EMILIO CONTRERAS-El Debate
  • Los europeos llevamos 75 años endosando a EE.UU. el gasto de nuestra defensa. 23 países de la OTAN, entre ellos España, no aportan lo que les corresponde. Los americanos empiezan a cansarse y Putin afila los sables

En las últimas semanas han comenzado a sonar tambores de guerra en Europa que advierten del riesgo real de un ataque de la Rusia de Putin. El desinterés de los medios y de la mayoría de los dirigentes políticos recuerda cómo en 1939 nadie hizo caso a Winston Churchill cuando advirtió que Hitler iba a desencadenar una guerra total para hacerse con el dominio de Europa. Era la voz que clamaba en el desierto, hasta que la Alemania nazi comenzó a vomitar fuego sobre el continente. Ahora el peligro está en Rusia, aunque con otra dimensión porque la Rusia de Putin carece del poderío de la Alemania nazi.

Hay serias advertencias de ese gravísimo riesgo que han lanzado quienes saben de qué hablan y no son unos peligrosos belicistas. Hace unas semanas, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, advirtió: «Está claro que Rusia no se detendrá en Ucrania como no se detuvo en Crimea hace diez años… Rusia es una grave amenaza militar para nuestro continente y, si no logramos una respuesta correcta en Ucrania, seremos los siguientes… debemos estar preparados y pasar a un modelo de economía de guerra».
Pocos días después, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y exministra de Defensa de la República Federal Alemana, afirmó: «Puede que la amenaza de guerra no sea inminente, pero no es imposible». El primer ministro polaco, Donald Tusk, fue contundente: «No vivimos una situación así desde 1945. Sé que suena devastador pero estamos en situación de preguerra; no exagero […] nuestro deber no es discutir sino prepararnos para defendernos». Y la ministra de Defensa, Margarita Robles, ha declarado en La Vanguardia: «La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente.»
Los hechos ocurridos en los últimos años confirman que la nostalgia imperial de Putin y su deseo de mantener la presencia militar rusa en Europa más allá de sus fronteras son la espoleta que puede hacer estallar el conflicto. Putin está enseñando los dientes desde hace años. Primero invadió y ocupó Crimea, luego Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia. Esas dentelladas nos parecían lejanas, hasta que hace dos años se lanzó contra Ucrania, que está en nuestras fronteras, con las duras consecuencias económicas que los europeos estamos padeciendo.
El drama de Europa es que desde 1949, cuando se fundó la OTAN, se ha arrellanado en la cómoda posición de que sean los Estados Unidos los que den la cara por ella, y les ha endosado la defensa de su seguridad y los inmensos gastos que genera. Mientras, los gobiernos europeos han potenciado su economía y fortalecido sus políticas sociales con el dinero que les corresponde aportar a la Alianza Atlántica.
Sin la ayuda americana en hombres, armas y dinero las tropas alemanas habrían impuesto su poder en lo que hoy es, gracias a los Estados Unidos, la Europa democrática. Solo en la II Guerra Mundial perdieron la vida 450.000 soldados americanos y fueron heridos 670.000. Los americanos gastaron 317.000 millones de dólares, que hoy serían unos cinco billones. Y entre 1948 y 1952 el Plan Marshall desembolsó 12.000 millones, equivalentes a 200.000 millones de hoy, para sacar a flote la economía europea devastada por la guerra. Y esa situación ha durado 75 años.
Pero las cosas empezaron a cambiar con la llegada de Obama a la Casa Blanca. Giró el foco de su política exterior de la vieja Europa al área del Pacífico. Muchos dirigentes americanos comenzaron a hacer público su malestar porque los Estados Unidos tengan que asumir los gastos de la defensa europea. Y tienen razón porque es sonrojante e irresponsable que haya 23 países miembros de la OTAN que incumplen su obligación de aportar cada año el equivalente al 2 por ciento de su PIB. España sólo aporta el 1,24 por ciento, casi 10.000 millones menos de lo que le corresponde.
Hay dos hechos nuevos e inimaginables hace tan sólo diez años que revelan un cambio radical de los Estados Unidos en su defensa de Europa. El 2 de febrero Donald Trump contó en un mitin en Carolina del Sur su conversación con el presidente de un país miembro de la OTAN que no paga su cuota: «‘Si no pagamos y Rusia nos ataca, ¿nos protegería?’, me preguntó. Y le respondí que no les protegería; de hecho, animaría a Rusia a hacer lo que le dé la gana, porque deben pagar sus deudas». Y pocas semanas después los republicanos, que tienen mayoría en la Cámara de Representantes, bloquearon una ayuda militar a Ucrania de 60.000 millones dólares. El resultado ha sido que Ucrania está perdiendo la guerra.
El paso siguiente sería el ataque ruso a Estonia, Letonia, Lituania, que pertenecen a la OTAN, y a Moldavia en la región de Transnistria. El hartazgo americano y el probable regreso de Trump a la Casa Blanca dejan al descubierto una Europa sola e indefensa, con el ejemplo de Ucrania de lo que podría ocurrir si los americanos no responden a un ataque ruso. Porque sin Estados Unidos, la OTAN no es nada.
Europa sufriría las consecuencias de su debilidad y su impotencia, ganada a pulso durante 75 años de egoísmo, y quedaría reducida a la sumisión. Se me podrá acusar de pesimista, pero recordaré que Ortega y Gasset escribió hace un siglo que la realidad se venga cuando no se la acepta y reconoce.
  • Emilio Contreras es periodista