CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • En cualquier circunstancia se muestra impresionada por los éxitos de la izquierda mientras ignora o desprecia sus propios logros
Estas semanas Pedro Sánchez somete a examen su política territorial. En el País Vasco, su principal logro es haber convertido a Bildu en el vencedor moral de la campaña y veremos si también de la noche electoral. Parece inconcebible que los herederos políticos de quienes asesinaron a más de 800 personas puedan llegar ser la fuerza hegemónica del nacionalismo vasco, pero bien pudiera ocurrir. Y ese mérito se lo tienen que agradecer ex aqueo al PNV y el PSOE, los grandes agentes electorales de Bildu. Hasta Pablo Iglesias ha visto el hueco y ha dejado de tirar cañas durante un rato para irse a Bilbao a hacer campaña y apuntalar lo que sería una doble victoria póstuma: que Podemos supere a Yolanda Díaz y expulsar a la derechona peneuvista de Ajuria Enea.
Si el PSOE se presenta en el País Vasco con el único objetivo de ser bisagra entre PNV o Bildu, en Cataluña la cuestión aún es más paradójica: el PSC ganará las elecciones para que gobierne Puigdemont. El último macguffin del sanchismo es presumir de que no haya mayoría independentista, como si eso fuera un hecho histórico. Lo cierto es que los votos a Salvador Illa solo van a servir para hacer presidente de la Generalitat a Carles Puigdemont. No por el deseo mayoritario de los catalanes sino por la necesidad de un solo madrileño: o Puigdemont vuelve a la Generalitat o Pedro Sánchez sale de Moncloa.
Sánchez tiene las cosas cada vez más complicadas, no consigue sacar los presupuestos ni aprobar ley alguna, su socio de gobierno se deshilacha y las relaciones con sus socios parlamentarios recuerdan a la famosa copla: «contigo porque me matas, sin ti porque yo me muero». Europa le ha calado como un personaje problemático y tiene montada una escandalera de corrupción de la que no se libra ni su esposa. Para colmo la amnistía se le está atragantando tanto que hasta los posibles beneficiarios consideran más seguro huir a Suiza que esperar la aplicación de la ley.
Y a pesar de todo ello existe en un cierto sector de la derecha una sensación de abatimiento; una especie de desistimiento nihilista que empieza por las críticas a sus dirigentes políticos y termina acusando al conjunto de la sociedad española de falta de principios morales o coraje democrático. Es una derecha ceniza y acomplejada que siempre actúa de la misma manera: en cualquier circunstancia se muestra impresionada por los éxitos de la izquierda mientras ignora o desprecia sus propios logros.
Ayer mismo Alfonso Rueda tomó posesión de su cargo como nuevo presidente de la Xunta de Galicia. Su inapelable victoria electoral se dio por amortizada casi de inmediato y la investidura apenas ha merecido el interés de los medios nacionales. Los agoreros que se pasaron la mitad de la campaña gallega pontificando sobre todas las calamidades que caerían sobre nosotros de no alcanzar el PP la mayoría absoluta por sus errores, no han dedicado ni la mitad de tiempo a celebrar ese riesgo conjurado. Imagínense lo que hubiera hecho la izquierda mediática en similar circunstancia.