Luis Ventoso-ABC

  • Abstrusas explicaciones del Gobierno sobre el recuento de muertos

Medir la inteligencia es complicado. Psicólogos actuales desacreditan los test IQ, la herramienta clásica para fijar el coeficiente intelectual. En el siglo pasado estaban tan en boga que hasta los carniceros nazis fueron sometidos a la prueba antes de pender de las sogas de Nuremberg (de los altos jerarcas hitlerianos, el morfinómano Goering marcó la cifra más alta: 138). Los críticos de los test IQ argumentan que se ciñen a la memoria y la resolución de problemas, ignorando otras variantes cruciales, como la manera en que las personas se relacionan con la realidad. Para corregir esa carencia, desde 1920 se viene hablando de la «inteligencia social». En 1996 ese concepto hizo de oro al divulgador Daniel Goleman, que publicó «La

inteligencia emocional» y despachó cinco millones de libros enseñando a utilizar la empatía para navegar por la vida. Por fortuna, la inteligencia es una lotería de cuna, lo que hace posible el meritoriaje (al menos mientras no avance la aterradora manipulación genética, que algún día hará que los hijos de los ricos sean más brillantes que los de los pobres).

Personalmente no me considero una lumbrera. Pero puedo seguir un libro complicado -siempre que no sea altamente especializado o una novela de Toni Morrison-, y si me pusiese, creo que hasta lograría entender lo que ocurre en «Sálvame». Sin embargo me resultan ininteligibles los argumentos del Gobierno para dejar de computar los muertos del Covid-19 (decisión que supone una villanía para la memoria de los fallecidos y sus familias, aunque permite al Ejecutivo maquillar la tasa de letalidad, llegándose a extremos tan sonrojantes como ver a Sánchez pavoneándose ayer de haber «evitado 450.000 muertes», cuando su gestión fue pésima). Según el INE y el Carlos III, el Gobierno puede estar omitiendo hasta 20.000 fallecidos. Los datos no se actualizan («se han congelado», repiten Simón, Illa y Montero, con uno de esos eufemismos vacuos del redondismo). Las comunidades informan cada día de sus muertos. Pero el Gobierno no los suma. Se han quedado clavados en 27.136.

«¿Por qué no dan las cifras de muertos?». Le preguntaron por dos veces a la ministra portavoz, María Jesús Montero. Reproduzco un extracto de su respuesta (con la advertencia expresa de que no es un chiste de Groucho Marx): «Nuestro sistema de registro de la enfermedad contabiliza diariamente los movimientos que se han producido en las horas anteriores. Eso sí, cuando la enfermedad ha transcurrido en los siete días de los catorce días previos a que se esté dando el dato. Lo que es la actualización de datos de rescate que hay en las comunidades autónomas se hace con una periodicidad que el doctor Simón está dando cuenta de ella. No sé cuando corresponde o cuando toca, pero cada cierto tiempo se hace una actualización». Clarísimo. La ministra concluyó con esta gloriosa coletilla: «Insistimos, tenemos uno de los sistemas más rigurosos y garantistas de todos los países del mundo». Tal vez por eso no facilitan los datos. ¿Cómo puedes aspirar a gobernar si ni siquiera sabes hablar?

Insistimos también: nos toman por imbéciles.