Temperatura ambiente

Kepa Aulestia, EL CORREO, 13/10/12

La efervescencia soberanista en Cataluña no parece haber contagiado ni a la política ni a la sociedad vasca en la campaña electoral pero tiende a proyectarse para después de los comicios autonómicos. Según la encuesta de Ikerfel solo un 17% de los vascos se inclina porque el próximo Gobierno deba ‘impulsar el camino hacia la independencia de Euskadi’. Aunque la opción por una reforma estatutaria que incluiría el ‘derecho a decidir’ solaparía una parte de la opinión que hasta la fecha se había mostrado abiertamente independentista. La serie del Euskobarómetro, que recorre el período 1977-2012 a través de 39 sondeos, demuestra que esta postura ha sido compartida a lo largo de estos treinta y cinco años por entre una tercera y una cuarta parte de la población. Lo que coincide prácticamente con el porcentaje de ciudadanos que, en lo que se refiere a la ‘identidad nacional subjetiva’, dicen sentirse ‘solo vascos’. Datos similares ha venido aportando el Gabinete de Prospecciones Sociológicas. El estudio de Ikerfel deslinda el independentismo a secas de ese otro soberanismo que se guarece en el procedimiento –supuesto– del ‘derecho a decidir’, que recientemente ha asumido la candidatura de EH Bildu. Los más entusiastas del independentismo han sido hasta ahora partícipes de una cultura política que situaba la cuestión de la independencia en manos de las siglas partidarias o del ‘proceso’ su

blimado, siempre por encima del papel subsidiario que desempeñarían las instituciones. Pero el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad devuelve hasta las utopías al cauce institucional, de modo que tanto el porcentaje de independentismo como el obtenido por el ‘derecho a decidir’ son transferidos al Gobierno que surja de las elecciones del 21 de octubre a modo de nuevas responsabilidades.

Generalmente las encuestas sociológicas sitúan la opción de la independencia en el mismo plano que otras fórmulas de organización política más próximas al marco vigente, como la reforma autonómica o incluso el etéreo federalismo. Por otra parte el soberanismo presenta el anhelo independentista como algo a lo que el sujeto-pueblo tendría derecho y los demás obligación de facilitárselo; como una aspiración libre de costes y renuncias. Todo lo cual contribuye a que la independencia sea percibida al tiempo como una meta de fácil acceso y como una seña –expresa o solapada– a la que uno puede adherirse sin pretender necesariamente que se haga realidad. Nótese hasta qué punto las propuestas de referéndum o la cosificación del ‘derecho a decidir’ parecen en ocasiones demandar una encuesta sociológica definitiva más que un acto de voluntad colectiva. El hecho de que la autodeterminación y la independencia ocupen en el estudio de Ikerfel el séptimo lugar de las preocupaciones sociales con un 6% –muy por debajo del 71% del paro, del 48% de la crisis, del 16% de la sanidad y del 14% de la educación– obliga a pensar que los ciudadanos vascos están muy lejos de la eclosión independentista que acapara la atención en Cataluña. Vuelve a demostrarse que una cosa es el deseo y otra la necesidad. Ocurre que las inquietudes inmediatas son otras incluso para la mayoría de los independentistas vascos. Esto no es nada nuevo ni deriva de la última crisis: ha sido una constante de las últimas décadas incluso en las coyunturas de mayor bonanza, según recoge el Euskobarómetro. Lo que obliga a concluir que si se produce un calentamiento soberanista postelectoral será porque así lo quieran los partidos, no tanto la sociedad.

Kepa Aulestia, EL CORREO, 13/10/12