Ramón Tamames es hoy presidente del Gobierno en algunos rincones de Twitter donde su moción de censura ha conseguido una cómoda mayoría absoluta. Sobre todo entre aquellos que creen que Pedro Sánchez ha sido «humillado» por Vox. Deben de haber visto una moción de censura diferente a la que ha visto el resto de los españoles.
Hemos hablado tanto de la desconexión de la realidad de los políticos que se nos ha pasado por alto la grotesca disonancia cognitiva de esos abducidos por el móvil que creen que las redes sociales dicen las verdades que los medios de comunicación ocultan, que los bots que su partido ha comprado con dinero público votan en las elecciones y que una moción de censura que le ha servido al presidente para presentar en sociedad a la nueva ama de llaves de su futura Mansión Frankenstein ha sido «un duro golpe para él» en vez de una campaña publicitaria de las que se valoran en millones de euros.
La realidad es que el PSOE estaba ayer eufórico por los picos de audiencia televisiva que consiguió la intervención de Pedro Sánchez durante las primeras horas de la moción. Picos de audiencia que le permitieron a Yolanda Díaz presentar su nuevo partido político (Sumar es lo que queda de Podemos cuando le restas a Pablo Iglesias e Irene Montero) frente a un enorme masa de televidentes a la que le habría resultado casi imposible llegar de otra manera que no fuera la moción de Vox.
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Los errores de cálculo de Vox han sido tres.
El primero, creer que las redes sociales son una muestra representativa no ya del español medio, sino del votante medio de Vox. Un error similar al de un Pedro Sánchez encerrado en una burbuja monclovita donde pocos de los que le rodean, empezando por el CIS, le cuentan la verdad. Un efecto secundario habitual del síndrome de la Moncloa.
Un error, por cierto, que también está cometiendo Iglesias.
El segundo error ha sido creerse su propia propaganda. Esa que dice que nada de lo que haga Sánchez le pasa factura (por supuesto que se la pasa: el PSOE sangra como cualquier otro partido) y que ellos gozan de una inmunidad semejante a la del presidente dado que «sólo queda Vox y para votar al PP me quedo en casa».
Porque ni sólo queda Vox, ni el salto del Vox de Ortega Smith al PP de Cuca Gamarra es tan impensable como muchos creen (el voto útil hace milagros), ni los esperpentos de Juan García-Gallardo en Castilla y León, el culebrón de Macarena Olona, esta misma moción de censura o la falta de un proyecto que vaya más allá de un antisanchismo que desahoga, pero no renta, quedarán sin castigo en las urnas.
El tercero, engañar a sus votantes por enésima vez con ese «trust the plan» trumpista que jamás acaba de concretarse y que va acumulando frustración tras frustración para sus votantes a la vista de que nada de lo que hace Vox sirve para algo más que para una fantasmagórica batalla cultural en las redes sociales contra un sanchismo que morirá con la derrota de Sánchez en las elecciones de finales de 2023.
El antisanchismo es hoy la principal corriente ideológica en España y la que cuenta con una mayor capacidad de movilización doméstica (la movilización callejera sigue siendo patrimonio de otros). Y eso es cierto, como también ha entendido el PP.
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Pero su tiempo está contado y existen otras corrientes ideológicas en España, como las del feminismo, la del infantilismo, la del eterno antiliberalismo español y la del antivoxismo, que llevan un caudal no despreciable de agua y que desempeñarán un papel relevante en las elecciones si Vox, que es el partido en el centro de al menos dos de ellas, las excita a cambio de un puñado de bitcoins demoscópicos con los que apenas le alcanza para comprar media docena de memes en Twitter.
Y es que nada le interesa más a Sánchez que vender las futuras elecciones no como una elección entre él y Alberto Núñez Feijóo, sino como una batalla entre la dupla Sánchez-Yolanda y la dupla Feijóo-Vox. Porque en el primer dilema, Sánchez no las tiene todas consigo, como prueban los sondeos. Pero en el segundo tiene todas las de ganar.
Y es que la distancia que separa a Feijóo de Sánchez en el votante moderado es mucho menor que la que separa a Yolanda de Vox. Otro día debatiremos por qué los extremistas de un lado disfrutan de mejor valoración que los extremistas del otro (la estética y las formas tienen mucho que ver). Pero que sea injusto no quiere decir que no sea real.
Tamames, en fin, ha sido el CIS de Vox. Esa mentira que uno finge creerse con la esperanza de que otros le secunden en el autoengaño.