rentable, ya que criticar la hoy llamada ‘Vía Catalana’ equivalía a sentar plaza como neo-franquista o lo que es peor, y cito un episodio que me tocó de cerca en el más sesudo de los diarios barceloneses, a ejercer de Janos Kadar que llama a los tanques soviéticos para que ocupen Budapest. Delirante, pero sintomático. Y como la prensa conservadora, entonces y en los meses sucesivos, se limitó a buscar mil modos de descalificar al catalanismo de manera primaria, no debe extrañar que en una opinión pública desinformada, fuera de Cataluña la mayoría optase por permanecer al margen de un posible debate.
La responsabilidad de los partidos constitucionalistas resulta aquí evidente, recordando la obnubilación que afectara a los invitados de la fiesta en ‘El ángel exterminador’ de Buñuel: nada les impedía abandonar la habitación en que sus propias mentes les tenían encerrados. Es cierto que en el discurso de Mas y los suyos se encontraba siempre la advertencia de que opinar sobre las cosas de Cataluña en este caso era una ofensa intolerable. La violenta réplica inmediata a una velada alusión supresso nomine en un discurso del Rey fue un buen aviso para navegantes. Pero nada impedía que tanto el Gobierno (y el PP) como el PSOE y el PSC utilizaran sus amplios recursos disponibles para analizar el proceso de secesión en marcha, evaluar los argumentos esgrimidos desde CiU y ERC, en particular «el expolio», considerar las repercusiones de la separación, tanto para Cataluña como para España –al margen del veto a la pertenencia del nuevo Estado a la Unión Europea–, y preparar en consecuencia las posibles estrategias políticas y económicas de respuesta a una eventual independencia, la cual, a partir de un primer efecto de hacer saltar el orden constitucional desemboca en la destrucción del Estado.
España no es el Reino Unido, ni Escocia es Cataluña, ya que esta forma parte de un Estado español unificado desde Felipe V, tras dos siglos de pertenencia a una Unión de Coronas. Amputado de Cataluña, y posiblemente luego de Euskadi, sin atender a las posibilidades de reforma que ofrece la Constitución, ese Estado deja de existir. Podrá ser eso sí refundado, por cierto en una nueva posición geoestratégica, bloqueada en los extremos del eje pirenaico la comunicación con el resto de Europa. Con un sinfín de problemas si la independencia llega así, sin más, tras la fiesta que seguirá a la consulta. Es notorio que aquí casi nadie ha leído o tomado en consideración ‘La política de la claridad’ de Stéphane Dion. Y no cabe olvidar por fin el irredentismo, obvio en la aspiración abertzale de integrar a Navarra, y presente también en el horizonte de los Países Catalanes: no en vano la cadena de la Diada se proyectó hacia Castellón. Las independencias no serían la aurora de una nueva fraternidad con España. Naturalmente, hay que mantenerse dentro del debate ilustrado, siguiendo los cauces democráticos, pero sin olvidar que una secesión según la ‘Vía catalana’, produciría consecuencias negativas que van más allá de la pena personal sentida por el profesor Rubio Llorente, según su elogio de la pasividad. Debe ser tomada en serio.
En el orden de responsabilidades, las de mayor alcance conciernen al Gobierno y a su presidente. Tras el despiste inicial, Rajoy ha mantenido una posición de serenidad, evitando proporcionar a Mas elementos para su propaganda, y conjugando la firmeza constitucionalista con la normalidad en la atención del Gobierno a las dificultades económicas de la Generalitat. Hacía falta, sin embargo, una posición activa, hasta hoy ausente. En la partida de ajedrez de Mas contra el Gobierno, éste ha dejado jugar al primero a su antojo, prosiguiendo sin obstáculos su labor de propaganda y de gestación de la ruptura. Tal vez Rajoy carece de ideas propias sobre qué hacer con Cataluña. Solo que así la partida se pierde de antemano, y no es mejor la aportación de Rubalcaba, abrumado por la tensión interna del PSC. Han publicado un interesante proyecto de federalización del Estado, sin incidencia por ahora sobre el escenario político. Queda la vía desconocida del diálogo Rajoy-Mas, de valoración hoy imposible.