Tiempo de aventureros

Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 31/7/12

La crisis económica en España nos ha puesto ante el espejo de la historia, y todas las negras características que nos han definido durante demasiado tiempo vuelven a aparecer con la fuerza de las costumbres corriendo el peligro de considerarlas nuevas y necesarias. Vemos cómo las comunidades autónomas, después de realizar una gestión en muchos aspectos cuestionable, se desligan del esfuerzo común para superar la dolorosa situación que vivimos, considerando moderna y actual nuestra sempiterna inclinación a la disgregación, que tiene que ver con nuestra historia más característica.

Las autonomías, que nacieron para construir un espacio común y armónico para la supervivencia de las diferencias, en un intento de sintetizar la pluralidad con la unidad, han terminado convirtiéndose en una barrera para una España vertebrada, contribuyendo así a cuestionar su papel principal en la consecución de una igualdad desconocida en nuestro país hasta la aprobación de la Constitución del 78 e incrementando por otro lado, las dudas sobre su futuro.

Su petrificación puede terminar con el invento, más si tenemos en cuenta la vuelta, con fuerza inusitada, de nuestra tendencia a volver a empezar desde el principio. Efectivamente nuestra historia moderna es un relato dramático del permanente olvido de las vías reformistas, dando preferencia a las posiciones más extremas, desde el manifiesto de los persas a los numerosos pronunciamientos, todas con unas cuantas características comunes: el rechazo radical a la realidad que les ha tocado vivir y el convencimiento de que ostentan el derecho de imponer su ideario al resto, prefiriendo el impulso violento al convencimiento, el empezar de nuevo desde cero a las vías de cambio gradual.

Hoy es ensordecedor el griterío contra las autonomías, sin tener en cuenta el servicio que han prestado a la prosperidad del país y a la igualdad de los españoles; la impugnación es general y de raíz, desdeñando las opciones reformistas. Y este ambiente propicia la aparición en la política española actual de radicales, en el peor sentido de la palabra, y de aventureros, de la misma forma que proliferaron en el pasado. Los mensajes pueden parecer modernos, actuales quienes los proclaman, en ocasiones bienintencionados; pero son muy parecidos a los que ensombrecieron nuestra historia y creímos olvidados para siempre porque el andamiaje institucional y la prosperidad impedirían su reaparición.

Las últimas encuestas muestran un descenso lógico del Partido Popular, pero, por ahora, las deserciones electorales no buscan el cobijo del primer partido de la oposición. Tienden a quedarse en una apacible apatía o a engrosar las posiciones más minoritarias. Si este panorama no cambia nos encontraremos con un primer partido debilitado y una alternativa depreciada, es decir, con una reducción de la importancia del centroderecha y del centroizquierda, posiciones en las que hemos basado nuestra convivencia los últimos treinta años, y con la aparición de la inestabilidad con vocación de permanencia.

Si nunca se puede asegurar que los viejos fantasmas han desaparecido para siempre, tampoco debemos resignarnos a que todo siga igual. La aparición de los radicales y aventureros podría impedirse si las grandes formaciones políticas estuvieran a la altura de las difíciles circunstancias que nos ha tocado vivir. Los grandes partidos deben renunciar a la ocupación que han protagonizado de la vida pública española, y por otro lado resulta totalmente incomprensible para los ciudadanos españoles que no sean capaces, roídos por un sectarismo creciente, de llegar a unos acuerdos mínimos encaminados a reformar un Estado que se nos ha ido de las manos.

Es imprescindible adaptar las numerosas Administraciones Públicas a una realidad muy distinta a la de hace unos cuantos años y éste no es sólo un problema económico, es también un apremiante y grave problema político. Si no nos damos cuenta de la complejidad del reto, el fracaso está asegurado.

Nicolás Redondo, Presidente de la Fundación para la Libertad.


Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 31/7/12