LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

  • Compartir la versión de Bildu sobre el franquismo supone la ruptura del nexo entre el socialismo democrático y el sanchismo

Los contratos sociales que afianzan y unen a las naciones se basan en el relato común que nutre el origen y el proceso de su identidad. España tenía un relato que fundamentaba su existencia como democracia plena y moderna al haber superado felizmente la dictadura franquista. Este relato era el marco referencial que alumbró una Constitución que nos hacia iguales en derechos y obligaciones. El relato de nuestra Transición era el patrimonio de todos, admirado por Europa y únicamente impugnado por el nacionalismo vasco, que trató siempre de socavar los fundamentos de nuestra convivencia. Tras casi medio siglo de razonable consenso sobre nuestro relato de origen, el PSOE de Pedro Sánchez ha vendido por treinta monedas el patrimonio común de todos. Ahora resulta que ETA y sus herederos tenían razón y nuestro relato era falso. Por treinta monedas, el sanchismo les ha dado la razón.

Muy posiblemente, los historiadores de mañana se preguntarán en qué momento el socialismo español dejó de ser una socialdemocracia al uso para convertirse en el híbrido político, mezcla de populismo y revisionismo autocrático, que condujo a España hasta la extenuación de su democracia. Según el nuevo relato que el PSOE comparte con Bildu, el franquismo no acabó en 1975 con la muerte del dictador, sino que se prolongó hasta el año 1983, abarcando parte del periodo del primer mandato de Felipe González.

El momento en el que el PSOE coautor de la Transición se convirtió en el peculiar ‘sanchismo’ que hoy nos gobierna se puede identificar como aquel en el que el socialismo español compró el relato de los herederos del terrorismo etarra, que aboga por negar la ruptura democrática que supuso la muerte de Franco y sus corolarios en forma de amnistía general, elecciones democráticas y aprobación de la Constitución de 1978.

Tras la muerte de Franco, se abrió en España un período histórico en el que se instituyó una democracia plena tan solo amenazada por la existencia de ETA y el terrorismo inherente a ella. El País Vasco estrenó su plena autonomía y España ingresó en la Comunidad Europea de la mano de sus primeros gobiernos democráticos, con la única rémora del terrorismo nacionalista de ETA. La existencia de ETA se convirtió en la principal secuela del franquismo y hubo que esperar a 2011 para levantar acta de su final. Un final que, según podemos constatar, ha supuesto la continuidad de su acción política por otros medios. ¿Para qué seguir con la violencia terrorista si los logros perseguidos pueden obtenerse mediante el chantaje político a las instituciones democráticas? La izquierda abertzale jamás soñó con obtener tanto poder y tanta influencia como la que ha logrado de la mano de sanchismo.

Podemos aventurar, sin esperar al dictamen de los historiadores, los costes políticos del sanchismo en términos de inestabilidad política, quebranto institucional, polarización civil y ruina económica. Las últimas elecciones habidas en Madrid, Castilla y León y Andalucía indican una usura sustancial de los apoyos gubernamentales en términos electorales, que la demoscopía viene a confirmar con obstinada reiteración.

El sanchismo ha pagado con generosos rescates a quienes debe su permanencia en el poder y cuando las arcas del Estado se hallan exhaustas ha recurrido al pago de favores mediante bienes intangibles en forma de relato. Es una obviedad que Pedro Sánchez conserva el poder gracias al apoyo de quienes se ufanan de ser enemigos irreconciliables de España y de su democracia constitucional. Tanto los ultranacionalistas del País Vasco como los de Cataluña han expresado su nulo interés en la salud y progreso de la nación española y se han vanagloriado de su cínica determinación para quebrar la arquitectura institucional sobre la que se instauró la democracia española. El sanchismo carece de recursos materiales para regatear con quienes lo sostienen y finalmente se ha visto abocado a adquirir el marco referencial, el relato, de los impugnadores de nuestra democracia.

Es esta enormidad, en términos de dignidad y decencia política, lo que Pedro Sánchez ha transaccionado con la formación de Otegi. El sanchismo ha comprado por treinta monedas el relato de Bildu, corrompiendo de este modo los basamentos de nuestra historia democrática. Suárez, Calvo Sotelo y Felipe González se han convertido en meros avatares del franquismo para mayor gloria de las huestes de ETA.

Hace algunos días, Joaquín Leguina se preguntaba por el silencio de quienes todavía blasonan de ser socialistas y dejan en manos de ETA la redacción de nuestra historia. Ante dicha ignominia solo cabe agruparse con quienes, con independencia de las siglas políticas, reconocen en nuestra Transición el origen y la legitimidad de nuestra actual democracia. Vender por treinta monedas la sangre y la memoria de quienes cayeron por defender la legitimidad de nuestra democracia y resistir al terrorismo nacionalista, constituye un punto de no retorno. La compra del relato de Bildu sobre el franquismo supone la ruptura del nexo entre el socialismo democrático y el sanchismo.