Ignacio Camacho-ABC

La coalición radical-populista pretende clausurar el espacio de centro empujando a la derecha hacia el otro extremo

Acaso el mayor error que en este momento puede(n) cometer la(s) derecha(s) sea pensar que este Gobierno va a durar pocos meses. De momento, tiene nueve blindados constitucionalmente, y si consigue aprobar el primer presupuesto se plantará en la mitad de la legislatura sin descomponerse. La coalición aguantará; habrá tensiones, antagonismos y recelos, pero a Iglesias le gusta demasiado el poder como para ponerlo en riesgo. Su punto débil es el apoyo de ERC, un partido ciclotímico y desleal, capaz de descolgarse de los acuerdos con cualquier pretexto, que sin embargo ha conseguido un espacio de influencia inédito y tiene por tanto interés objetivo en que el statu quo se sostenga a plazo medio. Y no existe mayoría alternativa con masa crítica para derribar a Sánchez. La oposición tiene, pues, trabajo por delante, empezando por el de resistir la presión de un Gabinete dispuesto a achicarle el campo en las instituciones, estigmatizarla en el Parlamento y si es preciso acosarla en la calle.

Hay un tiempo para cada cosa, dice el «Eclesiastés», y para la mitad del país que se siente, con razón, alarmada o indignada es tiempo de firmeza… y de paciencia. Las prisas son malas consejeras en situaciones como ésta. En la etapa de Zapatero quedó demostrado que con hipérboles tremendistas y desahogos altisonantes no se construye una estrategia; también entonces muchos creyeron que sería un mandato breve y sin consistencia. Lo primero que liberales y conservadores deben aprender es a conocer a la izquierda. Y lo segundo, a no sobreestimar sus propias fuerzas. Sobre todo cuando están divididas, desaplicadas en la organización de su autodefensa y carentes de solidez más allá de las exhibiciones de energía dialéctica. Las mayorías sociales se construyen de otra manera. Desde las ideas y desde la cohesión interna.

La coalición radical ha abandonado el territorio político de centro, y con su potente maquinaria de propaganda va a tratar de arrasarlo, de dejarlo inservible empujando a sus adversarios al otro extremo. Nada le conviene más que un griterío descompuesto con el que disimular su patente desanclaje de la Constitución y hasta del Estado de Derecho. Su plan es mantener el clima truculento y trincherizo de la investidura durante el máximo tiempo, evitar el surgimiento de un recambio moderado y sereno. Y en la medida en que lo consiga disimulará las inevitables contradicciones que le van a aflorar desde dentro. Por eso ahora, como decía Pío Cabanillas en la Transición, es urgente esperar sin perder los nervios. Si se repitiesen pronto los comicios, lo más probable es que una derecha desagregada volviese a perderlos.

Ni el Gobierno va a caer mañana, ni pasado se va a romper España. Pero como la agenda disruptiva del sanchismo y sus aliados la va a dejar muy agrietada, es crucial que quede en pie un proyecto fuerte en condiciones de repararla.