Ignacio Camacho-ABC

  • Quienes suspiren por acuerdos transversales a la alemana deben buscar al responsable de haberlos impedido en España

Cuando en Alemania -sistema electoral proporcional con doble circunscripción- no hay grandes coaliciones las hay pequeñas. Antes de que Merkel gobernase tres exitosas legislaturas con los socialdemócratas y una con los liberales, que a su vez han estado en el poder con casi todos los cancilleres desde 1949, hubo dos mandatos del SPD de Schröder en alianza con los Verdes. Ahora, en virtud del empate técnico entre los dos grandes partidos, está a punto de producirse un fenómeno nuevo: que las dos formaciones intermedias pacten entre ellas primero para escoger al futuro jefe del Gobierno. Una vuelta de tuerca a la cultura del acuerdo en la que la única condición de partida es la exclusión de los extremos.

Recordemos ahora lo que ha pasado en España en los últimos años, desde que la irrupción de fuerzas emergentes fragmentó el bipartidismo clásico. En 2015, un Rajoy en minoría que había perdido de golpe 63 escaños ofreció a Sánchez compartir la dirección del Estado. La respuesta fue un «no es no» cerrado que mantuvo tras la repetición de las elecciones y provocó que el propio PSOE decidiera echarlo como única manera de solventar el atasco. Él tenía otra en la cabeza: el modelo Frankenstein, que finalmente logró aplicar al recuperar el cargo y hacerse con la presidencia por la puerta de atrás durante un breve y precario mandato.

Llegó 2019 y con él otros comicios en los que los socialistas sumaban una mayoría holgada junto a Ciudadanos: 180 diputados. Sánchez citó en la Moncloa a Rivera y le dijo que tenía decidido pactar con Podemos y que si quería formar con ellos una tripleta. El líder centrista cometió el error más grave de su carrera; en vez de denunciar la oferta para poner al presidente contra las cuerdas permitió que la opinión pública creyese que era él quien en su empeño por encabezar la derecha dejaba al país en manos de un gabinete radicalizado por Pablo Iglesias. En última instancia éste también dio calabazas, hubo que volver a las urnas y Sánchez se tragó su falaz insomnio con patatas para darle al caudillo comunista la cuota de carteras que reclamaba. Frankenstein salió andando gracias a una amalgama de partiditos entre los que se encontraban los condenados por la insurrección catalana y los albaceas del legado post-etarra.

Estos son los hechos. Quienes suspiren por coaliciones a la alemana deben buscar en ellos al responsable de haber dinamitado a conciencia el consenso y rechazado cualquier proyecto de situar la vida política en el espacio de centro. Y no en una sino en cuatro oportunidades, tantas como tuvo delante. Pudo elegir la moderación y y prefirió un frente de grupos anticonstitucionales. Pudo asegurarse la estabilidad y optó por la estructura más frágil. Pudo reconstruir los puentes de la convivencia y se inclinó por demoler sus últimos pilares. Y quizá todavía piense que puede engañar a alguien.