Terceras vías

MANUEL MONTERO, EL CORREO 12/10/13

Manuel Montero
Manuel Montero

· El tercerismo, escapista, busca el imposible, porque entre el ser y el no ser no existe un lugar intermedio, sólo la agonía.

Vuelven las terceras vías, esta vez para salir del lío catalán y del laberinto territorial en que se ha metido el PSOE, él solo: todo en el mismo paquete, para ahorrar. La expresión ‘tercera vía’ goza de un incomprensible prestigio en la política española. Se acude a ella en las más variadas situaciones. Siempre termina en la evanescencia, lo que no extraña, pues le es esencial la liviandad. Pero hasta que cae en el olvido se presenta siempre como una idea feliz, el alivio al alcance de todos. La propuesta de una tercera vía forma parte de nuestra tradición. Cuando la política llega a tensiones entre posturas incompatibles alguien se saca de la manga una tercera vía que empantana más las cosas. O se bautizan así propuestas escapistas, para darles una pátina de equilibrio. Sugiere racionalidad, la virtud entre los extremismos.

Cuesta entender su buena fama, pues entre nosotros las terceras vías siempre han sido un fiasco. Y hay experiencia. El concepto jugó ya un papel en 1979, cuando los problemas internos del PSOE antes de llegar al poder. El caso ilumina sobre el tercerismo. Aparecieron ‘moderados’ y ‘críticos’ –un binomio curioso, pues no son antónimos– e inevitablemente surgió la ‘tercera vía’. Los primeros defendían el abandono del marxismo, los críticos mantenerlo y la tercera vía un poco de todo, chicha y limoná. No llevó a ningún sitio: si la alternativa es abandonar o mantener, resulta imposible la virtud del medio. Aquella tercera vía creaba un espacio ilusorio, para escurrir el bulto y quedar por encima del bien y del mal sin mojarse.

Desde entonces, cuando en un partido o sindicato se enfrentan dos grupos se habla de una tercera vía. Es un nicho conceptual que gusta a quienes buscan quedar por encima sin comprometerse. A veces hasta se institucionaliza, como sucedió en IU. En el PNV también llegó a hablarse de ‘tercera vía’, para salirse de las tensiones entre soberanistas radicales y la renovación moderada, allá por 2008. No cuajó, seguramente porque era un imposible. No hay que meter en este saco a la Nueva Vía con la que Zapatero se hizo con el PSE, pues no había otras dos vías, pero buscaba reproducir en España la ‘tercera vía’ de Blair, que quiso ser una propuesta ideológica, cuya vaguedad consiguió dar la puntilla a lo (poco) que quedaba de la socialdemocracia.

La tercera vía suele servir para escapar por la tangente. En tiempos, en el País Vasco hicieron estragos los terceristas, que se oponían al terrorismo pero sugerían que saldríamos del terror con un poco de comprensión, quizás dándoles algo de lo que pedían: ni con ellos ni contra ellos, al menos no hasta el punto de que se molestasen. El concepto de tercera vía se usó varias veces. Elkarri la proponía en 1996: se anunciaba como un camino intermedio entre los constitucionalistas y el independentismo. Es decir, soberanista, pues la tercera vía no siempre es neutral, aunque se diga equidistante.

Así que Elkarri formó con ELA y LAB una efímera ‘tercera vía’ que en 1997 pretendía desbloquear la situación mediante algún cambio jurídico, después de proclamar la muerte del Estatuto. También empleó el concepto Ardanza, cuando proponía una ‘tercera vía’ para acabar con el terrorismo: el diálogo y la negociación sin condiciones previas. Garaikoetxea se movía en parecidos derroteros al usar la expresión para trazar un camino entre quienes amparaban la violencia y la legislación antiterrorista. Consistía en la reforma del Estatuto de Autonomía, vista así como una tercera vía entre el terrorismo y el antiterrorismo, en una lógica sólo apta para especialistas. Hasta el plan Ibarretxe se presentó al principio como una ‘tercera vía’, entre constitucionalistas e independentismo…

El tercerismo plantea varios problemas. No es el menor que se sitúa entre una primera y una segunda vía elegidas al gusto. Es fácil situarse en el medio si se puede decidir cuáles son los extremos. ¿Cuál es la tercera vía entre la independencia y el centralismo? ¿No debería ser el autogobierno autonómico? Pero si se plantea una tercera vía entre la autonomía y la secesión se entra en una espiral en la que la tercera vía de hoy será el inmovilismo de mañana y así sucesivamente.

Por definición, la tercera vía renuncia a definir posiciones propias, pues las atisba por tanteo coyuntural. Parte del supuesto erróneo de que contentará a las partes, de lo que no hay experiencia. Sólo las ha admitido alguna parte si ha visto en la tercera vía la forma de vestir su santo: véase su uso por el soberanismo vasco.

Por eso no se entiende la salida del PSOE, que presenta el federalismo como una tercera vía o el entusiasmo del PSC al anunciar una tercera vía junto a Durán, para sortear los meandros de Mas. Ve en ello la panacea. Sólo se sabe que no sería ni secesión ni lo contrario, como si el mero enunciado de una escapatoria sacase del lío. ¿Hay una tercera vía entre la secesión y la no secesión? El tercerismo, escapista, busca el imposible, porque entre el ser y el no ser no existe un lugar intermedio, sólo la agonía. La política española es capaz de cristalizar en un estado agónico permanente, pero no parece un estado deseable.

Cuesta entender el gusto por las ‘terceras vías’, cuando el concepto ha cobijado sólo fracasos en serie. Los terceristas gustan de proponer alternativas tenues y acomodaticias –según vaya la feria–. Evocan mundos utópicos en los que todo se arreglaría dialogando sin posiciones propias. Las terceras vías sólo tienen una ventaja: evocan una gran sensibilidad y el sueño de que no hubiese discrepancias.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 12/10/13